SEGUIR A JESÚS
Domingo de Ramos. Hoy se da inicio a la semana más importante, la más solemne del Ciclo Litúrgico. La liturgia, como sabes, es la celebración de nuestra fe. Aquello en lo que creemos, aquello de lo que vivimos.
Esta semana, sin duda, es la más importante. De modo que conviene estar especialmente atento en estos días para acompañar al Señor, para buscarlo.
Ya lo hemos estado haciendo en la Cuaresma, pero ahora, en estos días centrales, en el momento cumbre de su entrega de amor en esta tierra, no podemos separarnos del Señor.
Por eso, comencemos esta Semana Santa así, buscando al Señor, estando muy pendiente de Él. Agradecidos porque Él nos ha redimido, nos ha liberado de la esclavitud del pecado, con el deseo de acompañarlo, reviviendo los sucesos de estos días.
Y por último, con el deseo de llegar hasta las últimas consecuencias, hasta la Cruz misma. Digámoslo ahora, “Señor, quiero seguirte, pero no por un rato, no para un momento, sino hasta el final, hasta tu entrega de amor en la Cruz. Hasta la última gota”.
Es un desafío bonito. Es un bonito propósito no perder ojo, no quitar nuestra mente de los acontecimientos de estos días. ¿Y esto cómo se hace?
SER UN PERSONAJE MÁS
Pues mira, te aconsejo lo que enseñaba san Josemaría: meternos en el Evangelio, en los pasajes de estos días como un personaje más.
Es un consejo muy sabido, pero muy poderoso, porque cada escena es distinta. Cada día de esta Semana Santa es distinto. Desde la entrada triunfal en Jerusalén -qué es lo que propiamente hoy conmemoramos- el Domingo de Ramos.
La Última Cena, que es el momento cumbre en la institución de la Eucaristía. La entrega de Judas, ¿te imaginas los sentimientos del Corazón de Cristo en ese momento? (…)
La soledad… Tu soledad, Señor, en esa noche oscura en la que Dios está preso, está atado. Es misterioso esto… Y su entrega en la flagelación y en la Cruz. Su muerte, la espera del universo entero por la Resurrección. (…)
Son días tan especiales. No podemos pasar desapercibidos.
Digámoselo al Señor con ilusión: “Señor, quiero vivirla, que esta semana sea santa, que sea para Ti. Que Tú seas el centro, el protagonista”.
ENTREGARNOS A LOS DEMÁS
Fíjate, te leo unas palabras de san Gregorio Nacianceno, que los sacerdotes leemos en la Liturgia de las Horas, en las que precisamente habla de cómo vivir la Semana Santa. A mí me sirve mucho, creo que te gustará también y nos puede ayudar a hablar con Dios.
Dice:
“Inmolémonos nosotros mismos a Dios. Imitemos su pasión con nuestros padecimientos. Honremos su sangre con nuestra sangre. Subamos decididamente a su cruz”.
La cita sigue, pero quería detenerme un momento aquí, porque aquí se da lo que Benedicto XVI denominaba la Ley Fundamental de la Existencia… ¿Qué es esto?
La Ley Fundamental de la Existencia es, cuando nuestra vida se entrega completamente. Es en ese mismo instante en la que la recibimos en plenitud. Ya lo dijo el Señor, lo recoge san Juan:
«El que se ama a sí mismo se pierde»
(Jn 12, 24).
¡Es increíble esto! Si te buscas a ti mismo, te pierdes. Caes como en un pozo sin fondo. Y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, que se entrega a los demás, se guardará para la Vida Eterna. ¡Se salva, se encuentra!
Este es el misterio de la existencia y es la ley fundamental: Hay que darse para encontrarse. Ésta es la lógica de Cristo. Se da plenamente hasta la última gota.
Y entonces, ese acto de amor supremo nos salva, nos rescata, nos libera. Nos da el título de hijos de Dios. Nos hace verdaderamente hijos de Dios.
UNA VIDA DE SERVICIO
Y por eso nos anima san Gregorio. Hay que hacer lo mismo, ese desprendimiento del Señor hasta la propia vida, esa obediencia a su Padre, ese amor que se entrega en rescate por nosotros: eso hay que vivirlo, eso hay que hacerlo vida nosotros por los demás.
Y te hablo de personas concretas, las personas con las que vives en casa, con las que estudias o trabajas. Aquellos con los que convives y quizá no son tus amigos, con quienes aún no has estrechado amistad, pero puedes vivir una vida de servicio. Una vida de entrega. Una vida para los demás.
En el fondo, ser tú otro Cristo para los demás. Esto podría sonar sumamente grande, sumamente ambicioso. Pero ojo, no te hablo más que de nuestra fe. Esto es realmente ser cristiano.
La cita de san Gregorio Nacianceno continúa, y es hermoso cómo empieza a fijarse en los personajes y en sus actitudes, en lo que vemos hacer en estos días de la Semana Santa y nos anima a imitarlos también.
<Fíjate, dice:
«Si eres Simón Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con Él como un ladrón, como el buen ladrón, confía en tu Dios.
Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo.
Si eres Nicodemo, ven a enterrar el cuerpo y un velo con ungüentos.
Si eres una de las dos Marías o Salomé o Juana, llora desde el amanecer. Procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús».
TENER LA ACTITUD
Esto es lo que queremos vivir estos días, Señor, te lo pedimos y es la actitud que procuraremos tener incentivadas durante todos estos días. Pero hoy especialmente, como decíamos en el Domingo de Ramos, nos fijamos en la entrada del Señor en Jerusalén.
Tú, Jesús, ya lo habías preparado. Habías mandado a tus discípulos a que busquen en aquella aldea un asna atada con su pollino y había pedido que lo traigan para entrar así montado en un manso pollino en Jerusalén.
Es increíble como el Señor siempre busca la sencillez. Y aunque lo habíamos visto siempre en el Evangelio, huir de reconocimientos o de alabanzas, o incluso momentos en los que ya iba a ser proclamado Rey, el Señor escapa de esas circunstancias, de esas ocasiones…
Y lo vemos entrar. Vemos que se deja agasajar, celebrar y festejar. Pero el Señor busca el borrico. Un animal sencillo. Un animal de carga, de trabajo.
Pensemos y al terminar nuestra oración sí quizá es una buena manera devivir esta Semana Santa, fijarse especialmente del borrico.
Pero tú, ¿quién quieres ser entre los personajes? A san Josemaría le gustaba mucho hacer de borrico. Pensar que ese era su papel. Nada mal, porque es quien más cerca está de Jesús, quien más cerca está de Él.
Pero fíjate, al borrico Jesús lo manda traer. Está atado. En sus cosas, en sus trabajos, pero lo manda a traer. Los discípulos, al desatarlo, se lo llevan al Señor.
Pues creo que es bonito pensarlo así. Te puede servir. A mí me sirve…
SEÑOR, DESÁTAME…
“Señor, desátame de mis cosas, de aquello que atrae mi atención, del trabajo, de los estudios, de mis intereses y de mis pasatiempos para estar Contigo.
Desátame del pecado y de las distracciones, para que así pueda servirte como Tú quieres”.
Seguramente como aquel pollino estaremos premiados de estar muy cerca de Jesús y de María Santísima.
Madre nuestra, ayúdanos a estar disponibles para el Señor. Ayúdanos a liberarnos de nuestras ataduras, para así tener la libertad de estar junto a Jesús.