REINO DE LOS CIELOS
En estas últimas semanas del calendario litúrgico, la Iglesia nos propone considerar las verdades últimas de la vida nuestra: la muerte, el juicio, el infierno, el cielo. Y hoy concretamente, consideramos la respuesta de Jesús a quienes le preguntaban sobre eso del Reino de los Cielos, que había de venir. Y luego claro la gente le pregunta ¿Cuándo vendrá? ¿Quienes formarán parte de ese Reino? ¿Dónde será?
Hoy en el Evangelio vemos cómo el Señor responde a estas tres preguntas.
¿CUANDO?
La primera consideración es ¿cuándo? En otras oportunidades, Jesús enseña que con su venida, ese reino ya empezó, ya arrancó, está en medio de nosotros, está creciendo sin que nos demos cuenta, crece con la acción silenciosa de la gracia en las almas que buscan ser santos. Es como el grano de mostaza, es como la levadura.
Quien no sabe cómo funciona el crecimiento del grano de mostaza, quien no sabe cómo funciona la fermentación que produce la levadura, probablemente podría perder la paciencia, entrar en desesperación, puede incluso perder la fe y la confianza en el poder de Dios y en su amabilísima providencia.
Así nos sucede a nosotros, cuando vemos el mal en el mundo, la persecución de los cristianos, el avance de las perversiones más retorcidas en la sociedad y, en especial, cuando vemos el avance del mal en nuestras almas.
TENEMOS LA ESPERANZA QUE DIOS ACTÚA EN EL ALMA
Esto ha sido siempre así porque lo vemos retratado en lo que escribe San Pablo en la carta a los romanos, capítulo VIII:
“pero veo otra ley en mis miembros -reconoce San Pablo- que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza bajo la ley del pecado que está en mis miembros”
(Rom 7,23).
San Pablo parece perder también la paciencia, si viene el Reino de los Cielos, yo lo que veo dentro de mí es otra ley:
“¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte…?”
(Rom 7,24).
Aún así si es el caso que haya pasado una nube de duda ante los ojos de Pablo, con la ayuda de la gracia, la recupera inmediatamente y volverá a confiar en el, porque si esto era en el capítulo 7 de la carta a los romanos, en el capítulo 8 San Pablo recupera absolutamente todo y vuelve a confiar en el Señor.
Apenas un capítulo después dice :
“¿Quién nos apartará del amor de Cristo?”
(Rom 8,35).
Que bueno que este testimonio de San Pablo haya quedado así en la carta a los romanos porque así nos ayuda a nosotros a comprender que si esto le sucedió a San Pablo, con mayor razón nosotros tenemos que pedir con frecuencia que no perdamos la esperanza en la propia santidad a pesar de nuestras miserias.
Que no perdamos la paciencia al hacer examen de conciencia antes de confesarnos y percatarnos de nuestra torpe reincidencia en el mal. Nuevamente me voy a confesar de las mismas cosas o casi las mismas cosas.
Que no perdamos la paciencia cuando veamos que los demás no avanzan al ritmo de Dios. Sabiendo que perder la esperanza es más difícil si dejamos, que Dios actué silenciosamente en nuestras almas, si dejamos que su reino crezca también en nosotros.
Si deseamos que Cristo reine cada vez más en nuestras almas, en nuestras acciones, en nuestros pensamientos y en general en toda nuestra vida.
¡QUE CREZCA EL REINO!
Es verdad esto del crecimiento del Reino es así, silenciosamente, sigilosamente pero Jesús nos promete que llegará un momento en que toda la humanidad verá con asombro esa manifestación definitiva de ese reino que ha crecido sigilosamente.
Será un momento que tomará a muchos desprevenidos,como dicen en Venezuela “los agarraran fuera de base”, no lo verán venir.
Y es lo que responde en el Evangelio de hoy
“Y como ocurrió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre. Comían y bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio e hizo perecer a todos.
Lo mismo sucedió en los días de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban; pero el día en que salió Lot de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y los hizo perecer a todos.
Del mismo modo sucederá el día en que se manifieste el Hijo del Hombre. Ese día, quien esté en el terrado y tenga sus cosas en la casa, que no baje por ellas; y lo mismo quien esté en el campo, que no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot.
Quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará viva.
Yo os digo que esa noche estarán dos en el mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado. Estarán dos moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada”
(Lc 17,26-35,37).
Aquella respuesta del ¿Cuándo? significa cuando a Dios le dé la gana.
Nadie sabe ni el día ni la hora, pero también podemos asumir que ninguno supo que era la hora, pero para unos fue una alegría y para otros una desgracia.
