ESTAMOS DE VIAJE CON JESÚS
Seguramente has estado siguiendo los audios de 10 minutos con Jesús durante estos días, y los pasajes del Evangelio nos están llevando a lo largo de un viaje que hace Jesús, desde Galilea hacia Jerusalén.
Es un viaje relativamente breve, se hacía en unos cuantos días, menos de una semana. Así que, como procuramos siempre meternos en las escenas del Evangelio, está muy bien decir que estamos de viaje.
No sé cuántas veces habrás tenido esta experiencia. Hoy por hoy, los viajes de ciudad a ciudad no lo hacemos a pie, seguramente, pero si nos imaginamos caminando con Jesús, porque al fin y al cabo es lo que estamos haciendo siempre, eso es nuestra vida.
Pero si has tenido ocasión de estar en una peregrinación, un recorrido largo a pie, quizá que hiciste con amigos o con tu familia, cuando estás varias horas con un conocido, con un amigo recorriendo un camino, es muy natural que salga en la conversación sucesos agradables, experiencias divertidas, quizá un poquito más íntimas, pero que es bonito compartirlas. ¡Más aún si se trata con nuestros amigos!
Bueno, pues eso, si lo llevamos a las escenas del Evangelio, nos imaginamos que éste sería un poco el tono de este viaje, e rían conversando. Jesús probablemente contaría cosas de su hogar o de su trabajo…
Quizás explicaría algunos aspectos de sus labores diarias, o contaría cosas de nuestra Madre, la Virgen o de san José…
Me imagino, por ejemplo, a san Pedro, un hombre trabajador y con mucha experiencia, contando la selección de sus mejores anécdotas en el mar.
O nos imaginamos a los hijos del trueno. ¿Recuerdas que hay un par de apóstoles, hermanos, que son llamados así, ‘los hijos del trueno’? Quizá contarían por qué de aquel apelativo…
En fin, serían días estupendos junto a Jesús. En algunos momentos Jesús contaría muchas cosas. Otras veces, quizá escucharía con atención lo que le contaban sus compañeros.
UN ENFADO JUSTO
En cualquier caso, se parece mucho a nuestra oración, porque es lo que procuramos hacer tú y yo. En algunos ratos le contamos a Jesús las cosas. Otras veces quizá nos ponemos un poquito más a la escucha, y siempre mirándolo…
Nuestra mirada fija en Él y siempre acompañándolo, por supuesto, y Él acompañándonos a nosotros. Es una cosa mutua.
Sin embargo, el pasaje de hoy, nos presenta un Jesús entre enfadado y apenado. ¿Y esto porque? Puede sonar raro, como que Dios está molesto, pero esto no se entiende. Bueno, pues se puede entender muy bien.
Fíjate por qué nos enfadamos. Bueno, a grandes rasgos podríamos decir que hay un enfado malo, es el que viene cuando no somos humildes.
En definitiva, cuando nos molesta que nos manden algo, o nos interrumpan, o no nos den lo que nos gusta o cuando nos parece que nos han herido, no nos dan la razón, etc. Y la verdad, es que con frecuencia exageramos.
Pero hay otro tipo de enfado también, y es un enfado justo, cuando objetivamente hay algo que está mal hecho, algo que daña a alguien o a algo, injustamente. Y el enfado de Jesús se parece un poco a este segundo caso.
Fíjate lo que dice:
«En aquel tiempo dijo Jesús: —¡Ay de ti, Corazin! ¡Ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza.
Por eso el juicio les será más llevadero a Sidón y a Tiro que a ustedes»
(Lc 10, 13-14).
(Un paréntesis histórico brevísimo, esto del sayal, ‘ponerse el sayal y sentarse en la ceniza’, era el modo en el que los contemporáneos de Jesús manifestaban su su dolor, su contrición y su petición de misericordia a Dios).
CONVERSIÓN Y FE
Y entonces, ¿qué es lo que le enfada a Jesús? En el fondo, la incredulidad, porque lo sabemos bien, Tú, Señor, viniste precisamente a invitarnos a la penitencia, a la conversión, a creer en el Evangelio.
La fe es la llave que nos abre la puerta al Reino de los Cielos, a una vida plena. Y sobre todo, a una vida con Jesús.
Pero para usar esa llave -que es un regalo del Señor, un regalo tuyo, Jesús-, hace falta que lo aceptemos. ¿De qué sirve que nos den un regalo si no lo recibimos o no lo abrimos? Se queda sin usar y esa llave se queda sin abrir la puerta de nuestra felicidad, la puerta del Reino de los Cielos.
Y es por esto el dolor de Jesús. Es importante lo que dice, porque Jesús había hecho muchos milagros, tanto en Betsaida como en Corozain. Seguramente habrían maravillado los ojos de sus habitantes.
Pero se había quedado ahí la cuestión. Se habían sorprendido, pero no se habían convertido. No habían respondido a los milagros con la fe.
Y es como si Jesús nos dijera: —De qué vale que se sorprendan y se maravillen de los milagros, si no responden con la fe, si no se unen a mí, si no se arrepienten, si no creen en esta buena nueva que les he traído…
Por lo tanto, no basta admirarse, hace falta creer. En el sentido más profundo de la palabra, creer que es ‘estar unido a Él’, es hacer de Jesús el centro de nuestra vida. Esto es lo que quiere el Señor.
Pensemos un momento breve en nuestra vida: “Señor, yo sí creo (díselo ahora conmigo, no tengas vergüenza). Señor, yo sí creo. Creo que tú existes… Y no sólo que existes, creo que estás conmigo.
Creo que ahora que te estoy hablando y que estoy haciendo la oración, me estás escuchando realmente.
Y también es cierto que creo y al mismo tiempo podría estar más unido a Ti, si consiguiera meterme más en la oración, y aprovechar mejor la gracia que me das, también en los sacramentos…
Y si consiguiera, Señor, ser más generoso Contigo, vivir más pendiente de Ti durante el día… Todo eso me uniría mucho más a Ti”.
DIOS ESTÁ CERCA DE NOSOTROS
Porque en el fondo, reconocer que tú y yo tenemos fe, es reconocer no solo que Dios existe, sino que se preocupa por ti y por mí; está cerca de nosotros.
Quizá podemos pensar en aquellos amigos, conocidos o incluso familiares que tengamos, que quizá no tienen fe, o tienen la fe un poco muerta o un poco flaca.
Quizá tú mismo has experimentado, o experimentas un poco a veces la falta de fe. Ten presente una cosa, la fe no es algo reservado para unos pocos. Aquellos que Dios les da más o ven lo que otros no pueden ver… ¡No!
Porque Dios da su regalo, el regalo de la fe a todos. Pero ese regalo hay que recibirlo, hay que abrirlo, hay que vivirlo. Y eso sólo es posible con humildad.
Por eso, al final de nuestra oración, vamos a pedirle a nuestra Madre Santísima: Madre Nuestra, haznos muy humildes. Con una humildad que nos permita tener una fe, una unión a tu Hijo Jesús, muy grande.
Te lo pedimos para todos nuestros amigos, conocidos y familiares, para que también reciban este enorme y bello regalo, y así todos podamos descubrir y vivir la maravilla de la vida cristiana.