Estos días son especiales para vivir la comunión de los santos. La Iglesia triunfante, la Iglesia purgante y la Iglesia militante nos unimos en una oración común por el eterno descanso del Papa Francisco.
Yo supongo que cuando dejamos este mundo, al separarse el alma del cuerpo, dejan de preocuparnos el 99% de las angustias que nos ocupan aquí en la tierra, y el alma siente una atracción irresistible hacia el único consuelo espiritual que desea: el encuentro con Dios. El cielo es la felicidad del alma que alcanza lo único que anhela con todas sus fuerzas, y el infierno, por el contrario es la tragedia máxima, el fracaso absoluto: lo único para lo que el alma está hecha, lo único que desea con todas sus fuerzas es la unión con Dios, sabe que no la alcanzará jamás.
ENCUENTRO CON DIOS
Por eso los cristianos sentimos el deber de ayudar a nuestros seres difuntos a alcanzar esa meta final, como quisiéramos que hicieran con nosotros cuando dejamos este valle de lágrimas. Después de fallecer, nos va a dar igual si los cantos del funeral eran los que nos gustaban, si la gente está satisfecha con la repartición de la herencia, o si la tía se quedó sin permiso con la cubertería de plata, nos da exactamente igual. Lo único que nos va a obsesionar es que nos ayuden con las Misas y con la oración a llegar a esa unión definitiva con Dios. Una unión definitiva y eterna.
Por eso te contaba que estos días son especiales para considerar el anhelo de Dios por nuestra unidad: unidad con Él y unidad entre nosotros los hombres. El fallecimiento del Papa Francisco es una ocasión de vivir la comunión de los santos, unidos en oración con las almas en el cielo y las almas del purgatorio. Nos ayuda a desear la unión con Dios y con su amabilísima voluntad ya aquí en la tierra, de modo que apuntemos a alcanzar esa unión definitiva con Él en el cielo.
VIVIR LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
Además, Dios ha dispuesto las cosas de modo que este año también vivamos la Pascua más unidos. Por ejemplo, por primera vez en varios años (desde el 2017), la fiesta de la Pascua coincidió en el mismo día para nuestros hermanos ortodoxos y para nosotros.
El evangelio de hoy habla de ese anhelo de Cristo por nuestra unión. Se trata de la oración sacerdotal. Es una maravilla poder acceder al diálogo íntimo de Dios con su Padre. A mí me impresiona ver que, habiendo tantas cosas de las que Jesús pudiera hablar con su Padre Dios, se dedique a orar sinceramente por nosotros, por sus discípulos y por todos aquellos que creerán en Él a través de los tiempos.
Creo que la Iglesia nos propone este evangelio para hoy porque deberíamos estar en shock después de todo lo vivido la Semana Santa. Deberíamos estar impresionados porque esta oración de Cristo, este anhelo por nuestro bien, no se quedó solamente en palabras sino que se confirmó con hechos en el Gólgota. Hasta dónde está dispuesto llegar Dios, Jesucristo, para que nosotros volvamos a estar unidos a Él. Dios nos ama, y nos lo demuestra generosamente. El amor que Dios nos ha manifestado en la Cruz es poderosísimo, debería movernos a todos los cristianos en una misma dirección.
UNIDOS A DIOS
La oración de Cristo que escuchamos en el evangelio de hoy dice así:
«Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. … Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí. Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me has confiado, para que vean mi gloria, la que me has dado porque me amaste antes de la creación del mundo”.
Está claro que Dios quiere unidad. Unidad en su Iglesia, en las familias, en las sociedades, en el mundo. Pero la unidad que solamente puede dar el amor. Su enemigo, en cambio, quiere la división. Ha sido así desde siempre. Mete cizaña al hombre para que se ame a sí mismo por encima de cualquier cosa: “seréis como dioses”, le promete la serpiente a Adán y Eva, y así inicia la primera división. Fomenta la envidia entre hermanos, y así Caín se separa de su hermano hasta tratarlo como un absoluto desconocido, hasta el extremo de darle muerte. La soberbia fue la causante de la división de Babel, de las rebeldías de Israel en el desierto, etc.
¿CÓMO PODEMOS VIVIR ESTA UNIDAD EN NUESTRA VIDA?
El enemigo quiere la desunión, porque quiere todo lo opuesto a lo que quiere Dios. La unión por el amor es reflejo de la perfecta unión de las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tan unidos por el amor, que desde fuera parecen una sola cosa, son un solo Dios. Se entiende que Jesús, con esta oración que meditamos en el evangelio de hoy, quiere que experimentemos la misma unidad que existe dentro de la Trinidad.
Este evangelio nos ayuda a plantearnos grandes decisiones en nuestra vida. ¿De qué lado solemos estar? Del lado de la unidad por el amor (que es el lado de Dios) o estamos del lado de la división, que es del de su enemigo. Pero como obras son amores y no buenas razones, vamos a concretar esta lucha. ¿Cómo podemos vivir esta unidad en nuestras vidas?
Amándonos unos a otros: Tal como Jesús nos amó, debemos amarnos los unos a los otros. Esto significa perdonar, apoyar y servir a nuestros hermanos y hermanas en la fe. Nos acordamos ahora del consejo de las tres palabras clave que daba el Papa Francisco a los matrimonios para vencer las dificultades: “permiso, gracias y perdón”.
Trabajando juntos: La unidad se construye cuando trabajamos juntos por un propósito común. En nuestras comunidades, en nuestras familias, en nuestros trabajos, debemos buscar la colaboración y el apoyo mutuo. Es impresionante como, incluso en países donde hay división muy marcada por estratos sociales o por raza, una catástrofe o un desastre natural une a todos por una misma causa: ayudar. A veces hacer el esfuerzo por ver qué tenemos en común (sin dejarnos llevar por el orgullo o la ira) nos ayuda a derribar las barreras que construimos entre nosotros.
AMANDO, TRABAJANDO, ORANDO, PERDONANDO, SIRVIENDO
Orando juntos: La oración en común fortalece los lazos de unidad. Cuando oramos juntos, compartimos nuestras preocupaciones, nuestras alegrías y nuestra fe. Jesús nos pidió orar incluso por nuestros enemigos. ¿Quién es esa persona con la que tengo un trato más difícil? Tal vez haya motivo suficiente para sentirse así, pero es innegable la paz que trae al corazón pedir a Dios de corazón por el bien de esa persona, independientemente de lo que nos haya hecho, eso da una paz al corazón impresionante. Así elegimos no odiar, purificar el corazón de todo afecto que pueda nos pueda amargar.
Perdonando: El amor verdadero perdona. Debemos perdonar a aquellos que nos han herido, así como Dios nos perdona a nosotros que lo hemos herido tantas veces. Si Cristo subió a la Cruz por todos los hombres, fue movido por el amor (y mira que le hemos dado motivos para bajarse). Le pedimos, Señor que yo te mire también en esto, que yo no me baje de la cruz del amor. Que inflames mi corazón para que el amor sea más fuerte que las muchísimas y justificadas razones para no perdonar.
Sirviendo: El amor se demuestra a través del servicio. Debemos buscar maneras de servir a los demás, de ayudar a aquellos que lo necesitan.
“Para servir, servir”.
“El que no vive para servir, no sirve para vivir”
(Santa Madre Teresa de Calcuta).
Como decíamos al inicio, estos son días especiales, estamos en la Octava de Pascua, días propicios para vivir la unidad entre los santos de la Iglesia de Dios. Unámonos a la oración de Cristo y de tantos santos para que todos seamos uno, por el amor a Dios.
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