Hoy leemos en la santa misa el Evangelio de las vírgenes necias y las prudentes, que todos probablemente recordemos.
Diez chicas que están esperando a que llegue el novio para el matrimonio y que en la espera se quedan dormidas y cuando finalmente llegan, encienden las lámparas que parece que tenían que acompañar su ingreso.
Unas habían llevado aceite -cinco de ellas- otras no habían llevado y entonces unas entran al festejo acompañando al novio y otras se quedan fuera.
Precisamente me quería detener en ese final del Evangelio. Dice:
“Más tarde llegaron también las otras doncellas diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos!” Pero él respondió: “Os lo aseguro, no os conozco””
(Mt 25, 11-12).
Estas palabras que expresan que uno termina siendo extraño para Dios, un desconocido, me dejan pensando.
Porque si recordamos, vamos a caer en la cuenta de que Dios ha usado en la Biblia esta expresión cuando se ha referido al juicio final; o sea, el alma cuando morimos se separa de nuestro cuerpo y se va a la presencia de Dios y ahí es juzgada, como sabemos.
Entonces, en ese momento, la idea es que Jesús, Tú Señor, nos puedas reconocer por supuesto y nos puedas llamar por nuestro nombre: fulanito, fulanita ¡qué gusto! Bienvenido, bienvenida…
O sea que es muy distinto el ser acogido, reconocido y llamado por nuestro nombre, a ser rechazado: “No te conozco, no sé quién eres”.
NO TE CONOZCO
En la Biblia cuando se habla del juicio final hay varios momentos en los que el Señor dirige esta frase:
“No os conozco; no te conozco”.
Entonces, sí vale la pena que nosotros, ahorita empezando este rato de oración, te preguntemos Jesús: “¿Tú me conoces?” Y también nos preguntemos: “¿Yo te conozco a Ti Señor?”
Porque me da la impresión de que tenemos una manera de aprender la religión que es más teórica; o sea, los mandamientos, los sacramentos y las oraciones.
Entonces nuestra unidad de medida para ver qué tal somos como católicos es: si voy a misa, si rezo, me confieso, si comulgo… pero todo eso se puede hacer sin conocerte Jesús.
Esto sería como dice san Josemaría en un punto de Camino, esos rezos serían como emitir sonidos. O sea, ¿qué hago yo dirigiendo unas palabras a la nada? (San Josemaría, Camino punto 85)
Evidentemente que está muy bien rezar, por supuesto, pero tengo que caer en la cuenta de que esas palabras mías las escuchas Tú Señor o las escucha la Virgen María, las escucha Dios Padre.
Hay alguien a quien me estoy dirigiendo y, por lo tanto, interviene también mi afectividad, el cariño con que hablo y después, la sencillez con la que me doy a conocer.
De manera que Tú sí vas sabiendo quién soy yo, cómo soy yo, qué me gusta, qué me preocupa, qué me ayuda…. Y la verdad es que yo también tendría que irte conociendo Jesús.
¿CUÁNTO CONOZCO A JESÚS?
Es muy bonito leer el Evangelio también de esta manera como nos enseñó san Josemaría, metiéndonos en las escenas para verte Señor; para verte y conocerte, irnos haciendo cada vez más conscientes de cómo eres.
De manera que nuestro progreso en la fe se mida no tanto por qué cosas hago, sino por cuánto te conozco; así es Jesús.
Poder decir esto me pone muy cerquita el modelo, porque si así eres Tú Señor, yo tengo también muy claro cómo debo ser yo y entonces esa idea de ser como Cristo, de seguir tu ejemplo, se hace mucho más asequible porque te conozco.
Pensemos que este conocimiento en la Biblia no solo se usa para hablar del juicio final: “No os conozco”. Al comienzo de la Biblia dice:
“Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz…”
(Gn 4, 1).
Conoció Adán a Eva y ella concibe. La Virgen María, más adelante, cuando está hablando con el Arcángel san Gabriel dice:
“¿Cómo será esto si no conozco varón?”
(Lc 1, 34).
Al igual que con Adán y Eva, en el caso de la Virgen María, el conocimiento de Dios la embaraza.
MIRADA PROTECTORA
Conocerte Señor es algo que me llena de vida, que engendra en mí mi mejor versión, el deseo de ser alguien que se parece a Ti.
De manera que cuando nosotros vivimos nuestra religión no somos personas que asisten a una misa o que rezan un Padre Nuestro, sino te estamos conociendo Señor y nos estamos dejando conocer por Ti.
Entonces, ya estamos de alguna manera contigo, ya estamos entrando al Cielo. En el fondo, conocerte, dejarme conocer por Ti, es dejarme querer por Ti y es irte queriendo.
O sea, en la medida en que cada uno de nosotros Señor se acerca a Ti y tenemos esa paz que te acompaña, que te rodea, tenemos esa esperanza que nos hace vivir seguros, aunque el suelo se mueva un poco a veces.
Tenemos esa garantía de tu mirada protectora, como pasa con los niñitos que, si están dentro del ámbito de la mirada de sus padres, se sienten seguros.
Señor, que siempre nos conozcas, que siempre me conozcas y que yo te pueda conocer hoy un poquito más. No quiero que de ninguna manera puedas decirme al final de mi vida: “No te conozco”.
Para eso pido la intercesión de la Virgen santísima, para que, como ella, sea alguien muy cercano a Ti y Tú seas también alguien muy cercano a mí.
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