Hoy día le podemos decir al Señor, a Cristo Rey: “Señor quiero que reines en mi corazón, tu Reino en mi corazón”. También el cometa Halley, también las profundidades de los mares, también tantos animales de belleza extraordinaria, pero de esas cosas, de esos animales, de esos planetas…
¿Yo que te voy a dar, Señor, si no son míos? En cambio, mi corazón ¡ese sí! Y en verdad solo yo puedo darte eso que Tú deseas con un cariño inmenso, con cariño de verdad, porque quieres estar en mi corazón, quieres reinar en mi corazón, como Tú reinas.
TÚ, SEÑOR, REINAS AMANDO
Es decir: ¡dándote, dando cariño, amando, sirviendo! Porque Tú, Señor, reinas así. No reinas aprovechándote de las personas, de las cosas, como quien exprime una naranja y se queda con su jugo. No, Tú, Señor, reinas amando, sirviendo. así es el reino de Dios.
Y ahora que estamos estos días en 10 minutos con Jesús, muy contentos, celebrando estos tres años, tres años que son un regalo de Dios.
Es la oportunidad de tantos de nosotros, de hacer oración, de conocer un poquito más al Señor, de acercarnos a Jesús, de estar 10 minutitos con Él o “10 minutazos”, según lo que recemos…
Porque si solo habla el sacerdote, algo bueno hace, pero muy poquito. Y si solo escuchan los demás, algo hacen… pero muy poquito.
Es muy distinto cuando el sacerdote hablando, reza, o le pone empeño por lo menos. Y muy distinto cuando los que le ponen “play”, además de escuchar, rezan, levantan el corazón a Dios, eso es muy distinto, eso es muy bonito.
10 MINUTAZOS CON JESÚS
¡Ojalá que sean 10 minutazos con Jesús! “Minutos, Señor, de esos que tú llenas con tu presencia, con tu cariño. Y, que yo levante mis ojos, que yo levante mi corazón, que yo levante también mi voz hacia Ti. ¡Señor, que reines en mi corazón!”
Hay una homilía, de entre las que se recogen en ese librito “Es Cristo que pasa” de san Josemaría. Hay un momento de esa homilía en que san Josemaría, dice lo siguiente:
“Si pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes: comenzar por entregarle nuestro corazón. Si no lo hiciésemos, hablar del reinado de Cristo sería vocerío sin sustancia cristiana, manifestación exterior de una fe que no existiría, utilización fraudulenta del nombre de Dios para las componendas humanas”
(Es cristo que pasa. No. 181).
Hasta ahí esa cita de san Josemaría. Es exigente, es animante. San Josemaría toca la campana y nos pide que en verdad le entreguemos al Señor, lo podemos hacer tú y yo ahora, entregarle a Cristo nuestro corazón.
SER COHERENTES
¡Sí pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes! Comenzar por entregarle nuestro corazón, se lo podemos decir tú y yo ahora mismo:
“Señor, aquí está mi corazón, te lo entrego. Te lo entrego, no como quien entrega algo y después se queda sin aquello… no, no. Yo te entrego mi corazón, Señor, esto quiere decir: ¡Te entrego mi amor! ¡Me entrego a Ti!
Abro las puertas de mi corazón para que entres y pongas aquí tu lugar, tu reinado, tu amor. Para que, siendo dos, en verdad Jesús, por el amor que seamos uno. Para que tu corazón sea el mío, para que mi corazón sea el tuyo, Señor”.
Esto que nos dice, por supuesto, ¿Cómo no voy a querer eso? Bueno, querámoslo, querámoslo con más fuerza, querámoslo porque eso es amor verdadero, eso es amor sincero.
Luego, con la ayuda del Señor, con la ayuda del Espíritu Santo. Porque Pedro también quiso esto; uno se da cuenta de cómo Pedro tuvo que ponerle empeño y caminar, caminar el camino de la fe, de caminar el camino de ir mejorando poco a poco.