Dos personas iguales, en las mismas actividades, con las mismas circunstancias externas, pero con suertes opuestas. Uno va la vida y otro a la muerte. Y la pregunta del millón: ¿cuál será el criterio?
AQUEL QUE MÁS AMÓ
¿Porque unos sí y otros no?
Como siempre, la respuesta es sencilla: aquel que más amó.
Estos ejemplos nos ayudan a entender que es en medio y por medio de las circunstancias ordinarias de la vida donde debemos amar a Dios y santificarnos.
De modo que estos ejemplos que ponía el Señor en el evangelio de hoy, el que está en el campo, el que está en el lecho.
Bueno, que Dios te agarre a tí amando a Dios.
De modo que cuando venga el mismísimo amor de los amores con todo su esplendor nos encuentre así, amando.
Vamos a intentar releer este evangelio pero desde la clave del amor para ver que tiene todo sentido.
¿QUIÉN?
Quien ama más sus placeres y sus proyectos sin acordarse de Dios, tendrá la misma suerte que los de los tiempos de Noé y los de los tiempos de Lot.
Del mismo modo, muchos serán sorprendidos haciendo de todo menos amar a Dios sobre todas las cosas, cuando venga el mismísimo Amor de los amores con todo su esplendor.
Quien viva con un apego desordenado a las cosas de este mundo hasta el punto de retrasar la llamada de Dios, le sucederá como a la mujer de Lot al volver la mirada atrás.
Cuando Dios llama (y lo hace muchas veces a lo largo del día), el alma enamorada responde sin demora, inmediatamente, al Amor que me llama, y así deja todo lo que representa un obstáculo, incluyendo las cosas que son lícitas del mundo.
A veces uno se puede preguntar porque Dios me está quitando algo que ni siquiera es pecado, bueno porque Dios considera que es un obstáculo para le podamos amar mejor.
Hay que vivir como enamorados y quien vive así, anhelando el encuentro constante con Dios, se llevará una grata sorpresa cuando finalmente cuando el Amor de los amores se le presente cara a cara.
De no vivir así, lamentablemente encontrará en Dios a un perfecto desconocido. He ahí la tragedia.
EL CIELO
Quien pretenda guardar su vida aferrándose solo a falsas seguridades humanas, la perderá, y quien decida apoyarse totalmente en la voluntad de Dios, movido por el amor, gozará de esa unión para siempre que solemos llamar “vida eterna”. El unirse definitivamente con Dios.
Ahora entendemos que será perfectamente posible lo que nos dice el Señor: que dos personas estén haciendo exactamente lo mismo, pero solo en apariencia.
Uno lo hará solo por motivos humanos (trabajar, estudiar, hacer deporte, limpiar la casa, sacar adelante una familia), y el otro le pondrá a eso mismo el motivo sobrenatural de amar a Dios en esas circunstancias.
Cuando se manifieste el Reino de Dios, para uno de ellos será una ruptura violenta con lo que venía haciendo, porque es que Dios no estaba metido dentro de sus ecuaciones, mientras que para el otro será una continuación natural pero con mayor intensidad.
Seguirá amando a Dios. Antes aprovechaba cualquier circunstancia para amar a Dios, y después no hará falta ninguna mediación porque será una unión perfecta con el Amado, para toda la eternidad.
Jesús nos respondió al ¿quiénes? Los que ya en este mundo encuentren en todo una oportunidad de amar a Dios formarán parte de su reino. Los que ya están en el mundo encontrándose a Dios, encontrando en todo una oportunidad de amar a Dios.
¿DÓNDE?
Cuando los fariseos le preguntan ¿dónde?, Jesús responde con el siguiente proverbio: “donde está el cuerpo, allí se reunirán las águilas”.
Este proverbio es bastante enigmático, varios santos, incluyendo a San Cirilo y San Ambrosio interpretan este cuerpo como el de Cristo, y que las águilas se refiere a los santos que se congregan alrededor de Él.
Como consecuencia, donde no está el cuerpo, no puede crecer el Reino de los Cielos, los santos no se agrupan donde no está el cuerpo y no se refiere a un lugar concreto, sino más bien a las almas que aceptan o rechazan la cercanía con ese cuerpo. Ahí no puede estar el Reino de Dios.
Le pedimos al Señor: “Que yo nunca pierda esa unidad con tu cuerpo”.
Es mucho lo que nos jugamos en la tierra.
DE NOSOTROS DEPENDE
De nuestra libre decisión depende que esa venida del Rey de reyes sea en realidad un reencuentro con nuestro Gran Amigo, a quien hemos tratado a lo largo de la vida, y que nos entrenemos cotidianamente en el amor concreto a Dios y al prójimo, en vistas de esa unión definitiva con Él en el cielo.
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