Hace poco leí el titular de una noticia en la que un sacerdote hablaba de cuándo empezar a preparar la casa con los arreglos de Navidad y leyendo los muchos comentarios a esa noticia llegué a la conclusión de que: “mira, ¿sabes qué? cada quien que haga lo que puede”. Porque en esto de las tradiciones de Navidad las opiniones son tan variadas como las culturas y dependiendo del país, hay quienes empiezan con el primer domingo de Adviento -hace una semana-, otros con la solemnidad de la Inmaculada el próximo 8 de diciembre; hay lugares donde incluso empiezan desde el 18 de noviembre… y la verdad es que la Iglesia no ha declarado claramente cuándo hay que empezar a arreglar la casa para la Navidad.
Lo que sí tiene claro es que con el tiempo de Adviento hay que empezar a preparar la propia alma para la Navidad, que es motivo de alegría por saber que Dios nos ama con tanta locura que está dispuesto a hacer incluso más de lo necesario por nosotros. Es tiempo de Adviento, tiempo de espera, tiempo de preparación.
Tal vez por eso creo yo que la Iglesia no ha fijado nunca la fecha universal para colocar la decoración navideña: porque lo que le interesa más es la preparación interior, la preparación del alma. Y para eso sí hay fecha: llevamos ya una semana de este tiempo de Adviento, de este tiempo de preparación y podemos sacar cuentas de cuánto hemos avanzado en esta primera semana de preparación para recibir la Navidad de Cristo en nuestras almas.
EL SUPERHÉROE FAVORITO
Hablando de preparación, hace pocos días un amigo sacerdote me invitó al colegio donde él es capellán para que le ayudara en la atención de los muchachos más pequeños y me pidió una charla muy breve a niños muy muy pequeños. La charla podría ser sobre cualquier tema, pero por supuesto, un tema buenísimo es el Adviento.
La verdad es que me agarró fuera de base, no tenía nada preparado porque fue un poco sobre la marcha. Pero como suele suceder, los sacerdotes tenemos a veces ayuda desde el Cielo. Recibí una iluminación desde arriba y se me ocurrió preguntarles a los muchachos cuál era su superhéroe favorito. Todos levantaron la mano y todos querían responder: Capitán América, Superman, Thor, Iron Man, Hulk, Aquaman… Típico, todos los superhéroes clásicos, uno más fuerte que el otro.
Pero lo que me sorprendió fue que uno de los niños pequeños respondió que el superhéroe que él admiraba más era Ant- Man (el hombre hormiga) y lo admiraba por su gran fuerza siendo el más pequeño de todos los superhéroes. Claro, esta respuesta me sorprendió porque no la esperaba. Efectivamente, el muchacho en cuestión era pequeñito y yo creo que por eso se identificaba con Ant-Man.
TIEMPO DE ADORACIÓN
Pero la respuesta vino a la perfección, porque en ese tiempo de preparación para la Navidad, tenemos que aprender a maravillarnos nuevamente de que, entre los muchos poderes -los muchos súper poderes si queremos decir- que Dios puede usar (vamos, Dios es el Omnipotente), Él eligió este superpoder, el de Ant-Man, que es el que vamos a celebrar dentro de poco. Pudiendo ser Dios grande como Hulk o fuerte como Superman, prefirió hacerse pequeño como Ant-Man y, aunque no lo parezca, es también un súperpoder.
“Sé que estamos en este rato de oración contigo, Señor. No somos unos niños de colegio y probablemente no seamos especialmente aficionados a las películas de superhéroes, pero aplica lo mismo: este tiempo es especial para despertar ese letargo que nos impide ver con ojos nuevos ese milagro de la Navidad. El milagro de un Dios que nos ama tanto, que renuncia a gran parte de su grandeza para acercarse a nosotros”.
“Y tú, Señor, no solo realizas ese milagro con la Encarnación en las purísimas entrañas de María, sino en cada comunión”. El milagro de la Encarnación es, en cierto sentido, análogo al milagro de la Eucaristía. El Dios creador del cielo, de la tierra, del universo entero, vuelve a hacerse pequeño como un trozo de pan para acercarse a nosotros, hasta el punto de que te podemos recibir milagrosamente en cada comunión, cosa que no merecemos en absoluto.
