¿Puede haber algo más valioso que la palabra de Jesús? ¿Puede haber una guía más clara, luminosa, auténtica, verdadera y eterna que sus enseñanzas? ¿Y por qué es así?
Bueno, simplemente porque la palabra de Jesús es humana y es divina, la palabra de Dios que nos enseña el arte de amar. No es comparable la sabiduría de Jesús a la de cualquier otro ser humano.
Y por eso es que cada vez que leemos el Evangelio nos metemos ahí y descubrimos con luz nueva, alguna forma de aplicar aquellas palabras suyas en nuestra vida actual. La palabra de Jesús es siempre actual.
LA VIDA DE LOS HIJOS DE DIOS
Nos hace tanto bien hacer oración con lo que Jesús dijo, porque esto es lo que va forjando nuestra vida, vamos adquiriendo verdadera personalidad cristiana, a partir de este alimento, donde la palabra y por supuesto también el alimento de la Eucaristía de Jesús mismo.
¡No tenemos excusa!, tenemos todos los medios para ser felices, para vivir la vida de los hijos de Dios.
Quizá alguno o alguna me dirá: -Bueno, pero este problema y esta situación familiar y una preocupación en el trabajo… Bien, pero todo eso vivido desde la palabra de Jesús, desde la fuerza de Jesús, con Jesús, es tan llevadero. La vida es tan amable si recorremos el camino aferrados a Cristo.
Y bueno, de eso se tratan estos minutos breves, tratar de encontrar un rayito de luz para profundizar en las enseñanzas del Señor, que muchas veces recurre a imágenes para que se nos queden bien grabadas sus palabras.
En este caso, el Evangelio de hoy hace referencia al tesoro, Jesús nos anima a poner nuestro tesoro, en lo alto, en el cielo, en la eternidad.
«No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo»
(Mt 6, 19).
LOS BIENES ETERNOS
¡Esta es la invitación del Señor! Primero va en forma de advertencia, un llamado a la vigilancia: ¡No te dejes atrapar por el consumismo! No dejes que tu corazón se vaya marcando por un código de barras que lo oscurece; comprar, tener lo más nuevo, lo último, lo mejor…
Estas son ambiciones materiales que se demuestran siempre a la larga insatisfactorias.
Cuántas veces hemos puesto ilusión en la compra de algo y luego pasa el tiempo -ni siquiera demasiado largo-, y ya ese asunto queda en el cajón de las cosas viejas.
Tenemos que tener esta sabiduría de llenar nuestra vida de bienes eternos. Y eso nos habla del tesoro.
Siguiendo esta misma línea nos acordamos de la parábola breve e intensa del hombre que descubre un tesoro en el campo, y una vez que lo encuentra se llena de alegría, lo oculta, lo cuida, lo protege, no lo deja por ahí para que se lo roben.
Y va y vende todo lo que tiene, para comprar aquel campo y hacerse con ese tesoro.
Vale la pena vender todo lo que tenemos para hacer nuestro a Cristo. Para que Cristo sea el tesoro de tu vida.
Y todos los demás tesoros: la familia, el marido, la mujer, los hijos, el novio, en fin, todos los tesoros valiosos de la vida quedan metidos dentro de este amor eterno, que es Jesús, y Él le da una fuerza nueva, una dimensión nueva.
LA ALEGRÍA DEL CORAZÓN
El Señor nos invita a mirar el corazón, como lo que es: “un sagrario de Dios”, tu corazón es un sagrario diseñado por Dios y para Dios.
Pero tú tienes la libertad de llenar ese corazón de cosas valiosas, más que de cosas, de “bienes eternos”, -lo hemos dicho-: Jesús de Nazaret, María santísima, la Iglesia, los demás…
O podemos también -en el mal uso de nuestra libertad-, llenar ese corazón de cosas que no valen la pena, cosas que realmente al final defraudan.
Cuántas personas han puesto su esperanza de felicidad y tras años de luchar por alcanzar esos bienes luego quedan como decepcionadas, con una especie de tristeza, una sombra en el alma, diciendo: ¡esto no me llena!
Cuanta insatisfacción hay por ahí, cuántas personas que realmente no han encontrado la paz del corazón, la alegría del corazón, todavía no saben que Dios es su Padre, todavía están en la esclavitud de la orfandad, ¡Cuando somos hijos de Dios en Cristo! y vamos camino al Cielo, a la eternidad.
Qué tesoro más grande es nuestra fe, ¿verdad? Qué tesoro más grande es la palabra de Jesús, el amor de Jesús, la filiación divina que el Señor nos ganó en la Cruz.
¡Vivamos estos tesoros! Metámonos de lleno en estas grandezas de Dios, estas maravillas de Dios, como quien se sumerge en un cofre lleno de joyas espléndidas, y que esto mismo nos lleve a estar atentos a los ladrones, porque el Señor nos dice que no atesoremos tesoros que nos pueden robar los ladrones, abren boquete y nos roban.
¡Defender nuestra fe! Una manera muy esencial en esta línea de defensa de la fe, es “la formación”. Mantener y crecer en la formación. Si tienes una duda resuélvela, ve la manera de encontrar una respuesta, no te quedes con el germen de corrupción de la duda.
CUSTODIAR EL TESORO DE LA FE
Custodiar la fe, custodiar el tesoro de la fe significa encontrar respuestas a las preguntas que nosotros mismos o los demás nos hacen respecto de nuestra fe.
Saber profundizar en la fe y junto con esa tarea de formación, está la contemplación de Dios en Cristo Jesús.
Una persona que hace oración, que contempla al Señor, que se abre al misterio inmenso de su amor por nosotros, en la cruz, en la Eucaristía, es capaz luego de ver a Cristo en los demás.
Entonces, el tesoro de Cristo se hace presente, se hace vivo en uno mismo y en el otro. Que descubras el tesoro de Cristo dentro de ti, -Jesús mismo lo dice:
«El Reino de Dios ya está dentro de ustedes»
(Lc 17, 21).
Está dentro de ti, pero que también sepas descubrir el tesoro de Cristo en el otro, en la otra.
Ahí está Jesús, también con sus defectos, también con su modo de ser, es un tesoro para ti. Es un don para ti, el otro es un tesoro para mí, que lo sepas descubrir.
Y pasar, de una mirada como de adolescente, que se queja por todo, y no es capaz de reconocer la grandeza de su vida, ni el esfuerzo de sus padres… Pasar de ser ese adolescente ingrato, a ser una persona que reconoce el don de Dios.
Cada una cada una de las personas que Dios ha puesto a nuestro lado, es un regalo para nosotros. Es parte de ese tesoro eterno que el Señor nos ha confiado.
Vivamos la alegría de tener a Jesús, a María y a José. Vivamos la alegría de ser cristianos y la alegría inmensa de estar siempre abrazados por su infinita misericordia.