Lunes 14 de abril
P. Cristián
Despojan a Jesús de sus vestiduras.
Décima estación
Jesús, es verdad, aunque no lo quisiéramos debemos reconocer que es verdad, que ha comenzado ya tu camino hacia el Calvario, tu senda hacia el sacrificio.
Es verdad que te han condenado a muerte, es cierto que has cargado con la Cruz y que, ante el peso, has caído estrepitosamente una primera vez.
Es una realidad que María te encontró en el camino, tu santísima madre, y te consoló.
Y luego, tuvieron que pedir a Simón de Cirene, que pasaba por ahí, que te ayudara con el peso insoportable de la Cruz.
DISPUESTO A DAR TU VIDA
Que una mujer intentando consolarte te enjugó el rostro, te lo limpió, ese rostro ensangrentado, ese rostro transpirado, ese rostro cansado.
Luego caíste por segunda vez, y te intentaron consolar las hijas de Jerusalén y fue inevitable también una tercera caída.
Ahora estás en la cumbre del Calvario, dispuesto a dar tu vida por amor a nosotros, por amor a cada uno, por amor a mí.
Te contemplamos en la cima al lado de la Cruz, cuando los soldados te quitan los vestidos, esos vestidos que se habían quedado pegados a una sangre endurecida.
Que como leíamos en Isaías:
“Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en Él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite.”
(Is 1,6)
¡Cómo ahora dolido! Cómo te habrá dolido, Señor, ese tirar, ese desgarrar, tu piel dolorida, tu piel machacada.
Ese tirar de los soldados, sin mayores cuidados, porque te tratan como a un condenado.
Y mientras te quitan los vestidos, te arrancan esos jirones pegados a tu piel, Tú estabas pensando en mí, Tú estabas queriéndome.
CON DOLOR DE AMOR
Estoy seguro de que en ese momento me mirabas con amor, a cada uno de los seres humanos lo mirabas con amor, porque en tu corazón cabemos todos.
Deseabas mi arrepentimiento y deseabas que pidiera perdón de mis pecados, deseabas que viviera una santa cuaresma.
En esta Semana Santa, yo también quiero mirarte, Señor, quiero contemplarte con detención, con compasión, con dolor de amor.
Deseo en la medida de mis pobres posibilidades acompañarte en el dolor, por si fuese posible devolverte el amor que te faltó, el amor que tantas veces te he negado.
Y al verte ser despojado por mí, entiendo también que debo despojarme de mí mismo, para quererte a Ti.
Comprendo que el sacrificio voluntario tiene un sentido profundo, que me hace bien sufrir en cosas pequeñas, porque para llegar a Dios: “Cristo es el camino.”
Pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre. Dice san Josemaría: “deshacido de las cosas de la tierra.”
Un escritor francés explicó de modo elocuente: “el hombre tiene lugares en su pobre corazón, que no empiezan a existir, hasta que el dolor entra en ellos, de modo que lleguen a ser.”
ENTRELAZA LO HUMANO CON LO DIVINO
Hay lugares en nuestro pobre corazón, que están esperando la revelación del dolor, para que aprendamos, profundicemos, comprendamos una dimensión más profunda de nosotros mismos.
Ese valor inmenso que tiene el dolor cuando está unido a la Pasión de Cristo, cuando está unido al despojo de los vestidos de Cristo, cuando está unido a los dolores de Jesús.
También nos dice san Josemaría: Cuando luchamos por ser verdaderamente “ipse Christus”, “el mismo Cristo”, entonces en la propia vida se entrelaza lo humano con lo divino.
Todos nuestros esfuerzos, aún los más insignificantes, adquieren un alcance eterno, porque van unidos al sacrificio de Jesús en la Cruz.
Señor, quiero unir todo lo que me cuesta, todo lo que me duele, todo lo que me hace sufrir, para convertirlo en un acto de amor. Para volver a arroparte de ropas limpias y suaves.
LIBRE PARA AMAR
Señor, quita de mi vida lo que me aparte de Ti, hazme generoso y entregado como Tú lo fuiste en el calvario, en el momento en que te despojaron.
Que recuerde, que no olvide, que llegaste al mundo sin nada y que te vas también sin nada.
Que al pie de la Cruz es el expolio, como dice san Josemaría en el Viacrucis:
“Es el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero.”
Pero que, así como llegaste pobre del todo en Belén, y pobre del todo en la Cruz, que nunca olvide que llegaste también lleno de riquezas y de amor en Belén y que te despediste colmado de caridad en la Cruz.
Por eso con la ayuda de María, quiero también despojarme, purificarme, desprenderme de todos mis pecados, rechazar las insinuaciones del mal.
Entonces, como Tú, seré libre, sin ataduras, libre para amar, para creer, libre para esperar, y entonces seré rico, entonces seré feliz.