TIEMPO DE PREPARARNOS PARA LA NAVIDAD
Por eso yo creo que entre los muchos modos que podemos utilizar para prepararnos para esta nueva Navidad que se acerca, uno de los modos que más nos puede servir es siendo muy piadosos. Si hacemos un esfuerzo en vivir cada misa con el asombro de la primera vez; si nos maravillamos ante la humildad de un Dios que quiere habitar en medio de nosotros, en esa cárcel de amor que es el Sagrario; que quiere que le recibamos en nuestras vidas cada vez que comulgamos…
Yo estoy seguro de que así será más fácil prepararnos durante este Adviento para vivir la Navidad como la vez primera y maravillarnos ante esa humildad de un Dios hecho hombre, frágil para habitar entre nosotros.
Pero del mismo modo que vivir bien la Eucaristía requiere de un esfuerzo de nuestra parte -todos tenemos experiencia de esto-, por amor a Ti Señor, haremos lo mismo en este tiempo de Adviento. No se trata de un tiempo penitencial tan marcado como el tiempo de Cuaresma, pero sí que tiene que haber algo de renuncia, en especial a todo aquello que pueda ser impedimento para recibirte Jesús. No vaya a ser que por estar distraídos en cosas que no van, nos perdamos la Navidad, como tantos se la perdieron hace más de dos mil años.
LA PRIMERA NAVIDAD
Esos hombres esperaban un Mesías con toda su grandeza, con el poder militar que los liberaría de la opresión de Roma. Esperaban un rey al estilo de Hulk o de Superman y no fueron capaces de darse cuenta de que podrían encontrarlo en la humildad de un niño pequeño como cualquier otro. Oye, ¡qué no daríamos nosotros por haber presenciado esa primera Navidad! Yo creo que nuestra imaginación se queda siempre corta. Aquellos hombres y mujeres sí que pudieron hace más de dos mil años, pero se les podría aplicar eso del prólogo de san Juan:
“Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron”
(Jn 1, 11).
Pues si no estamos atentos nosotros, si no estamos preparados, también se podría aplicar eso mismo del prólogo de san Juan a nosotros en pleno siglo XXI.
Quitar lo que sobra, hacer una pausa para mirar nuestra vida como la estás viendo Tú Jesús. Arrancar con la penitencia y la expiación generosa esas escamas de los ojos que nos dificultan verte en lo pequeño, en lo escondido, en lo cercano a nosotros.
TIEMPO DE HACERNOS PEQUEÑOS COMO JESÚS
Y por cierto, retomando esa anécdota sencillísima de la charla con los niños pequeños, después, al finalizar, nos pusimos de rodillas delante del Sagrario y le pedimos todos juntos a Dios que nos diera también a nosotros ese superpoder de Ant-Man: la posibilidad de hacernos muy pequeños.
Claro, en el caso de estos niños era una petición súper asequible, Señor: ellos ya son pequeños. No te pedimos nada complicado porque ellos son sumamente pequeños y sus almas impresionantemente inocentes, muy limpias y estas cosas las captan con una facilidad asombrosa. Pero a nosotros, que no somos tan jóvenes, nos toca pedir exactamente lo mismo que ellos, pero con más urgencia. Señor, más humildes, queremos ser más humildes.
Nos quedan solamente tres semanas para ganar en esa pequeñez, en humildad y así poder entrar en ese portal de Belén donde todos son humildes. Son tres semanas para pisotear la propia soberbia con pequeños actos de renuncia por amor a Ti Señor.
Vencer la soberbia cuesta un mundo, pero es imprescindible si queremos acercarnos a un Dios que ya eligió hacerse pequeño para estar cerca de nosotros.
Y por fortuna ese mismo Dios quiso dejarnos una madre estupenda, una madre que nos enseña con su ejemplo vivo a ser humildes, a despojarnos de nuestra supuesta grandeza, a maravillarnos del modo en que Dios resuelve las cosas, aunque no coincida siempre con nuestro criterio.
Pues que esta Navidad no nos sorprenda como a mí en esa charla en el colegio: fuera de base, mal preparados, porque no queremos correr el riesgo de perdernos la maravilla del nacimiento de un superhéroe.