LA ESTATURA = HIJO DE DIOS
No sé cómo será tu experiencia con datos como la estatura, o cómo se hacen los trámites en tu país para sacar la licencia de conducir, el carnet/documento de identidad o alguna cosa de esas).
A mí me ha resultado curioso que siempre me pregunten, estando ahí delante yo: ¿color de ojos? ¿color de piel? ¿tipo de sangre? (bueno, aunque esta última pregunta es válida porque cómo va a saber qué tipo de sangre tengo). Y siguen… ¿estatura? y otras preguntas para completar los datos que quedan ya en el sistema.
Pero hoy me acordaba de esa pregunta: ¿estatura? La primera vez que me la hicieron, respondí a “ojo de buen cubero”, como dicen, porque no es que me hubiera medido recientemente. Y claro, no podía decir 1.95 porque salta a la vista que no soy alto. Tampoco podía decir 1.50, porque no soy tan bajo. Así que tiré un dato promedio, dije: 1.72. Y esa es la estatura que se ha quedado en mis documentos oficiales. La verdad es que nunca la he corroborado, porque qué más da.
Aunque desde hace unos años he pensado que ese espacio lo debería rellenar una frase, no un número. En lugar de 1, 72 debería decir: “hijo de Dios”. Así, tal cual: “Estatura: hijo de Dios”.
En los evangelios no se nos dice la estatura de nadie y al mismo tiempo se nos dice la de todos. Me explico, ¿no? La medida numérica no la encontramos en las páginas que nos narran tu paso por la tierra, Jesús. Pero si vemos a personas que se sentían pequeñas. No humildes, sino aplastados: les pesaban sus miserias, se les había encogido el corazón y, con él, la existencia entera.
LA ESTATURA DEL ALMA
Uno de estos personajes anímicamente enanos vivía en Jericó. Resulta que no solo tenía el alma achiquitada, sino que también era bajo de estatura. Y de su encuentro contigo, Señor, vamos a meditar hoy, y lo haremos de la mano de unas palabras del papa Francisco en la JMJ del 2016, en Cracovia.
El Papa decía que: “El evangelio de hoy nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo, en Jericó (cf.Lc 19, 1-10). Allí Jesús no se limita a predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere –nos dice el Evangelista– cruzar la ciudad [Jericó] (cf. V.1).
Con otras palabras, Jesús desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente”. (Campus Misericordiae, Cracovia, Domingo 31 de julio de 2016).
O sea, Dios no solo está… Dios se quiere encontrar contigo. Pasa, pero no pasa por ahí por casualidad. No estamos aquí por casualidad, no estoy haciendo este rato de oración por casualidad. Dios pasa y se quiere encontrar conmigo, contigo… ¿Y qué hago yo? ¿Qué haces tú?
INGENIO ANTE EL PROBLEMA DE ESTATURA BAJA
Sigue el papa diciendo: “Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo, jefe de los publicanos, es decir, de los recaudadores de impuestos.
Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama, no podía ni siquiera acercarse al Maestro. Sin embargo, el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder con cada uno de nosotros”.
¿Quiero que Dios cambie mi vida? Bueno, Dios pone de su parte, nosotros tenemos que aprender a poner de nuestra parte.
“Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús. No fue fácil para él, tuvo que superar algunos obstáculos (…) El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro, porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos.
LA MINIMA ESTATURA
Esta es una gran tentación, que no solo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también a la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1) (…) Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre”.
¡Ahí está lo que dice el Papa! Esa es tu estatura y la mía: hijo de Dios. Esto es lo que Zaqueo no sabía. Esto es lo que está a punto de descubrir. El hecho de que siempre estamos a la altura, que Tú, Jesús, quieres contar conmigo, porque estoy a la altura, porque soy hermano tuyo, hijo de Dios Padre.
Cuando se escogen equipos para un partido informal entre amigos de fútbol o de cualquier deporte, a veces al que lo escogen de último se siente mal, porque no se termina de “sentir a la altura” ... Bueno, pues a nosotros Dios nos escoge de primero siempre. ¡Siempre!
Sigue diciendo el papa: “Entienden entonces que no aceptarse, vivir descontentos y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea.
Para Jesús –nos lo muestra el Evangelio-, nadie es inferior y distante, nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e importantes. ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante Él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú, tal como eres. A sus ojos, vales, y lo que vales y lo que vales no tiene precio”.
Así. Estas son las palabras del Papa. Y yo pensaba ¡por supuesto! Dios piensa que soy importante. No, no piensa, ¡sabe que soy importante! Y lo mismo de ti.
DIOS MIRA NUESTROS CORAZONES
“Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5).
La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón. Jesús mira nuestro corazón, el tuyo, el mío”.
¿Cómo me ve Dios? Ve en mí lo que vio en Zaqueo ese día... Tú y yo podemos “ir descubriendo en el fondo de nuestra alma el auténtico rostro de Dios y la manera en que sus hijos estamos llamados a vivir, sabiéndonos mirados por Él con infinito cariño.
[Y es que] en efecto, un padre no quiere a su hijo por lo que hace, por sus resultados, sino sencillamente porque es su hijo. Al mismo tiempo, le lanza al mundo y procura sacar lo mejor de él, pero siempre partiendo de lo mucho que vale a sus ojos”. (Nuevos Mediterráneos, Lucas Busch).
ES NECESARIO QUE LLEGUE A TU CASA
Termina diciendo el papa: “Escuchemos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen dichas a propósito para nosotros, para cada uno de nosotros: «Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (…) El Señor (…) quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños.
Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración.”
Pues así estamos tú y yo en este rato de oración. Y esto es lo que vamos descubriendo cada día en Hablar con Jesús. Descubrimos su mirada.
Y con ella descubrimos nuestra estatura, nuestra identidad. No te vayas a olvidar, ¿no? Hijo de Dios, no 1.72 ni lo que sea, no. Hijo de Dios. Y si te fijas bien, junto a la mirada de Jesús, está la de su Madre, María, que es Madre nuestra. ¡Con qué cariño nos mira Ella también!
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