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ENEMIGOS, DE LA CRUZ

cruces

«Hay muchos que viven como enemigos de la Cruz de Cristo, esos tales acabarán en la perdición»

(Flp 3, 18).

Así nos advierte san Pablo en la primera lectura de hoy:

«…esos tales acabarán en la perdición.»

Señor, yo no me quiero perder. Yo, que estoy vivo en este mundo, puedo llegar al Cielo a estar contigo, con el Padre, con el Espíritu Santo, con la Virgen, con todos los santos, con todos los ángeles, disfrutando en la eternidad para siempre o puedo condenarme, puedo perderme.

«…esos tales acabarán en la perdición» nos dice san Pablo. Yo no quiero perderme y no quiero Señor que tampoco ninguno de los que hacen oración con este podcast se pierda y nadie en el mundo.

Me acuerdo ahora de aquella oración tan bonita que le enseñó el ángel de la paz a los pastorcitos de Fátima:

“Oh, Jesús, líbranos a todos del infierno, socorre a todos, especialmente a aquellos que más lo necesitan”.

Más o menos va así esa oración, como una oración para que todos se salven.

Señor, que nadie se pierda, que nadie se pierda para la eternidad y que en este mundo también la gente esté contenta.

FELICES EN EL CIELO

¿Cómo vamos a hacer para estar contentos aquí en la tierra y luego ser completamente felices en el Cielo? Pues amando la Cruz.

Aquí nos lo pone san Pablo en negativo, digamos: «Hay muchos que viven como enemigos de la Cruz de Cristo…» Esas personas no están alegres, no están felices, traen odio en su corazón.

Recuerdo que una vez escuché que, en el sur de España, en un pueblito, había un convento de monjitas con una cruz muy bonita en la fachada y la alcaldesa de ese pueblo se empeñó en quitar esa cruz.

Lo intentó una vez, lo intentó dos veces, lo intentó tres veces, hasta que pudo tirar esa cruz, como que le molestaba, como que se manifestaba enemiga de la Cruz de Cristo.

Y ¿por qué? Pues es que la Cruz no es un simple adorno. Como adorno puede ser muy bonita, pero no es un adorno, es un signo del amor de Dios, de que el amor de Dios es verdadero, que Él es capaz de sufrir por nosotros.

Porque para que un amor sea verdadero, debe tener esa fuerza de hacernos capaces de sufrir por el bien de aquel a quien amamos.

Tú Jesús sufriste tremendamente por nuestro bien para borrar el pecado, para hacernos justos y así poder entrar en comunión contigo. Nos ofreces esa gracia que nos borra el pecado.

VIVIR COMO HIJO DE DIOS

Pues yo quiero abrir mi corazón a esa gracia y vivir como hijo de Dios luchando contra mis limitaciones, mis defectos, mis pecados; esforzarme por ser buena persona y comunicar la maravilla del amor de Dios a los demás.

Eso, efectivamente, puede suscitar animadversión; una persona que no se esfuerza por ser mejor.

Todos en el corazón tenemos esa llamada de Dios a ser santos, a ser buenos, pero si uno no quiere serlo, al ver a alguien que se esfuerza, es normal que se enoje y que lo quiera rechazar.

Me acordaba de aquellas palabras del libro de la Sabiduría que dicen así:

«Preparemos trampas para el justo, pues nos es molesto;

se opone a nuestros actos,

nos echa en cara pecados contra la Ley,

nos denuncia de faltas contra la educación que recibimos.

Declara que conoce a Dios

y se llama a sí mismo hijo de Dios.

Es un reproche de nuestros pensamientos,

sólo el verle nos resulta una carga,

pues lleva una vida distinta de los demás

y sus sendas son diferentes»

(Sb 2, 12-15).

A veces puede pasar eso, que te esfuerces por ser buena persona y que la gente te rechace, se burlen de ti, te pongan obstáculos, te rechacen, incluso se aparten de ti, que ya no quieran tu amistad.

Pues Señor, nos duele, pero preferimos ser amigos tuyos, preferimos estar contigo y te pedimos por todas las personas, como decíamos al inicio.

