UN CORAZÓN Y UN ODRE
Te cuento que hace poco llegó a mi casa una caja de medicinas que nos donaron generosamente para repartir entre las personas más necesitadas, y me sorprendió la gran variedad de medicinas que generosamente nos enviaron desde España -aprovecho para agradecer a esas personas tan buenas. Había de todo: analgésicos, antipiréticos, protectores gástricos, antiinflamatorios, etc. Pero me sorprendió que una gran parte de esas medicinas eran medicamentos para controlar la hipertensión que, como seguramente sabes, es una condición que afortunadamente se puede controlar, pero que es muy común en estas tierras.
Hablando de la hipertensión, me contaba un excelente cardiólogo que vive en la misma ciudad donde yo vivo ahora, que en algunos casos de pacientes con hipertensión, el corazón podía ir perdiendo poco a poco su capacidad en las fases de relajación del proceso de bombear sangre a todo el cuerpo. Y yo no soy médico, pero según entendí, esto se debe a que precisamente por la hipertensión o tal vez por alguna otra condición, se va alterando la estructura del corazón.
¿pero esto es una meditación o es un podcast de cardiología?
Claro, te cuento esto y tú me preguntas: ¿pero esto es una meditación o es un podcast de cardiología? Y es verdad, me distraje con esta idea peregrina mientras leía el evangelio de hoy. Porque, aunque el doctor me dejó muy en claro -el cardiólogo que te decía ahora- que no es que el corazón pierda elasticidad, bueno, eso fue lo que entendí yo: que la hipertensión parece que producía una cierta pérdida de elasticidad del corazón; aunque el doctor te digo que ya me dijo que no era así.
Y Tú, Jesús, en las palabras que recoge hoy san Mateo, Usas una imagen que me parece a mí que tiene mucho que ver con esto. Se trata de aquella frase que para unos puede ser muy evidente y para otros no tanto. Es aquello de:
“Ni se echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces los odres revientan y el vino se derrama, y los odres se pierden. El vino nuevo lo echan en odres nuevos y así los dos se conservan” (Mt 9, 17).
Paciencia
Tenme un poquito de paciencia. Capaz no te parece tan evidente lo del corazón con lo de los odres, pero bueno. Capaz es más fácil cuando te explique o te recuerde qué es lo que es un odre, porque ya casi nadie los usa y muy pocos saben siquiera lo que es. El odre es una bolsa de cuero. Ese cuero se dejaba curtir, luego se hacía una costura que unía dos piezas de ese cuero que había sido curtido, de modo que se dejaba solamente un orificio. El orificio era la boca del odre, vamos a decir, la parte del cuello, por donde se vertía el líquido -en este caso el vino, pero podía ser también agua-, para que se preservara. Para entendernos un poco mejor, el odre era como una botella de cuero.
La gracia estaba en que cuando se vertía vino nuevo en ese odre nuevo y se dejaba reposar, el vino se iba fermentando, y la bolsa de cuero nuevo se iba estirando debido a esa emisión de los gases de la fermentación. Pero aquí está la imagen clave para entender el evangelio de hoy: si el odre era viejo, seguramente ya se había endurecido y había perdido esa elasticidad inicial del odre hecho con cuero nuevo, de modo que si se vertía vino nuevo que iba a seguir fermentándose, iba a generar gases de fermentación en un odre viejo y endurecido que podía reventar el odre, perdiéndose tanto el odre como el vino, que es la imagen que Tú, Señor, nos pones en el evangelio de hoy.
UN CORAZÓN SIN RIGIDEZ
Ahora sí capaz te parezca más evidente por qué me distraje yo con lo de la hipertensión y el corazón. Porque si el corazón se envejece y pierde elasticidad, también pierde capacidad de funcionar bien. Y esa imagen de los odres tiene mucho sentido, según me parece a mí, porque Tú Señor la usas con ocasión, precisamente, de la rigidez del corazón de los fariseos y probablemente también de algunos de los discípulos del Bautista, que son los que hacen la pregunta de hoy.
Seguramente en ellos hubo una buena intención inicial: la de servirte celosamente a ti, Señor, que eres Dios; pero ahora, el odre de sus corazones se ha envejecido y ha perdido esa elasticidad inicial. Y por eso, ahora la novedad del evangelio ya no les cabe en el corazón- el evangelio vendría a ser como ese vino nuevo: ahora ellos ante el evangelio, hacen corto circuitos. ¡Es que no les cabe en el corazón! Sienten que se les hace violencia. Bueno, como esos vapores, esos gases del vino nuevo que se fermentan.
