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CUÁNTO ME FALTA CUANDO ME FALTA

¡Hoy celebramos a Santa María Magdalena! Pensando en una frase que pudiera dar título a esta meditación, se me venía a la cabeza la siguiente: “Cuánto me falta cuando me falta…”
Porque a esta María le había faltado algo en su vida, en su alma. ¡Y cómo notaba que le faltaba!
He tenido la suerte de ver Magdala (ahí está a la orilla del Mar de Galilea). Lo vi desde una embarcación a medio lago. ¡Qué pequeño se veía!

LA HISTORIA SE REPITE

Que pequeño y vacío era el mundo de la Magdalena… pero no era por el tamaño de su pueblo, sino por lo asfixiante del pecado.
El pecado esclaviza, encierra, nos enjaula. Es claustrofobia, es vacío, falta el aire para que el alma respire. Es pequeño, es vacío. Nos vuelve pequeños y vacíos.
Al pecar parece que tenemos, cuando en realidad, perdemos. Sino que se lo pregunten a Adán y Eva; porque desde ese momento la historia se repite.
Y así el pecado se había instalado también en Magdala, en el alma de María de Magdala.
Con el pecado perdemos y nos falta. Pero no lo notamos hasta que lo notamos…
Pasa como con la sed o el hambre a veces, que uno está metido de lleno en algo y de repente termina aquello y cae en la cuenta: “¡tengo un hambre! ¡me comería un elefante!”
Y María Magdalena sintió el vacío. Se dio cuenta cuando se encontró con Jesús.
Todavía no lo tenía, pero ya lo sabía; bastó un encuentro para que se diera cuenta y dijera en su interior: ¡cuánto me falta cuando me falta!

De su corazón “había expulsado el Señor siete demonios. Era, dicen algunas tradiciones, una mujer pecadora y, por tanto, humillada.
Una mujer que había encontrado en Jesús una mirada distinta a la de los demás hombres; Él no quería usarla, no la juzgaba, sino que la afirmaba.
Por fin alguien le había dirigido una mirada de amor: «¡Qué importante eres! ¡Qué tesoro tan grande hay dentro de ti!».
Y quizá de ahí sacó María la fuerza para arrepentirse de tanto mal y pedir perdón”
(De la Pasión a la Misericordia. Meditaciones para la Semana Santa y la Octava de Pascua, Lucas Buch y Fulgencio Espa).

AÚN ESTABA OSCURO

Y así dejó su pequeñez y se hizo grande, con la “estatura de los hijos de Dios”… (cfr. Papa Francisco JMJ Polonia, 31-VII-2016).

Y acompañó a Jesús en sus idas y venidas, hasta la Cruz y el sepulcro. Lo sepultaron el viernes por la tarde y para allá se fue en cuanto pudo: el domingo.

“El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro.”
(Jn 20,1).

Suponemos que iría, como nos cuentan los otros evangelistas, con perfumes para acabar de embalsamar el cuerpo de Jesús.
Los apóstoles, más pragmáticos y racionales, al verla salir con esa intención, le dirían: «¿Dónde vas? ¿No sabes que han cerrado la puerta con una piedra pesadísima? Incluso la han sellado… y además el Sanedrín ha puesto una guardia…
¿Qué vas a hacer ahí? Mejor quédate aquí, no vaya a pasar algo».
Pero ella no haría caso. Estaba unida a Jesús en lo más hondo de su corazón. (…)
Al llegar al lugar de la sepultura, vio la losa quitada del sepulcro (Jn 20,1).
Y entonces, esa mujer que era (…) un corazón con patas, echó a correr de vuelta al cenáculo.
Llegó sofocada y, fuera de sí, comenzó a hablar atropelladamente: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto (Jn 20,2).
Quizá alguno de los apóstoles despreciara sus palabras: ya le habían dicho que mejor no ir… y además se la veía más bien desubicada esa mañana”
(De la Pasión a la Misericordia. Meditaciones para la Semana Santa y la Octava de Pascua, Lucas Buch y Fulgencio Espa).

¿DÓNDE LO HAN PUESTO?