RELATO

Me acordaba, también con estas palabras de san Pablo: “enemigos de la Cruz de Cristo”, de un pequeño relato de un libro de Chesterton que se llama La esfera y la Cruz. Es una novela, una ficción muy bonita. Empieza con un monje y el demonio que están en un globo aerostático (que es la nave del demonio) y están dialogando.

Habla acerca de la cruz y acerca de la esfera. La cruz que es el signo de Cristo, del amor de Dios -como decíamos- y el demonio que quiere hacer una como religión universal, cuyo signo es la esfera, porque en la esfera todo es armónico.

En cambio, en la cruz, no es armónico, sino que está encontrado. Y están dialogando así de eso. Te voy a leer un poco del diálogo que tienen:

“Una vez conocí a un hombre como usted, Lucifer -siguió diciendo el monje monótonamente sin ninguna inflexión especial-. Aquel hombre adoptó…”

Y en ese momento el demonio se enoja mucho y dice:

“No hay un hombre como yo -protestó Lucifer con tanta violencia que su nave dio un bandazo”.

Pues ahí ya nos habla de la soberbia de esta persona, del demonio, que no reconoce que Dios es Dios y él se quiere apoderar de su lugar.

CRUCES

“Como iba diciendo -prosiguió Michael-, aquel hombre adoptó ese punto de vista según el cual el símbolo de la cristiandad es una expresión del salvajismo y la irracionalidad. Su historia es muy elocuente. Es una alegoría perfecta de lo que les ocurre a los racionalistas como usted.

Comenzó, naturalmente, por eliminar de su casa los crucifijos, fuera el que llevaba al cuello su esposa, fueran incluso los que aparecían en los cuadros colgados de las paredes.

Aquel hombre decía, como usted, que eso era una simple forma fantásticamente arbitraria, una monstruosidad amada por paradójica. Entonces empezó a hacerse más y más fieramente excéntrico; rompía las cruces que encontraba en los caminos, pues vivía en un país católico romano.

Finalmente, en la cumbre de sus despropósitos, se subió una noche a la torre de una parroquia y echó abajo la cruz que la coronaba mientras profería brutales blasfemias bajo las estrellas.

Después, una noche de verano, cuando regresaba a su casa a través de una senda, su locura diabólica comenzó a insuflarle ideas para cambiar el mundo.

Se detuvo unos instantes para fumar, mientras pensaba en todo aquello, frente a una interminable estacada y, de repente, se le abrieron desmesuradamente los ojos.

No es que viera una luz hiriente, no es que viera de súbito un libro abierto y revelador, sino que observó que la estacada era algo así como un ejército de cruces que se extendían hacia las faldas de la colina.

Entonces alzó su bastón y cargó contra las cruces. Milla tras milla a lo largo de su camino fue descargando bastonazos contra las cruces. Cuando llegó a su casa era un hombre literalmente loco.

Se dejó caer en una silla, pero al instante le pareció que la carpintería del mobiliario reproducía también aquel símbolo, para él horrible, aquella imagen intolerable. Se metió en la cama pensando que todo respondía a una confabulación.

Y al poco se levantó para cargar contra los muebles, a los que tenía por cruces dispuestas de distintas maneras. Y luego pegó fuego a su casa, pues la tenía por hecha de cruces… Lo encontraron en el río…

Lucifer lo miraba con sus labios crispados. – ¿Esa historia es real? – preguntó. ¡Claro que no! Dijo Michael alegremente. Es una parábola que los representa a usted y a sus racionalistas. Comienzan ustedes por destrozar la cruz y acaban destrozando el mundo habitable”.

AMAR LA CRUZ

Estas palabras de Chesterton me parecen muy sugerentes. Cómo Tú, Señor, nos facilitas la vida, nos muestras la Cruz.

Si amas la Cruz las cosas son más sencillas; si amas la Cruz, aceptarás los límites que tiene esta vida; aceptarás también el dolor y las pruebas que Tú nos mandas como purificación para tener un corazón que sólo ame a Dios, que ame a Dios sobre todas las cosas, cosa que nos hará felices aquí en la tierra y nos abrirá las puertas del Cielo.

Le pedimos a nuestra Madre, la Virgen, que amó la Cruz, estuvo junto a Jesús en la Cruz sabiendo que ahí estaba nuestra salvación. Que nos ayude a entenderla y amarla, el saber comunicar esa alegría de estar en la Cruz a las demás personas.

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