POCO A POCO, PERO CON DECISIÓN
Para que de verdad fuera así en los hechos, en la práctica, no solo en su propósito, en su deseo, en el amor que deseaba tenerle al Señor, ya era amor, pero un amor todavía en formación.
Nosotros también, seguramente iremos caminando poco a poco ¡Pero con decisión! En cada momento todo lo que podemos dar, en cada momento, ahora mismo: “Señor, quiero quererte con todo mi corazón, con toda mi mente, con todas mis fuerzas.”
Que son mentes, fuerzas, corazón, que van creciendo, que se va expandiendo, que se va haciendo más puro, más grande, más noble, más profundo, con la ayuda de la gracia.
El Señor, con su amor nos va expandiendo la libertad; el Señor, con su amor va purificando, haciendo más grande, más bonito nuestro amor. Que es un amor verdadero, que es una libertad verdadera, lo que tenemos.
QUE CRISTO REINE
Pero el Señor, con su presencia, con su cariño va haciendo más pura, más grande, más profunda nuestra libertad, nuestro amor. Como san Pedro, como san Agustín, como san Ignacio, san Francisco, santo Domingo, Teresita de Lisieux, Guadalupe Ortiz de Landázuri, san Josemaría…
¡Sí pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes! Comenzar por entregarle nuestro corazón y como dice san Josemaría: “sino lo hiciésemos, hablar del reinado de Cristo, sería vocerío sin sustancia cristiana”.
Y nosotros ahora le podemos decir: “Señor, yo quiero que mi entrega a Ti, mi amor a Ti, tenga mucha sustancia, que tenga un contenido, una densidad maravillosa”.
Hace ya bastantes meses me llamó la atención, porque estaba confesando niñitas chicas, que estaban en sus primeras confesiones, y alguna profesora les había contado la historia de la primera confesión de san Josemaría.
EL HUEVO FRITO
Y ¿Cómo lo supe?. Porque al terminar la confesión, una niñita me pregunta, con voz de una “envidia sana”, con voz de hambre: Padre, ¿es verdad lo del huevo frito? Pero con una voz como de deseo de “huevo frito”, de “hambre huevo frito”, de envidia, porque ¡le encantaba esa historia!
Que buena ocurrencia la de esa profesora, de contarle aquella historia a esa niñita, aquel hecho histórico, verdadero. Qué buena ocurrencia la de san Josemaría, de contarnos cómo fue la primera penitencia que le puso aquel sacerdote.
Que buena idea la de ese sacerdote de ponerle a aquel niño chico, Josemaría, esa penitencia cuando se confesó: dile a tu mamá que te hago un “huevo frito” y te lo comes. ¡Qué buena ocurrencia la de ese sacerdote!
Porque es que Dios es muy bueno, es que Dios es muy cariñoso, y asociar la misericordia de Dios en la confesión, el amor de Dios, el abrazo grande de Dios con nosotros en la confesión, asociarlo al recuerdo de un “huevo frito”… para Josemaría fue lo máximo.
UNA BUENA INTUICIÓN
Con aquel recuerdo, aquella buena intuición, con aquella buena idea, ese sacerdote puso en el alma de san Josemaría está convicción profunda, verdadera, de que Dios es bueno y que es Padre, que es cariñoso.
¡Qué buena idea la de ese sacerdote! ¡Qué buena idea la de san Josemaría de transmitirnos! ¡Qué buena idea la de esa profesora! Qué conciencia tan profunda, tan simpática tenía esta niñita de que Dios es bueno, de que Dios es Padre, de que Dios es cariñoso, de que Tú, Señor, reinas dándote, sirviendo, amando.
Qué bueno sería también que nos entreguemos al Señor, que le entreguemos nuestro corazón, pero hoy día hagámoslo especialmente a través de San José, que también es “nuestro padre y señor”, así lo llamamos tantas veces.
Acudimos a él, porque Dios, que es el Rey del Universo, el Señor de todo y de todos, ha querido ponernos a San José como nuestro padre y señor, con su señorío, con su cariño, con su servicio, san José nos muestra a ¡Cristo Rey!