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P. Daniel

5 min

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AYÚDAME A CONFIAR

Jesús nos invita a ser buenos hijos que confían de verdad en la bondad de su Padre Dios.

Que estos diez minutos de audio -por tu parte- y de predicación -por la mía- no sustituyan tu conversación personal, íntima, con Jesucristo, sino que te sirvan para encender ese diálogo, para profundizar en tu amistad con el Señor.
De otra manera, sería como quien habla con Cristo a través de un intérprete.
Hay un momento en que no hace falta. Quiero hablar contigo directamente Señor. Quiero entenderme contigo, quiero encontrarme con tu mirada, escuchar tu voz y ser capaz, por tu gracia, de conocer tu amorosa voluntad sobre mí y así, avanzar el camino de la santidad.
La oración es completamente imprescindible para avanzar por el camino de la felicidad. Vamos descubriendo lo que el Señor espera de nosotros y muchas veces lo haremos en la meditación de sus palabras.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a no agobiarnos, a confiar en nuestro Padre Dios. Comienza diciendo:

“Nadie puede servir a dos señores; porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No pueden servir a Dios y a las riquezas”

(Mt 6, 24).

No podemos tener el alma dividida. ¿En quién pongo mi confianza de verdad, en el amor de Dios por mí o en las cosas materiales, en los bienes económicos, en la seguridad que da el dinero?
¿Qué me hace descansar, la confianza total en ese amor intensísimo e infinito de Dios sobre mí y mi familia y todo lo que ocurre alrededor y más allá en el mundo entero o vamos afanados -agobiados dice Jesús- como los paganos?
Confiar en Dios. Creer en que ese amor, el suyo por cada uno de nosotros, es el fundamento auténtico de nuestra estabilidad emocional, de nuestro buen humor, incluso. Porque ahí está, por encima de las nubes, el sol eterno del amor de Dios.
Cómo no pedirle al Señor que nos aumente la fe. Pensando, precisamente, en esta clave: “Señor, auméntame la fe en tu amor por mí, de tal manera que los demás puedan descubrir a un auténtico hijo de Dios; a una auténtica hija de Dios”.
Este, esta, va por la vida feliz y no porque no tenga problemas, no porque todo le resulte como espera y consiga todo lo que se propone, sino porque se sabe amado, amada por Dios y confía plenamente en su amor.

CONFIANZA PLENA

confianza
Pienso que el Señor, a veces, nos hace esta pregunta a cada uno: ¿Qué más tengo que hacer para que confíes en Mí? ¿Qué no hice por amor a ti? ¿Qué no hice para demostrarte el amor que te tengo?
Pensamos en Cristo en la Cruz, todo ese sufrimiento extremo en el Cuerpo y, sobre todo, en el Alma, por amor a cada uno de nosotros.
Este es el gran secreto de la alegría, de la felicidad cristiana. Esta es la joya que descubre san Pablo y que escribe en esa Carta a los Gálatas:

“Me amó y se entregó a la muerte por mí”

(Gal 2, 20).

¿Has descubierto tú ese amor demostrado en la Cruz? ¿Sabes confiar plenamente en el Señor de verdad o vamos agobiados, inquietos, por asuntos de salud, por asuntos económicos?
No es que no haya que preocuparse o más bien ocuparse de las cosas terrenales, por supuesto que sí y es muy bueno prosperar y también, de alguna manera, buscar la seguridad propia y de la propia familia.
Pero el alma, lo profundo de cada uno, tiene que estar anclada en algo más sólido que ese movimiento superficial de las cosas temporales.
Y no hay nada más sólido, más verdadero, más eterno, que el amor que Dios nos tiene.
Esta es la maravilla de la santidad cristiana: el sabernos y sentirnos hijos de Dios.

MIRADA AMOROSA

El Señor, el Espíritu Santo, tiene que trabajar nuestro corazón, precisamente, con ocasión de las dificultades, contrariedades, penas, dolores, para que se vaya dando este abandono, esta confianza.
Es imposible alcanzar esta confianza si no hemos pasado por la prueba, si no hemos experimentado el desgarrón de quien se da cuenta que está siendo invitado a poner su seguridad en lo verdadero, en lo sobrenatural, en lo que no vemos, pero que es mucho más real que lo que vemos: el amor de Dios por cada uno de sus hijos.
Así los santos, mirando a Cristo, aprenden a rezar.

“Padre, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”

(Lc 22, 42).

Jesús experimentó la ansiedad y el dolor frente a eso que se le venía encima: el cáliz de su Pasión. Sin embargo, su oración no termina ahí, sino se completa, se perfecciona maravillosamente con esa petición:

“No se haga mi voluntad sino la tuya”.

¿Rezamos así? ¿Aprendemos a ver, reconocer la mirada amorosa de nuestro Padre Dios en las cosas que nos cuestan? ¿O reaccionamos como un niño adolescente que hace pucheros, pataleta, cuando los papás no le conceden sus caprichos?
Que sepamos confiar siempre, abandonarnos siempre. Esto es un don inmenso que el Señor nos quiere regalar en abundancia:

“He venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia”

(Jn 10, 10).

Esta vida, la vida filial, la vida de los hijos de Dios.

CHARLES DE FOUCAULD

confianza
Termino con una oración muy bonita de un santo francés, Charles de Foucauld, que de alguna manera hace eco a la oración de Cristo en el Huerto de Getsemaní.
Desde su propia vida interior, este santo contempla la oración de Cristo y la transforma en sus palabras, en su propia oración.
Mientras la rezo, ojalá que cada uno de ustedes también la transforme en una luz y una fuerza para enfrentar lo de cada día:
“Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo
y porque para mí, amarte es darme,
entregarme en tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
Amén.”
(Charles de Foucauld. Oración de abandono)
Lógicamente que esto no es fácil, pero contamos con la asistencia omnipotente del Espíritu Santo para que vaya siendo, en cada uno de nosotros, una auténtica realidad.
Abandono, aceptación, identificación y, con ello, alegría, paz, serenidad. Esto es lo que el mundo necesita: el testimonio de hombres y mujeres que creen de verdad en el amor que Dios les tiene.
Se lo pedimos a María santísima, nadie como ella ha sido y se ha sentido más profundamente, hija de Dios.


Citas Utilizadas

2Cr 24, 17-25

Sal 88

Mt 6, 24-34

Gal 2, 20

Lc 22, 42

Jn 10, 10

Charles de Foucauld. Oración de abandono

Reflexiones

Señor, ayúdame a confiar plenamente en Ti.

Predicado por:

P. Daniel

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