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DIOS ESTARÁ CON NOSOTROS SIEMPRE

la confianza, TODOS

En estos 10 minutos con Jesús, procuramos como siempre, hacer oración, hablar, establecer un diálogo con Dios. Hoy le pedimos especial ayuda para hacer este diálogo, como siempre, porque sin su ayuda ya sabemos que no podemos rezar.

No podemos decirle: “Padre”, a Dios con el corazón; no podemos decirle a Jesús: “Jesús”, con el corazón; al Espíritu Santo: “Espíritu Santo, ven a mi alma, trabaja en mi alma”, con el corazón.

DIOS CON NOSOTROS

Por eso, para que Dios se nos haga accesible en la oración, le pedimos, ante todo, su ayuda, para hacer bien la oración, para hacer este rato de diálogo con Jesús, de diálogo con el Espíritu Santo, de diálogo con el Padre, de diálogo con nuestra madre; que nos salga, que podamos, que nos ayuden…

En el evangelio del día, se recuerda lo siguiente, y dice:

“En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.  Y por el poder  que vos le has dado sobre toda carne, que dé la vida eterna a todos los que le has dado.

 Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.  Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste.  Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese.  He manifestado a los hombres a los que me diste del medio del mundo.  Tuyos eran, tú me los diste y ahora han guardado tu Palabra.  Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.

Te ruego Padre por ellos; no ruego por el mundo, sino por ellos que me diste, porque son tuyos; todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío; en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti”.

(Juan 17, 1-11)

JESÚS SE ESTÁ DESPIDIENDO

Son palabras muy bonitas de Jesús, llenas de cariño, se está despidiendo, esto es parte de la oración sacerdotal, que recoge san Juan en su evangelio, y nos recuerda esta realidad: que Jesús ya no va a estar presente.

Jesús es consciente, que después de la pasión, vendrá la ascensión y ya dejará de estar presente entre nosotros. Por eso les dice: “yo ya no voy a estar en el mundo, pero ellos sí”. Allí estamos cada uno de nosotros.

Jesús ya no está físicamente entre nosotros, ya no tenemos esa seguridad como la que tuvieron los apóstoles, de que el Señor estaba allí para cualquier problema.

LA SEGURIDAD DE TENER A DIOS CON NOSOTROS

Era impresionante pensar en la seguridad que transmitía la presencia de Jesús en medio de ellos: cualquier enfermedad era curada, los muertos eran resucitados.
Si había necesidad de comida, el Señor multiplicaban el pan, los peces, multiplicaba la comida.

Incluso, con ocasión de la necesidad de pagar impuestos al templo, Jesús le pide a Pedro que saque el primer pez del lago, que lo abra al medio, y que allí va a encontrar dos monedas de plata, para pagar el impuesto.

Los apóstoles, se habían como criado en esos tres años, de la mano de una confianza ilimitada.

Jesús podía todo: tenía poder sobre la muerte, poder sobre las enfermedades, poder sobre el alimento, poder sobre el dinero, poder sobre cualquier cosa… podía calmar una tempestad.

A LA SOMBRA DEL AMOR DE JESÚS

Por eso, los apóstoles vivían como tranquilos, a la sombra del poder de Jesús, a la sombra del amor de Jesús.

Cuando tenían dificultades, cuando tenían preocupaciones, dudas, angustia, iban a Jesús; y Jesús con un abrazo increíble, una sonrisa, una caricia, una broma, enseguida te curaba todo: los males del corazón, los males del cuerpo.

Por eso los apóstoles crecieron con esa seguridad. ¡Esa seguridad es la que nosotros necesitamos tener! Y por eso, necesitamos que Dios sea visible en nuestra vida.

DANOS UN CORAZÓN SEMEJANTE AL TUYO

Por eso, el Señor, en esta oración que acabamos de leer en el evangelio, nos dice que: Él lo que le pide al Padre es que nos cuide, que se haga visible, que se haga actual en nuestras vidas.

Y por eso, en estos días que estamos pasando, cerca de la fiesta de Pentecostés, hace unos días, el domingo pasado, nos recuerda, que es Dios el que tiene que trabajar nuestros corazones para hacerlos semejantes al suyo.

SIEMPRE ESTÁ DIOS CON NOSOTROS

Dios está con nosotros, Dios no ha dejado de estar con nosotros, ¡Nunca dejará de estar con nosotros!