Pero Juan y Pedro fueron. Fueron y vieron. Ella volvió con ellos al sepulcro.
“Cuando los apóstoles salieron del sepulcro, quizá ella les preguntaría entre lágrimas: «¿Qué ha pasado? ¡Qué ha pasado! ¿Dónde está? ¡¡Dónde lo han puesto!! ¡¡¡Quién ha sido!!!».
Viéndola tan alterada, le dirían: «No sabemos, no sabemos… Déjalo… vente con nosotros, es peligroso…».
«¡Váyanse ustedes! ¿Cómo se van a ir si no está Él?!…». Y la dejarían ahí, porque, realmente, poco más podían hacer.
María se queda, desconcertada y llorosa. Para ella, es como si Jesús hubiera vuelto a morir.
Se lo habían arrebatado el jueves por la noche en el huerto. Y ahora lo único que le quedaba —el cadáver— se lo han arrancado también”
(De la Pasión a la Misericordia. Meditaciones para la Semana Santa y la Octava de Pascua, Lucas Buch y Fulgencio Espa).

El sepulcro se ha quedado vacío…
Tuve la suerte, en aquel mismo viaje, de visitar el santo Sepulcro. El sepulcro en sí es pequeño, pero es grande el misterio que encierra.
Es uno de los lugares más grandes de la tierra porque en él cupo el mismo Dios.
Como es pequeño en dimensiones tienes que hacer cola para entrar. Y el tiempo que te permiten permanecer dentro está medido, ni 5 minutos.
Te hincas, besas, apenas comienzas a rezar y ya te lo arrancan: hay que salir. Sales no queriendo salir, o queriendo volver a entrar.
Se entiende que la Magdalena haya querido estar ahí y volver ahí, y no separarse de ahí.

Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les contesta: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”
(Jn 20,11-13).

PERDIÓ A QUIEN AMABA

“Ni siquiera le sorprende ver a aquellos dos jóvenes en el sepulcro. ¿Quiénes eran?, ¿de dónde habían salido?, ¿qué hacían ahí? Es curioso que no se plantee ninguna de estas preguntas.
Todo carece de importancia para ella: se han llevado a Jesús, y ha perdido a aquel a quien amaba, ¿qué importa lo demás?
Llora desconsolada, y sus lágrimas son como un aldabonazo a la puerta de nuestra alma. Cómo contrasta, con su amor, nuestra frialdad. Cuántas veces hemos perdido a Jesús, nos hemos dejado llevar por el pecado, o por la comodidad, hemos retrasado sin motivo la ocasión de estar con Él… Y nos ha dado igual”
(De la Pasión a la Misericordia. Meditaciones para la Semana Santa y la Octava de Pascua, Lucas Buch y Fulgencio Espa).

Yo pensaba también en los Sagrarios. En ocasiones parecen el Santo Sepulcro porque están vacíos, pero basta con que haya estado el Señor al menos una vez ahí como para que sean grandes.
Allí están pequeños y grandes al mismo tiempo. Pero lo más triste es que, aunque esté ahí el Señor, son poco visitados…

LE BASTÓ OIR SU NOMBRE

No se entiende como somos capaces de pasar de largo o de no querer volver ahí, como la Magdalena vuelve al Sepulcro, aunque esté vacío.
Vuelve y vuelve, hasta que aparece Jesús:

“Jesús le dice: “¡María!”. Ella se vuelve y le dice: “¡Rabboni!”, que significa: “¡Maestro!”»
(Jn 20,16)

¡Qué encuentro! Le ha bastado oír su nombre. En realidad, no hay muchos personajes en los Evangelios a los que Jesús llame por el nombre propio; a María Magdalena, sí.

El nombre se dirige al corazón de la persona, sin máscaras, sin caretas, y ahí ha llegado la voz del Señor.
Y ella, ¡qué salto debió dar! «¡Rabboni, Maestro mío! Pensar que te he confundido con el hortelano…».
Y se lanzó a los pies de Jesús y se abrazó a ellos, como diciendo: «¡No quiero perderte más!».
El dolor ha dado paso a la alegría; el desgarro de la ausencia, al gozo de la presencia inesperada y real”
(De la Pasión a la Misericordia. Meditaciones para la Semana Santa y la Octava de Pascua, Lucas Buch y Fulgencio Espa).

Le pedimos a nuestra Madre Santa María que nos ayude a darnos cuenta de aquello que la Magdalena descubrió, de ese: ¡Cuánto me falta cuando me falta…!

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