Y de ahí la pregunta que te hacen:
“¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y en cambio tus discípulos no ayunan?” (Mt 9, 14).
Claro, la pregunta es porque en esa rigidez que han venido adquiriendo, han perdido de vista el motivo de esos ayunos y de esos sacrificios. Y Tú, Jesús, les contestas con toda naturalidad que no es que esos sacrificios y esos ayunos hayan perdido su validez -porque son una cosa buenísima-, sino que hay que recordar el motivo por el que deben hacerlo. Y por eso les dices:
“¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo y entonces ya ayunarán” .(Mt 9, 15).
Porque el ayuno sirve; los sacrificios son muy útiles, pero lo que éstos han perdido de vista es que todo eso apunta precisamente a arrancar cualquier obstáculo que nos separe de Dios. Y estos discípulos tuyos, Jesús “más cerca de Dios, imposible, porque Dios camina con ellos, Dios come con ellos, Dios habla con ellos”. Por eso el ayuno y los sacrificios en ese momento concreto para esos discípulos no tenían muchísimo sentido. Y por eso, mientras el esposo está con ellos, está entre ellos, no tiene sentido el ayuno que, repito, tiene como objetivo acercarnos más a Dios.
EL AYUNO QUE NOS MOLDEA Y FORTALECE
De todo esto me parece a mí que podemos sacar al menos dos aprendizajes. Lo primero es que a nosotros, Jesús, sí que nos hace falta esos sacrificios y esos ayunos, porque nosotros, Señor, no te vemos como te vieron esos discípulos tuyos. Nosotros ahora nos distraemos con una facilidad impresionante, nos dejamos llevar por el egoísmo. Si a ellos les pasaba -que te podían ver, podían hablar contigo- ¿cuánto más nosotros que necesitamos ahora hacer el esfuerzo de la fe para verte entre nosotros? Nosotros ahora sí nos dejamos llevar más fácilmente por los placeres, por la comodidad.
Tenemos aparte esa tendencia desordenada a ponernos en el centro de nuestros pensamientos, de nuestras conversaciones, de nuestros intereses. Y el problema es que allí deberías estar Tú, Jesús. Por eso el sacrificio y el ayuno, siempre que sea por amor a Dios y no por soberbia -que también puede ser, por el mero sentirnos fuertes y capaces-, nos ayudan a salir de ese egoísmo y de ese quitarte, Señor, del centro de nuestras vidas.
Porque con el ayuno y con los sacrificios, no es que tú, Señor, nos quieras masoquistas. En cambio, sí que nos quieres con un corazón, no a la medida de nuestros egoísmos, porque eso sería un corazón pequeño, sino un corazón flexible para que se pueda hacer grande, un corazón a la medida de Dios.
Y aquí tenemos la segunda consideración.
Señor, Tú quieres que nuestro corazón no pierda esa elasticidad de un odre nuevo, de un corazón nuevo, para que así Tú puedas poner dentro la novedad del vino de la caridad, del amor, que de por sí es expansivo. Nuestro egoísmo, el querer que las cosas sean como nos parece a nosotros, la falta de abandono en esa providencia divina por un temor a sufrir en exceso, las impaciencias, todo eso, lo que hacen es que reducen esa flexibilidad en nuestro corazón para que quepa Dios. Y gran tragedia, ¿no?
Por eso la advertencia del odre viejo del Evangelio de hoy nos viene súper bien. Porque cuando Dios nos pide permiso para entrar en nuestra vida, si estamos ya rígidos, sentimos que Dios nos hace violencia, que nos complica la vida, que nos está, vamos a decir, estirando más de lo que quisiéramos. Y la verdad es que lo que Dios quiere es expandir este pobre corazón nuestro para que quepa Él.
Conclusión
Vamos a terminar este rato de oración con esta petición: Danos, Señor, un corazón nuevo, un corazón que no sea en absoluto rígido. Un corazón donde quepa tu voluntad. Un corazón donde quepa lo que quieras Tú, donde quepa ese vino nuevo de tu gracia que es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Ayúdanos, Señor, a desprendernos de todas las rigideces que nos dan cierta seguridad, pero nos apartan de ti. En especial, ayúdanos a quitarnos esas rigideces que nos van formando nuestros pecados, que son lo único que puede apartarnos de tu amor. Danos, Señor, un corazón generoso como el de nuestra madre, la Santísima Virgen María, un corazón que estaba dispuesto a todo lo que le proponías. Nosotros también, Señor, queremos un corazón como el de nuestra Madre, dispuesto a todo lo que nos propongas, aunque al inicio pueda costarnos algo.