EL SOPORTE DE NUESTRA FE
¡Felices Pascuas de Resurrección! Hoy celebramos la fiesta más grande de todo el año, la celebración más importante de todos los cristianos, el día en que Jesucristo venció definitivamente la muerte.
Después de tres días de haber muerto en la cruz, Jesucristo ha resucitado, y es para nosotros la esperanza más grande, el soporte más fuerte de nuestra fe.
Dice san Pablo:
«Si Cristo no hubiera resucitado vana seria nuestra fe»
(1 Cor 14, 15-17).
Podríamos centrar nuestra vida entera en este acontecimiento de fe que celebramos hoy, y es por eso el día más trascendente de nuestra vida, el más importante del año.
LA VIGILIA PASCUAL
Al momento de grabar esta meditación no ha sido todavía la misa de la Vigilia Pascual que el Papa Francisco suele celebrar cada año en la Basílica de San Pedro.
Y a diferencia de los dos últimos años que no había podido hacerse por la pandemia, en esta ocasión sí habrá Vigilia, así como hubo todos los oficios de Semana Santa con el Papa. Es por eso que será una misa especialmente emotiva.
Sin embargo, junto con la alegría de estar otra vez con el Papa, la pena de la guerra en Ucrania que nos tiene con el alma en vilo, también nos pone a rezar especialmente por todas las familias que de manera directa están padeciendo esta guerra.
Metámonos un poco en esta ceremonia de la Vigilia Pascual, te hablo de la misa del Papa; pero la realidad es que se celebra en todas las ciudades y pueblos de todo el mundo.
Una celebración que expresa de mil modos ese paso de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida nueva en la Resurrección del Señor, y está llena de símbolos: el fuego, el cirio, el agua, el incienso, la música, las campanas…
EL DÍA QUE NO CONOCE OCASO
Y mientras participamos en la Vigilia Pascual, reconocemos con la mirada de la fe que la Asamblea Santa es la comunidad del Resucitado; que el tiempo es un tiempo nuevo, abierto al hoy definitivo de Cristo Glorioso: «Haec est dies, quam fecit Dominus», este es el día nuevo que ha inaugurado el Señor: el día que no conoce ocaso.
La luz del Cirio es signo de Cristo, luz del mundo, que irradia y lo inunda todo; el fuego es el Espíritu Santo, encendido por Cristo en los corazones de los fieles; el agua significa el paso hacia la vida nueva en Cristo, fuente de vida; el Aleluya pascual es el himno de los peregrinos en camino hacia la Jerusalén del Cielo; el pan y del vino de la Eucaristía que son prenda del banquete escatológico con el Resucitado.
Todo esto es muy bonito, sin embargo, nos puede pasar por la cabeza la tentación de pensar: ¿qué tiene todo esto que ver conmigo? De pronto nos puede parecer que la Resurrección del Señor es un acontecimiento demasiado lejano y ajeno a nuestra vida de hombres y mujeres del siglo veintiuno.
CONVENCIDO DE LA VERDAD
Para responderte, me venía a la memoria la historia de un sacerdote de Japón que se ordenó conmigo.
En una entrevista (puedes verla en YouTube o pinchando aquí) que le hicieron poco antes de su ordenación empezaba diciendo: —Me llamo Keisuke Hasama, tengo 39 años y vengo de Japón. El próximo 4 de mayo seré ordenado sacerdote, pero hasta los 21 no sabía nada de la fe católica.
Y es que efectivamente KeisKei -como le decíamos de cariño-, era ateo, no conocía a Dios hasta que un amigo le habló de Jesús. Conoció de cerca el cristianismo, se convenció de su verdad, se dejó empapar de su belleza y pidió ser bautizado.
Y así lo hizo, y tuvo la suerte de ser bautizado de manos del Papa san Juan Pablo II durante la ceremonia de la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro en el año 1994.
Seguía diciendo en esa entrevista que le hicieron:‘Pienso que, de aquel día de mi bautismo al día de hoy, he cambiado muchísimo’.
EL DÍA MÁS IMPORTANTE DE NUESTRA VIDA
Sin duda que nosotros también hemos cambiado muchísimo desde que recibimos nuestro bautismo, la mayoría de los que me escuchan lo hicimos desde muy chiquitos casi al nacer, y aunque quizá no éramos tan conscientes, aquel día se produjo en nosotros la acción más imponente que Dios puede obrar en una persona.
El día de nuestro bautismo nos conecta con la resurrección de Cristo, recibimos todos los frutos de la resurrección de Cristo. Es por eso sin duda el día más importante de nuestras vidas: el día en que Dios comenzó a vivir dentro de mí, en nosotros.
