Hoy la liturgia de la misa nos invita a fijarnos en una figura muy concreta: en Judas, el traidor.
Uno de los doce, uno de los más cercanos de Jesús; uno de lo que había recibido esa misión especial de Jesús de predicar su Nombre, de hacer milagros, de llevar la buena noticia a todas partes.
Uno de los doce que había recibido mucho, pero al que no le bastaba lo que había recibido de Jesús y lo entrega por unas pocas monedas: el precio de un esclavo.
Él había estado durante mucho tiempo con Jesús y quizá porque estaba impaciente porque no se instalaba el Reino de Dios o porque después de tanto tiempo ya se había aburrido un poco o le parecía muy exigente el mensaje del Señor, lo rechaza por unas pocas monedas, el precio de un esclavo.
Pienso que esto nos puede ayudar a nosotros a meternos en nuestro interior y a recordar todas esas veces que nosotros hemos ofendido al Señor y todas esas veces que nosotros también lo hemos vendido por un puñado de monedas, por el precio de un esclavo.
Nuestro pecado es la causa de la Pasión y en este Martes Santo podemos pensar en ese pecado. Pero no solo en el pecado, sino en la redención que el Señor hace de ese pecado, que nos deja mejor de lo que estábamos antes.
SAN PEDRO
Podemos pensar en Pedro, san Pedro, columna de la Iglesia, el que tiene las llaves, el que está ahí en la puerta del Cielo esperando. Pedro también traicionó al Señor. San Pedro, el primer Papa, también se prefirió a sí mismo antes que a Jesús.
San Pedro tuvo la oportunidad de dar testimonio del Señor y lo negó por temor a esas personas que, fuera de la casa del sumo sacerdote, le preguntaron si él también era discípulo de Jesús.
Luego dice el Evangelio:
“Pedro lloró amargamente”
(Lc 22, 62).
Se arrepintió de corazón. Ya había experimentado en distintos momentos su propia debilidad y no se consideraba como algo grande, entonces fue capaz de arrepentirse, de pedirle perdón al Señor y de reconciliarse con Él.
Y llegó a ser uno de los santos más grandes de la Iglesia, la columna de la Iglesia, el primer Papa.
«TÚ ERES MÁS QUE TU PECADO»
Hay un testimonio que escuché hace poco de una persona que se convierte de corazón al escuchar a la Madre Teresa de Calcuta.
Era un preso que estaba en la cárcel en Estados Unidos y la Madre Teresa va a visitar esa cárcel y en el acto donde estaban todos los reclusos, la Madre Teresa no quiere subir al escenario, sino se queda en medio de ellos.
Se arrodilla junto con ellos y se pone a rezar y les dirige unas palabras muy bonitas. Les dice:
“Tú eres más que tu pecado. Tú vales mucho. Eres muy valioso a los ojos de Dios porque vales toda la sangre de Cristo”.
Esas palabras tan fuertes hicieron que esta persona se convirtiera, cambiara su modo de ser y se dirigiera a Jesucristo, quisiera recibir los sacramentos y cambiar para siempre su vida.
“Tú eres más que tu pecado. Tú vales toda la sangre de Cristo”.
LA SANGRE DE CRISTO
Judas no lo creyó; no creyó que él era más grande que su pecado y por eso se desesperó; en cambio, Pedro sí.
Pedro se dio cuenta de todo lo que había hecho Jesús esos días, todo lo que había sufrido, que había muerto, que había resucitado… todo eso lo hacía muy valioso.
San Pablo nos dice:
“Hemos sido comprados a gran precio”
(1Cor 6, 20).
¿Cuál es ese precio? Toda la sangre de Cristo. Toda la Pasión, la muerte y la Resurrección del Señor.
Por eso, tú y yo también nos podemos convencer de que somos mucho más grandes que nuestro pecado.
¿Crees de verdad eso? ¿Crees de verdad como san Pedro de que eres más grande que tu pecado?
El Señor nos deja algo muy grande, muy grande; nos deja el sacramento de la confesión. Es un reconocimiento eso de que nosotros valemos mucho y de que podemos volver al Señor.
¿Cómo vivo el sacramento de la confesión? ¿Cómo aprovecho el sacramento de la confesión?
Quizá, durante estos días de Semana Santa, te has decidido a confesarte para limpiar tu alma y para vivir con intensidad todos estos momentos tan bonitos, pero tan duros de la Pasión y de la Muerte del Señor.
O quizá, hace muchos años que no te confiesas o hace mucho tiempo y estas consideraciones, estas palabras de la Madre Teresa te pueden ayudar a darte cuenta de que podemos recibir el perdón de Dios; en que Jesús nos quiere tanto que nos perdona siempre, siempre.
EL AMOR DE DIOS POR NOSOTROS
Cada confesión es una fiesta en el Cielo, una celebración del amor de Dios por nosotros, porque valemos más que nuestros pecados, valemos toda la sangre de Cristo.
Por eso podemos llegar al Cielo, no porque seamos muy valiosos por nosotros mismos, por nuestras virtudes, por nuestras capacidades… el Señor es Omnipotente, es Todopoderoso, el Señor ya tiene todo.
El Señor quiere salvarnos porque nos ama, porque somos sus hijos, porque no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios. Esa ayuda del Señor nos llega a través de ese sacramento de la confesión. Acerquémonos con arrepentimiento a este sacramento.
El arrepentimiento no tiene por qué ser un dolor físico, algo que nos duela como al que le duele el estómago o la cabeza, sino que es un dolor de amor, un dolor que nace del saber que hemos ofendido a la persona que nos ama, que nos quiere con toda su alma, con todo su corazón.
Eso nos lleva entonces a decidirnos a combatir el pecado, a combatir esas traiciones, pero también por amor, no por miedo, sino por temor a ofender a esa persona que amamos.
Como esos niños que se esfuerzan por portarse bien para hacer felices a sus papás. Y así, portándose bien, por esa razón, descubren que les llega la felicidad al hacer el bien, al portarse bien, el hacer las cosas como Dios quiere, como Dios nos manda.
PROPÓSITO DE ENMIENDA
Terminamos este rato de oración acudiendo a la santísima Virgen María.
Nuestra Madre del Cielo fue concebida sin pecado original. Ella es la Inmaculada, la que no tiene mancha y, por tanto, la que comprende mejor el drama de nosotros los pecadores.
Ella nos entiende y entiende, más que nada, el valor y lo grande que es el sacramento de la confesión.
Le pedimos a ella, Reina y Madre de todos los cristianos de cada uno de nosotros, que nos ayude a valorar cada vez más el sacramento de la confesión.
Que nos ayude a prepararnos cada vez mejor con un buen examen de conciencia, revisándonos interiormente, para descubrir esas cosas en las que hemos ofendido al Señor. Con ese dolor de los pecados, ese arrepentimiento que nace del amor que tenemos a esa persona a la que hemos ofendido.
Que nos ayude también a hacer ese propósito de enmienda, ese propósito de luchar decididamente para no volver a pecar, para no volver a ofender a esa persona que queremos.
Y, finalmente, que nos ayude a hacer esa penitencia. A no solo la penitencia mandada después de la confesión, sino también a acompañar con nuestros sacrificios personales, con algunas oraciones, con nuestra devoción también, la Pasión de Cristo.
Que nos ayude la Virgen a unirnos también al Señor en su Pasión.
Todo esto se lo pedimos a nuestra Madre del Cielo para que nos ayude a estar cada vez más cerca de Jesús, especialmente en este tiempo de la Semana Santa.