“Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada en estos días y, al cabo de ellos, tuvo hambre”.
(Lc 4, 1-2)
El pueblo judío había perdido el rumbo cuarenta años en el desierto, se trató de un tiempo de reparación necesaria para entrar en la tierra prometida.
Y Tú Jesús preparas Tu Ministerio Público retirándote cuarenta días al desierto: Cuaresma, cuarenta días que comienzan hoy. El cuarenta (hay que saberlo) es un número simbólico que significa un tiempo completo; algo así redondo, terminado.
TIEMPO DE PENITENCIA
El tiempo de Cuaresma es tiempo de penitencia, de purificación, de conversión. Tú Jesús, a través de Tu Iglesia, nos remueves, nos dispones, nos animas a cambiar, a corregirnos, a convertirnos, en una palabra.
En la misa de hoy nos lo recuerdas ya con la primera lectura que empieza diciendo:
“Todavía es tiempo, vuélvanse a Mí de todo corazón con ayunos, con lágrimas y llanto. Enluten su corazón y no sus vestidos”.
(Jl 2, 12-13)
Porque se trata de cambiar el corazón, de cambiar los malos hábitos. Dicen que para adquirir un buen hábito se necesitan 21 días… pues aquí tenemos cuarenta por delante.
Es bueno pensar en el tiempo de Cuaresma, no como una época del año, sino como una grada. De manera que, cuando ya pasen los cuarenta días, nosotros podamos decir: he avanzado, me he exigido, he subido una grada, estoy más cerca de Dios.
De esto se trata y hoy es el disparo de salida, ojalá nos encuentre en posición de salida para que así ya corramos bien los primeros metros, empezando por este Miércoles de Ceniza: conversión, conversión…
YO, ¿CONSIDERO QUE DEBO CONVERTIRME?
Ojo que se nos puede meter la soberbia en nuestra lucha y considerar nosotros: “bueno, yo ya lucho; tengo faltas, pero bueno… no soy como los demás; o que tampoco es que haya mucho que cambiar”.
Si nos viéramos con los Ojos de Dios, nos veríamos polvo, ceniza. Por eso, el sacerdote nos dirá:
“Recuerda que eres polvo…”
(Gn 3, 19)
y nos hará la señal de la Cruz con ceniza en nuestra frente.
“Jesús, que yo sea consciente de esto cuando me impongan la ceniza y que, además, me de cuenta que la ceniza lleva la forma de Cruz; que necesito la Cruz, pero que no me olvide que eres Tú mismo Señor quien asegura que viene en busca de los pecadores; que los que tienen necesidad de médico son los enfermos.
Y a mí, me tratarás como al paralítico cuando acudía contigo y me perdonarás como a la mujer pecadora”.
Pero ¿será que nos consideramos tú y yo incluidos en esos grupos de los que habla Jesús? ¿En los pecadores? ¿En los enfermos?
Tú y yo, hay que reconocerlo delante de Dios: estamos enfermos; somos pecadores; tenemos necesidad de convertirnos; arrastramos defectos, costumbres un poco torpes, hábitos que nos damos cuenta nos impiden acercarnos más a Dios. Nos volvemos como paralíticos del alma.
VERDADERA PENITENCIA
Pues esta es la oportunidad que nos presenta la liturgia; es un espacio de verdadera penitencia: cuarenta días para desagraviar, para luchar decididamente por cortar con todo aquello que no va.
No por perfeccionismo, sino por limar aristas, limpiar los rincones del alma, disponernos para la gracia. En pocas palabras, para poder amar a Dios mejor y, entonces, teniendo ese deseo de amor, es una buena oportunidad para hacer una lista de mortificaciones.
Pero no sacrificarnos por sacrificarnos, porque no se trata de fastidiarse por fastidiarse. Que sean sacrificios que nos empujen, que tengan que ver con nuestras luchas.
Por ejemplo, si soy perezoso, me propongo vivir el minuto heroico: levantarme de la cama en cuanto suena el despertador; o si soy gruñón, me propongo sonreír y dar los buenos días a todos.
¡Qué sé yo! Allá cada uno sabrá lo suyo. Mortificaciones, sacrificios, también la oración y limosna; o sea, obras de caridad que Jesús menciona en el Evangelio y todo esto en lo ordinario; sin cosas llamativas, sin que se note.
