SABER QUIÉN ES
En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes decía: —A Juan lo mandé a decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas? Y tenía ganas de ver a Jesús.
Sí, dice el Evangelio que Herodes tenía ganas de ver a Jesús. Tenía una gran curiosidad de ver quién era.
En Herodes vemos el horrible sufrimiento de un pecador que no se arrepiente. Cuando alguien no se arrepiente, se produce en su interioridad algo así como una intoxicación espiritual, que llena su cabeza y su corazón de vanidad. Y por lo tanto, de unas dudas tremendas.
Herodes tenía envidia y celos. No aceptaba que otro pudiera tener más que él o ser mejor que él. De allí la curiosidad, quería conocer a Jesús y ver cómo era.
Y él se preguntaba: —¿Qué pasará? Qué me va a pasar a mí, si hay alguien que me persigue?, ¿que me quiere quitar todo?, ¿qué será de mí?
Creía que se estaba organizando un complot contra él. Tenía una especie de neurosis, de delirio de persecución; y todo motivado por el exceso de vanidad.
TENER CONCIENCIA
El amor propio es terrible. Cuando hay amor propio, uno se sobrevalora, piensa que es mejor que los demás, que tiene mejores conocimientos, se jacta de sus virtudes, ‘aparentes virtudes’. Es una persona vanidosa, engreída, incluso altanera. Y eso lo tenía Herodes.
Y cuando los Reyes Magos fueron a visitarlo, Herodes les mintió. Les pidió datos y les dijo que él también quería ir a adorar al Niño Dios. Y era mentira. Luego mandó matar a los niños…
Cuando una persona hace algo malo y tiene conciencia, y su conciencia está bien formada, le dice la verdad, hay un arrepentimiento, hay un dolor grande por la falta que se ha cometido y uno va y pide perdón: y cambia y mejora.
Pero cuando no hay arrepentimiento, el mal continúa dentro y ese mal va creciendo también. Hay muchos que, como Herodes, no se arrepienten de sus pecados y el diablo se mete en sus vidas, en sus corazones.
Y entonces, el mal va creciendo, va creciendo, va creciendo y esa persona se va corrompiendo, se va malogrando. Vive esclavizado por el propio pecado. ¡Es un tormento vivir as! Entonces en Herodes vemos eso.
Herodes busca información, y ahora hay mucha gente también que busca información, quiere saber lo que está pasando, quién me está persiguiendo, si hay enemigos que me quieren quitar todo…
Uno piensa así, puede tener ese delirio de persecución… Y eso mueve la curiosidad. También hoy con el exceso de información que hay en la sociedad, despierta la curiosidad. Se le dan demasiadas vueltas a las cosas, se hacen conjeturas y no se conoce la verdad con el exceso de información. Porque muchas veces está motivado por la soberbia, por el amor propio, por el beneficio personal.
Uno quiere conocer lo que está pasando pero por amor propio. Como Herodes, que quería saber que le digan, que le resuelvan las cosas, que no le engañen. Quería conocer todo desde la vanidad.
UNA OPORTUNIDAD DE CONVERTIRSE
Herodes era un rey. Y cuando el rey, -el que manda y tiene la autoridad- tiene amor propio, tiene envidia; esa envidia es corrosiva, empieza -con el poder que tiene- a maltratar a los que están más abajo, incluso él estaba dispuesto a matar.
Y vemos lo que hace. No solamente manda a matar a los niños, sino luego le corta la cabeza a Juan Bautista. ¡He ahí una corrupción total del corazón!
Herodes era un depravado. Y por eso termina como termina: muy mal. El caso de Herodes es un triste modelo de cómo perder también una gran oportunidad para convertirse. Porque no pudo convertirse.
Herodes tenía a Dios. Dios venía al mundo justo en su época, y él podía haber sido humilde y reconocer sus pecados como toda persona. Reconocer sus limitaciones y abrir su corazón a Dios.
Si se hubiera arrepentido, si hubiera pedido perdón por las cosas que hizo, incluso esas barbaridades que hizo, el Señor le hubiera perdonado. Pero él continuó en el mal y no quiso abrir su corazón a Dios.
Hay mucha gente que quizás no está abriendo su corazón a Dios, y al ver este pasaje del evangelio, que nos da tantas luces, encontramos allí esa luz que nos hace ver. Hay que abrir, -como decía san Juan Pablo II- de par en par las puertas del corazón, para que Dios entre.
Y aunque seamos muy pecadores, aunque nos hayamos hecho cosas tremendas. Dios siempre está dispuesto a perdonarnos.
A la luz de este Evangelio, recemos por los que no están arrepentidos, para que sean humildes y se arrepientan de verdad. La oración también puede mucho y como dice el refrán: ‘es de sabios rectificar’. Y todos tenemos mucho, mucho que rectificar.
DIOS NOS PERDONA SIEMPRE
Pero Dios nos espera. Dios nos espera con los brazos extendidos. Nos espera como el padre del hijo pródigo, aquel hijo que se fue de la casa, que gastó todo, que estaba arrepentido. Y entonces el padre lo recibe con los brazos abiertos, lo llena de besos, le prepara un banquete. Fue algo maravilloso el retorno del hijo pródigo.
Así vuelven muchos pecadores cuando hay humildad, cuando se reconocen los errores, cuando se reconocen los pecados, cuando se pide perdón por los pecados, por lo que no hemos hecho bien
El Señor siempre nos perdona y es una cosa maravillosa. El perdón de Dios es algo grandioso. San Josemaría decía que lo que más le admiraba era el perdón de Dios. Un Dios que perdona.
Acudamos a María Auxiliadora, nuestra Madre. Ella nos conoce muy bien, nos aconseja y nos ayuda a pedir perdón para que seamos rescatados por el Señor.
Ella nos coloca en el camino correcto, que es el camino de la humildad y la verdad. A rechazar el amor propio, la vanidad, el pecado de soberbia que es el pecado más grande y el pecado que más nos ciega.
Y vamos a pedirle al Señor, que sea humilde. Como le decía san Josemaría:
“Señor, tengo esta experiencia de la soberbia, hazme humilde, porque la humildad es la verdad”
(véase Camino. Humildad, cap. 27).
Y con la humildad se recibe la gracia de Dios y con la humildad se crece bien.
Ese endiosamiento es bueno. Dios se mete en nuestra vida, nos hace felices, nos hace libres y podremos ayudar a muchísima gente. Vale la pena decir que sí a todo lo que Dios nos pide para que estemos en el camino correcto, en el camino que lleva al Cielo.