Veremos en el Evangelio de la Misa de hoy:
“En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: – ¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es el Hijo de Dios?
El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: – Dijo el Señor a mi Señor, Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies.
Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo? La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo”.
¿QUÉ PIENSAN DEL MESÍAS?
Bien, pienso que el Señor hace esta pregunta por varias razones. Una, para mostrar su verdadera naturaleza, para mostrar cómo se debe leer la Sagrada Escritura, y quizás también porque estaba un poco cansado de tanto que le hicieran preguntas capciosas para ver en qué lo hacían equivocar o caer y acusarlo después.
¿Qué piensan del Mesías? ¿De quién es hijo? Bueno, esa pregunta es fácil para aquellos que lo acechaban, porque era hijo de David, como ellos bien sabían, una pregunta fácil de responder.
Muchos textos de la Sagrada Escritura afirmaban, que saldría de la descendencia de David, y como lo prueban también muchas aclamaciones que le habían dirigido a Él sus seguidores: Jesús, hijo de David, …
Pero claro, a la pregunta siguiente, cita el Señor un Salmo. El Salmo 110, que comienza con una declaración solemne:
“Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies”.
JESÚS UN REY
Sentarse a mi derecha, entronizar. A ese rey en la misma gloria de Dios. Un signo de grandísimo honor. De absoluto privilegio. Donde el rey es admitido a participar de ese mismo señorío divino, de que es mediador ante el pueblo.
Un señorío del Rey, que se concretiza también en la victoria sobre sus enemigos, sobre su adversario, y que Dios mismo coloca a sus pies.
Esa victoria sobre los enemigos del Señor, del cual el rey participa en ella, y su triunfo hermoso se convierte en testimonio, un signo también de su poder divino.
Ese mismo Salmo sigue después, más adelante, otro oráculo que nos cita aquí el Señor, que abre una nueva perspectiva en la línea de la dimensión sacerdotal, y que se conecta con la realeza de Jesucristo. Un versículo más adelante dice este salmo:
“El Señor lo ha jurado y no se arrepiente. Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.
JESÚS ES AUTORIDAD
Como se ve, un Salmo absolutamente mesiánico, que atestigua al Señor con su autoridad. La inspiración divina de la Escritura al decir que David escribió este Salmo movido por el Espíritu Santo. Y ciertamente era de difícil interpretación para los judíos, y por eso quedan así un poco estupefactos.
“Dijo el Señor a mi Señor”,
ese segundo Señor, es el Mesías. Implícitamente Jesús se identifica con él. El carácter misterioso y trascendente, ese Mesías que es expresado por esa paradoja de que, siendo hijo descendiente de David, sin embargo, éste le llama su Señor.
Y aunque sea de lejos, pues ese Mesías señalado por el Salmo, admite que su naturaleza y su dignidad humana como hijo de David, tendría otra naturaleza y otra dignidad superior a la anterior.
DE ORIGEN DIVINO
En la dignidad del Hijo de Dios, igual al Padre, es estar sentado a la derecha de Dios Padre, lo mismo que participar de su propio poder, de su propia dignidad. Sugerir al Señor que el Mesías tiene un origen más alto que David, superior a su progenitor.
Hacerles ver que esa simple enseñanza de los escribas y fariseos que solo hacía al Mesías descendiente de David por la sangre, no bastaba para valorar su naturaleza.
Y por eso apela el Señor ahora a la Escritura, y sugiere que el Mesías es de ORIGEN DIVINO. Es más que David, ¡es el Señor de David! ¡Ciertamente el Cristo!
Pero también esto, tenemos que descubrirlo a diario, además, a la luz de sus palabras, de sus gestos. Porque el Señor realiza la obra del Ungido, del Cristo, no por acciones así aparatosas, sino con su pasión y con su cruz. No era como lo esperaban sus contemporáneos.
DESCUBRIR Y CONFESAR A CRISTO
¿Y eso por qué? Porque, así como decía san Josemaría, en un punto de Forja:
“Ser santo es ser buen cristiano, parecerse a Cristo. El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más de Cristo, más santo”.
Por eso queremos descubrir al Señor, por eso queremos conocerle y procuramos conocerle, y por eso queremos sobre todo imitar; que no es tanto una imitación externa, sino de permitir que nuestro ser, nuestra intimidad, se vaya configurando con la de Cristo.
Revestirse de Cristo. Vivir en Cristo. Hacerse conforme a Cristo. Participar de Él mismo por la gracia. Imitar a Cristo. Ver el mundo y las personas con los ojos del Señor.
QUE YO VEA CON TUS OJOS…
También san Josemaría tenía una jaculatoria que decía:
“Que yo vea con tus ojos Cristo mío, Jesús de mi alma. Que yo vea con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma”.
Ver con los ojos del Señor, tener esa mirada siempre comprensiva, generosa, misericordiosa. Es también aprender a oír con los oídos de Jesús, dirigir a los demás, palabras de paz. Es trabajar como lo hizo Él, es amar con su corazón.
Podemos imaginar la forma de tratar el Señor a todos: con respeto, con sencillez, con sinceridad, con afecto. El Señor nos enseña siempre a cómo se ha de vivir, y cómo se debe convivir.
Vivir esas virtudes propias de la convivencia humana que tanto nos hace falta ahora, en estos tiempos de confinamiento social, que estamos sometidos a pesar nuestro.
SER COMO ÉL
Bueno, eso es recordar muchas veces que Él es la medida. Él es la norma de nuestra vida. Muchas veces tendremos que preguntarnos: ¿Cómo actuaría el Señor aquí, hoy y ahora?
Parecerse a Cristo, descubrir y confesar a Cristo: Aprender de Jesús a dirigirnos a los demás con palabras que dan paz, que elevan, que pueden ser muchas veces un bálsamo, que no producen heridas.
Que procuremos librar a los demás de la postración del pecado, aunque para ello sea necesario sacarlos de su falsa paz.
A ser como Él: amar con su corazón magnánimo, saber perdonar con facilidad, no guardar antiguos agravios, saber pasar la página rápidamente. Estar por encima de las pequeñeces, tener un buen trato con los demás…
Bien, son tantas las cosas que el Señor nos enseña. Y para eso, también hay que leer el Evangelio, porque ahí es donde conocemos al Señor. Ahí está su vida plasmada: en los Evangelios.
Se lo pedimos a nuestra Madre Santa María, ese saber descubrir y confesar a Cristo. Que sea como el norte siempre de nuestra vida, que eso nos conforma más a Él. Nos hacemos otros Cristos, en el mismo Cristo.
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