“Jesús, Tú dices en el Evangelio”:
“Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean; de lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre Celestial”.
(Mt 6, 1)
O sea que nada de andar con caras largas, como también lo dice Jesús en el Evangelio. Nada de andar así, como para que nos pregunten “¿por qué andas así?” Y uno responde: “es que me está costando la Cuaresma”.
¡Por favor! Que tu Cuaresma no sea Cuaresma para los demás; no se trata de eso. A ver, somos hijos de Dios y, como tales, nos atrevemos a pedirle ayuda a Jesús.
PEDIRLE AYUDA AL SEÑOR
“Te pedimos ayuda Señor para hacer un examen valiente, para ser generosos, para rechazar todo lo que nos aleja de Ti. No es tarea fácil y por eso te pedimos ayuda”.
Porque implica reconocer lo que va mal y cortar. Además, hacerlo con valentía y decisión, porque eso es lo que ha hecho falta para las grandes empresas.
¿Acaso existe una empresa más grande que mi alma? ¿Que mi santidad? ¿No será que a veces, simplemente, tengo como pereza espiritual en cuanto a exigirme más o para dejar pequeñas compensaciones? ¿No será que estoy acomodado, apoltronado?
¡Despertar! Quitar la modorra, movernos un poco más cerca del Señor en esta Cuaresma; subir una grada. Pero, entonces, primero reconocer qué tenemos que cambiar, qué tenemos que mejorar y, luego -en segundo lugar- buscar los medios oportunos.
O sea, primero el consejo que da san Josemaría:
“Cuida el examen diario: mira si sientes dolor de Amor, porque no tratas a nuestro Señor como debieras”.
(San Josemaría. Surco, punto 142)
Seguro que vamos notando si examinamos con sinceridad, lo notamos y, entonces, luego viene los medios. ¿Qué medios puedo poner? Afinar en esa reparación, cuidar la penitencia, también cuidar especialmente -en este tiempo- el sacramento de la penitencia.
Porque es a Jesús al que le vamos a ir a pedir perdón. Se trata de querer bien a quien nos quiere con locura. Quitar lo que me impide quererle mejor. Pedirle perdón por cuanto yo le he ofendido.
“Señor: perdón y te lo voy a demostrar con obras, me lo propongo en estos cuarenta días. Gracias por la oportunidad”.
Por eso, se afirma que el alma de la conversión de la verdadera penitencia es el dolor de amor -si es que eso es lo que nos mueve.
LA CONVERSIÓN DEL GITANO
Para terminar, te voy a compartir una anécdota de una conversión de uno que no quiere al principio, pero después quiere y que lo consigue, pero lo consigue reconociendo sus miserias y agarrándose a la Cruz.
Es una anécdota de conversión en el último momento (que no se trata de que le apuntemos a eso nosotros). Que nos sirva para no dejar escapar esta oportunidad de conversión hoy, ahora, en estos cuarenta días; en esta cuaresma que apenas comienza.
“Un domingo de febrero de 1932, cuando uno de los hermanos fue a avisar a san Josemaría que un moribundo no quería recibir los santos sacramentos fue.
Y cuenta:
era un gitano, cosido a puñaladas por una riña.
Al momento accedió a confesarse. No quería soltar mi mano y, como él no podía, quiso que pusiera la mía en su boca para besármela. Su estado era lamentable: echaba excrementos por vía oral. Daba verdadera pena.
Con grandes voces dijo que juraba que no robaría más. Me pidió un Santo Cristo. No tenía y le di un rosario. Se lo puse arrollado a la muñeca y lo besaba diciendo frases de profundo dolor por lo que ofendió al Señor”.
Después de haberle atendido, se marchó san Josemaría a dar una bendición y cuenta que hasta el martes siguiente no supo de la muerte de aquel hombre, pero entonces anotó:
“Un muchacho ha venido a contarme que el gitano murió con muerte edificantísima diciendo -entre otras frases- al besar el crucifijo del rosario: mis labios están podridos para besarte a Ti y clamaba para que sus hijas le vieran y supieran que su padre era bueno. Por eso, sin duda, me dijo: póngame el rosario, ¡que se vea, que se vea!”
“Jesús, nos hemos pasado del tiempo, yo quiero tener mi conversión como este hombre y para eso también acudo a Tu Madre, santa María refugio de los pecadores, ruega por mí”.