En el Evangelio de la Misa que acabamos de celebrar, escuchamos las palabras del Ángel a las santas mujeres que fueron a buscar el cuerpo de Jesús:
«Buscan a Jesús el nazareno el crucificado no está aquí, ha resucitado»
(Mc 16, 6 ).
Así lo dijo el mensajero de Dios vestido de blanco a las mujeres que buscaban el cuerpo de Jesús en el sepulcro, y lo mismo nos dice también a nosotros el evangelista en esta noche:
“Acuérdate que Jesucristo no es un personaje histórico del pasado. Jesús vive, y camina delante de nosotros. Nos llama a seguirlo y a encontrar así también nosotros, como aquellas mujeres, a Jesús en el camino de nuestra vida”.
¿ESTO A MÍ CÓMO ME AFECTA?
Por eso, frente a la pregunta de ¿esto a mí cómo me afecta? La respuesta nos la da san Pablo:
“Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”
(Gal 2, 20).
Y en nosotros sucede algo parecido al ‘, cuando todo se fue expandiendo a raíz de una explosión… pues eso es lo que sucedió el día de nuestro bautismo, como una especie de ‘bigbang interior’ que se fue expandiendo con cada vez más fuerza dentro de nosotros y también hacia los demás. <
En algunas iglesias de Oriente todavía celebran el bautismo llamado ‘por inmersión’, sobre todo a los adultos, que es cuando los sumergen completamente en el agua, para simbolizar la muerte de Cristo, su participación en la muerte de Cristo, y luego al salir queda más patente lo que realmente allí sucede: que por el Bautismo participamos en la Muerte, pero sobretodo en la Resurrección de Jesús.
MOTIVO DE INMENSA ALEGRÍA
Es un motivo de gran alegría, ya que la resurrección de Jesús, me hace partícipe de su vida divina, que ser cristiano no es sólo seguir unos mandamientos sino fundamentalmente, es seguirte a Ti Señor, es seguir a una persona, que no está quién sabe dónde, sino que vive en mí, porque se me ha dado la vida de Dios, soy hijo de Dios, somos hijos de Dios.
Si Jesús resucitado se hubiera quedado en Jerusalén, así como para que lo fuéramos a ver, no hubiera sido tan eficaz como lo que hizo por el Bautismo. Ascendió a los Cielos: resucitó y se fue al Cielo. Y también se quedó en la Eucaristía.
Pero está de manera muy especial en cada bautizado. ¡Vive Cristo en nuestras almas!
EL BAUTISMO NOS HACE CIUDADANOS DEL CIELO
Ahora que más o menos ya podemos volver a viajar, algunos aprovecharon estos días para ir incluso al extranjero a un país que no es el suyo, y para eso acudieron antes a la Embajada de aquel país para obtener una visa, un permiso para poder entrar en ese país que no es el suyo.
Bueno, es igual por el bautismo, nosotros no acudimos como a una embajada para recibir una visa, si no que acudimos a la secretaría de relaciones exteriores en la que recibimos el pasaporte del Cielo para recibir la vida de Jesús resucitado; una nueva ciudadanía. Dejamos de ser sólo ciudadanos de la Tierra para ser también ciudadanos del Cielo.
Por tanto, somos de la Tierra y somos del Cielo, porque por el bautismo, Cristo comienza a vivir en nosotros.
Podríamos decir que somos ciudadanos del Cielo instalados provisionalmente en esta Tierra durante un tiempo en que el Espíritu de Dios transforma progresivamente el mundo en el Cielo, sirviéndose de nuestra libre correspondencia al Amor de Dios.
Pues esta es la realidad central de un cristiano, y por ello hoy es motivo de gran Alegría: que Cristo ha resucitado y que por el bautismo nosotros participamos de esa resurrección, de esa misma vida divina.
Al morir no moriremos para siempre, sino que resucitaremos con Él.
RESUCITAR EN CRISTO
Vamos a terminar como siempre, acudiendo a la Virgen María. La Virgen muchas veces había experimentado cómo de la nada, Dios había hecho maravillas de ella, de esa doncella de Nazaret, de aparentemente tan poca cosa, porque sabemos Madre, que tú eres lo más bello que Dios ha hecho en este mundo, pero tú te sentías así, poca cosa, y como Dios, de tí, hizo una reina y una madre: la Madre de Dios y la Madre de todos los hombres.
Pues así nosotros, que somos tan poquísima cosa, hoy Jesús nos toma y nos levanta, nos resucita del pecado para vivir la vida de los hijos de Dios.