En estos 10 minutos con Jesús en que ya estamos casi terminando la Cuaresma, se acerca el final, este tiempo especial de conversión, de preparación a través del ayuno, de la oración, de la limosna, hemos procurado recorrerlo para conseguir un corazón nuevo, un corazón convertido.
Este ha sido el objetivo de nuestra Cuaresma: pedirle a Jesús que nos dé un corazón nuevo, un corazón convertido. Y lo hemos hecho a través del ayuno, la oración y la limosna; se lo tenemos que seguir pidiendo hasta que termine la Cuaresma:
“Jesús, dame un corazón nuevo, un corazón como el tuyo. Yo sé que puedo hacer muy poco, pero Vos, con tu gracia, podés hacer muchísimo en mi corazón.
“Con cinco panes y dos peces hiciste la multiplicación de los panes. Con mi pequeña mortificación, con mi pequeña penitencia, con mi pequeña oración, con mis pequeñas limosnas, podés hacer grandes cosas en mi corazón”.
Hay algunos que me han comentado que durante estos días han estado haciendo pequeñas privaciones o, al contrario, tomar un vaso de agua antes de cada comida. Cosas muy pequeñas de penitencia, pero que, en las manos de Jesús, por la gracia, se pueden transformar en grande.
UN CORAZÓN CONVERTIDO
Por eso pidámosle a Jesús que terminemos esta Cuaresma con un corazón convertido, con un corazón más parecido al suyo.
En el Evangelio de la misa vamos a leer un texto muy bonito de san Juan. Dice:
“En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el Templo donde una multitud se le acercaba. Él, sentado entre ellos, les enseñaba.
Los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola frente a Él le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en fragante adulterio. Moisés nos manda en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?»
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían con sus preguntas, se incorporó y les dijo: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra». Luego se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno detrás del otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer que estaba de pie junto a Él.
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?»
Ella contestó: «Nadie Señor». Jesús le dijo: «Tampoco Yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar»”
(Jn 8, 1-11).
MISERIA Y MISERICORDIA
Es un Evangelio muy bonito porque se quedan allí solos, la mujer y Jesús; la miseria y la misericordia, una frente a la otra.
Esto, ¿cuántas veces nos sucede a nosotros? Cuando nos detenemos ante el confesionario -por ejemplo- con vergüenza, con culpa, para ver nuestra miseria y pedir perdón; para ponerle nuestras miserias en las manos de Jesús.
Es muy bonito cuando Jesús le dice:
“Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?”
Porque yo no te acuso.
El amor, la misericordia de Dios es infinita y, además, gratis. No tiene precio, no podemos hacer nada para merecerla.
Por eso es muy bonita la imagen de esta mujer tendida en el suelo arrepintiéndose, golpeándose el corazón quizás, con un miedo atroz, porque estaban por apedrearla. Traspasando ese umbral de la conversión, del arrepentimiento.
LA CULPA BUENA DEJA PAZ
Es lógico que sintiera culpa en algún momento y no sabemos todas las cosas que se le pasaron, porque tendría miedo, tendría la muerte muy cercana; esta gente estaba dispuesta a apedrearla
Y, por otro lado, la culpa de sus pecados, porque habría llevado a muchos a la infidelidad (ellos lo habrían buscado también).
Pero ahí está esa mujer con su miseria y ahí está la misericordia de Dios para abrazarla. Esa misericordia de Dios no le pide nada, esa mujer no tiene nada, está absolutamente desposeída, tirada en el suelo.
¿Cuántas veces a nosotros nos pasa eso? Y es lógico que sintamos culpa, porque la culpa es buena cuando produce paz. Si no produce paz, es mala; no viene de Dios, viene del maligno.
La culpa buena deja paz porque nos sentimos perdonados por Dios, como esta mujer. Es lógico que haya dolor, si no hubiese dolor -como en el cuerpo- no tendríamos conciencia de la enfermedad.
Si a alguien no le duele el oído y tiene una otitis, el riesgo de que pierda el tímpano es enorme.
El dolor en sí mismo es bueno, porque es una señal de que tenemos algo, de que nos pasa algo en el cuerpo; es bueno en ese sentido como señal y nos mueve a que vayamos al médico, a que pongamos los medios, a que solucionemos aquello que lo está causando.
BUSCAR LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN
De la misma manera, el dolor en el alma también es lógico que produzca un cierto efecto para que busquemos la conversión del corazón, para que saquemos de allí ese pecado que nos está causando esa culpa, esa tristeza, ese dolor, porque pecamos, porque hicimos el mal, porque nos equivocamos.
Esta mujer se había equivocado y estaba allí tirada en el piso, llena de mugre, porque la habían arrastrado, la habían golpeado. Tendría sangre, barro… estaría hecha un trapo; estaba ahí en el piso tirada pidiéndole a Jesús, con su mirada, piedad.
Y Jesús muy bonito lo que le dice:
“Mujer, no hay nadie que te esté acusando, Yo no te condeno”.
Si la justicia humana no te puede condenar, Yo menos; la misericordia de Dios, menos.
LA MISERICORDIA DE DIOS ES GRATUITA
Qué bonito pensar que la misericordia de Dios siempre será gratuita. No está al alcance de nuestras obras conseguirla, no podemos hacer nada, no le podemos ofrecer nada a Dios, no hay precio que podamos pagar por la misericordia de Dios, justamente, porque no tiene precio, porque es infinita, porque está muy por encima de nosotros.
También nosotros tenemos que aprender a ser misericordiosos con los demás.
Qué cantidad de personas puede haber a nuestro lado que requieren de nuestra misericordia, de nuestro perdón, de nuestra paciencia, de nuestra capacidad de comprensión y qué importante que seamos misericordiosos, que tengamos estos mismos sentimientos de Jesús.
No condenar a nadie. Nadie ha hecho algo lo suficientemente grave como para que no podamos perdonarlo.
EL ALCANCE DE LA MISERICORDIA
Por eso Jesús nos da esta lección con esta mujer que ha sido sorprendida en adulterio y nos muestra el alcance de la misericordia.
Miseria y misericordia se enfrentan en ese duelo en el que gana la misericordia y absorbe y destruye la miseria; la miseria nuestra, con el perdón, con el poder de Dios, con la gracia.
Todo el poder de Dios se concentra para perdonar, porque Dios es así. Como el padre del hijo pródigo, sale todos los días al camino a buscarnos para que volvamos a Él.
Cada vez que pecamos, solo basta que nos levantemos.
Todos los días pecamos. El justo cae siete veces al día, dice la Escritura, también nosotros caemos un montón de veces y un montón de veces nos levantamos y le decimos:
“Señor, perdoname. Hice mal, esto lo hice mal, realmente mal, dame una segunda oportunidad, perdoname. Dame la capacidad de volver, ayudame”. Y el Señor siempre nos ayudará.
Por eso pidámosle esa misericordia siempre y también que nosotros seamos misericordiosos.