El problema es que nosotros, a veces podemos decirle que no, como San Agustín antes de su conversión definitiva, cuando le decía a Dios: “Dame la castidad, pero no ahora, más adelante”.

A veces nosotros, podemos estar pidiendo cosas, pero en el fondo, no las queremos ya, ni las queremos del todo, ni las queremos heroicamente, ni las queremos en plenitud.

Tenemos que pedirle al Señor:

¡Ayúdame a que quiera! Que quiera de verdad, que quiera cambiar de verdad, que de verdad quiera ser generoso, que quiera hacer oración, que quiera amar la santa Misa, que quiera ir a Misa con más frecuencia, que quiera rezar el rosario, Señor.

SEÑOR, AYÚDAME A QUERER

Porque entiendo que tengo que rezar el rosario, pero no quiero a veces. Me gustaría querer ¡Querer como quieren los santos! Como quiere la Virgen, como querrías vos, Señor. ¡Ayúdame a querer!

– Vos hacías oración todos los días, -Jesús. ¡Ayúdame a querer que yo haga también oración! Quiero querer hacer la oración. ¡Necesito querer, querer, querer!
Te pido ayuda para ese arranque inicial. Porque después, el Espíritu Santo, con nuestros deseos, va a hacer maravillas.

Él es el artesano, que como aquel alfarero toma el barro crudo, el barro sin forma, el barro informe, y lo transforma en un objeto de porcelana precioso, en un jarrón, en un candelero de porcelana, en una vinajera, en lo que sea, en lo que necesite.

EL ALFARERO

Cerca de mi casa, a cuatro cuadras, vive un alfarero, que es famoso en la ciudad, es el más conocido. Y a veces me gusta dar una vuelta por su taller, y pedirle que me muestre, le pido si ayudo a prender el torno, y a qué horas lo va a prender para ir a verlo.

Hemos hecho amistad, y se dedica a armar y desarmar cosas ante mis ojos, ¡y es increíble! En minutos te armó un jarrón alucinante, o una maceta, una vasija, un candelero, una fuente, o una jarra… Y lo vuelve a desarmar, y vuelve a hacer otra cosa… y todo en segundos…

Con un alambrito especial, le va haciendo todo tipo de dibujos. A mí me sirvió un montón, para hacer oración. Ver a aquel hombre; cómo, con sus manos, en poco tiempo, en unos minutos, transforma el barro informe, en un objeto de porcelana precioso.

Por eso, necesitamos que Dios trabaje nuestros corazones así. Y los transforme en corazones semejantes al suyo.

NECESITAMOS A DIOS CON NOSOTROS

Porque eso es lo que necesitamos: tener un corazón a la medida del corazón de Dios. Pensar cómo piensa Dios, razonar como razona Dios, desear lo que desea Dios. Por eso necesitamos tener estos deseos:

• querer hacer oración,
• querer la Santa Misa,
• querer rezar el rosario,
• querer la castidad,
• querer la generosidad,
• querer tener ese afán, para llevar a Jesús a todas a todas las personas que conozcamos.

LA CARICIA DE DIOS

Tener en la cabeza esa lista que Dios confecciona todos los días, con la cual, nos vamos a cruzar con un montón de gente, a la cual le tenemos que dejar de alguna manera, el toque de Dios, la caricia de Dios.

Esa caricia de Dios en el corazón de esas personas, que se cruzarán con nosotros, todos los días.

Para eso tenemos que tener el corazón muy despierto, porque si no, vamos a estar dormidos, vamos a estar como ciegos, o sordos, o mudos.

Por eso, el Espíritu Santo, cuando desciende sobre los apóstoles, permite que hablen en las lenguas de cada cual.

SI DIOS ESTÁ CON NOSOTROS, SE TRANSFORMA EL CORAZÓN

Dios, cuando se ha asentado en nuestro corazón y ha transformado nuestro corazón, en un corazón semejante al suyo, nos permite hablar un lenguaje distinto, nos permite con nuestras palabras informes, como el barro, llegar a los corazones con su mensaje.

Él transforma nuestras palabras tontas, nuestras pobres palabras. Pues, nosotros, ¿Qué vamos a decir? ¡muy poquita cosa!

Pero Él, le dará sentido a esas palabras, como el alfarero al barro informe.
Eso le tenemos que pedir hoy a Jesús: -Jesús, ayúdame a transformar el corazón, a querer de verdad que vos transformas mi corazón.

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