Tengo un amigo sacerdote que tiene una entonación digna de un encantador de serpientes. Me explico: su modo natural de hablar, de hacer las inflexiones de tono, de hacer pausas, etc., hace que te quedes enganchado escuchándole, es como brujería casi. Aunque sólo te esté contando cuál fue su desayuno de ese día.
La verdad es que era siempre agradable escucharlo hablar porque te mantenía en suspenso con cualquier cosa que contaba. Tengo tiempo sin hablar con él porque vive en otro país, pero no dudo en que su predicación es envidiable, porque como te digo, al momento de hablar, juega con ventaja.
Pero hay un “pero”. El único detalle es que, generalmente, las historias que cuenta suelen acabar fatal. Al protagonista le ataca un enjambre de abejas, se lo lleva volando una corriente de aire, o sencillamente se muere inesperadamente. La situación es tragicómica porque este amigo lo hace sin intención.
Más que él sea una persona pesimista de hecho es muy optimista, pero sus historias cuando las está contando acaban fatal. Y más de una vez, en medio de la narración, se da cuenta de que lo que está contando tan bien va a terminar mal y pide perdón, pero el resto nos reímos porque ya sabemos cómo va a terminar aquello.
SIEMPRE HAY UN “PERO”
A veces pareciera que la Biblia es así. No es todo color de rosa y, por ejemplo, la liturgia de hoy nos propone un pasaje del evangelio que perfectamente podría haber sido contada por este amigo:
“El tetrarca Herodes oyó la fama de Jesús, y les dijo a sus cortesanos: —Éste es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él esos poderes. Herodes, en efecto, había apresado a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla».
Y aunque quería matarlo, tenía miedo del pueblo porque lo consideraban un profeta. El día del cumpleaños de Herodes salió a bailar la hija de Herodías y le gustó tanto a Herodes, que juró darle cualquier cosa que pidiese. Ella, instigada por su madre, dijo: —Dame aquí, en esta bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales ordenó dársela. Y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron su cabeza en la bandeja y se la dieron a la muchacha, que la entregó a su madre”
(Mt 14,1-12).
Fin de la historia, y la historia acaba fatal. Cuando el sacerdote termina de proclamar el evangelio de hoy, no hay un giro inesperado en los sucesos, de hecho es un final triste.
“Acudieron luego sus discípulos (del Bautista), tomaron el cuerpo muerto, lo enterraron y fueron a dar la noticia a Jesús”.
Parece que ganaron los malos.
EL AMOR SIEMPRE VENCE
También nosotros ahora, cuando vemos florecer el mal en el mundo y nos preguntemos ¿es que Dios no piensa hacer nada? Cuando el enemigo se burla descaradamente de Dios y de los cristianos, ¿cómo no desesperarse? Recordemos esa ventaja con la que los cristianos podemos caminar en medio del mundo. El tiempo siempre le da la razón a Dios. Es una idea que nos ayuda mucho en estos tiempos, que Dios tiene la última palabraen la historia.
La historia nos repite una y otra vez esta verdad. Hoy, a través del testimonio de Juan Bautista, pero el ejemplo más claro es el de la tragedia en la Cruz. Durante tres días el enemigo reía victorioso, los discípulos de Emaús caminaban desconsolados, los discípulos se retraían con miedo a los judíos porque vieron lo que eran capaces de hacer. Y el tiempo le dio la razón a Dios.
Es lo que predicaba con tanta fuerza san Juan Pablo II a los jóvenes en el Estadio Nacional de Chile<:
El amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos incapaz. Cristo parecía imposibilitado también. Dios siempre puede más” (2 de abril de 1987).
SIEMPRE ES MÁS OSCURO ANTES DE QUE EMPIECE A AMANECER
No sé si recuerdas esa escena en la película de la Pasión de Cristo de Mel Gibson en la que Jesús va ya condenado rumbo al Calvario, y caminando pero opuesto a Él, va el enemigo con un engendro en los brazos (terrible la imagen). Ese engendro sonríe maliciosamente porque ya prevé la derrota de Jesús.
Me parece genial ese recurso de la cinematografía porque justo en el momento de la muerte de Jesús, ese mismo demonio grita desesperado porque se da cuenta del giro de la historia, de que el verdadero derrotado es Él.
Y aún falta la victoria definitiva sobre la muerte, que es su resurrección al tercer día. Pero esto lo recordaba el Papa Francisco:
“La Resurrección de Jesús no es el ‘final feliz’ de un cuento de hadas, no es el “happy ending” de una película, sino que es la prueba de que Dios actúa en el momento más difícil, en el momento más oscuro. La noche siempre es muy oscura un poquito antes de que empiece a amanecer. No bajemos de la cruz antes de tiempo”
(Audiencia Papal, 16 de abril de 2014).
ESTAR DEL BANDO GANADOR
El Bautista pudo haberse bajado de la cruz antes de tiempo, solo le bastaba retractarse de lo que había dicho y decir, “no es para tanto, cada caso es cada caso”. Pero el Bautista sabe elegir y prefiere la vida aunque tenga que morir a manos de Herodes. Nosotros sabemos por la fe dónde está san Juan Bautista ahora sin un rasguño, contemplando la gloria de Dios.
La Iglesia celebra dos veces al año a san Juan Bautista en el calendario litúrgico. Sus enemigos creyeron tenerlo derrotado, pero la victoria final es del Bautista, porque supo estar del bando ganador, del bando de Dios. Supo estar del lado correcto también en los momentos donde parecía que la derrota era inevitable.
¿De dónde saca su seguridad? Si volvemos a las Sagradas Escrituras, la primera vez que aparece Juan Bautista, es en la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel. Ese momento en que el saludo de la Virgen hace que el Bautista salte en el seno de su madre.
SER FIELES SIEMPRE
Se le podrían aplicar las palabras del Salmista:
“En Ti me he apoyado desde el seno materno; desde las entrañas de mi madre, Tú eres mi protector. Para Ti mi alabanza continua. (…) En Ti, Señor, espero, no quede yo defraudado para siempre”
(Sal 71).
Este es uno de los Salmos que la Iglesia utiliza para abandonarse en el Señor.
Desde el vientre materno, Juan ha tenido un encuentro con Jesús, y eso es lo que le hace confiar en que sus promesas son ciertas. Desde entonces tomó la opción del bando ganador, pase lo que pase.
Esta misma lección la podemos aprender del ejemplo de nuestra Madre. Porque, estas son palabras de san Josemaría:
“Cuando se ha producido la desbandada apostólica y el pueblo embravecido rompe sus gargantas en odio hacia Jesucristo, Santa María sigue de cerca a su Hijo por las calles de Jerusalén. No le arredra el clamor de la muchedumbre, ni deja de acompañar al Redentor mientras todos los del cortejo, en el anonimato, se hacen cobardemente valientes para maltratar a Cristo. Invócala con fuerza: «Virgo fidelis!» – ¡Virgen fiel!, y ruégale que los que nos decimos amigos de Dios, lo seamos de veras y a todas horas”
(Surco 51).
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