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P. Rafael

7 min

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DIOS TE QUIERE VIVO

Aprovechamos la fiesta de ayer para pedir al Espíritu Santo que nos haga ver lo que para Dios es evidente y para nosotros no: que vale la pena soltar cosas nuestras para alcanzar las de Dios. La santidad y la vida eterna, aunque cuesten, valen la pena.

Un sacerdote de Kenia contaba ya hace unos años que la tribu a la que él pertenecía tenía un método eficaz para atrapar monos. Era impresionantemente, sencillo ese método y requería muy poco esfuerzo, eso sí, algo de paciencia. La trampa consistía en abrir un pequeño agujero en el tronco de un árbol. La medida del agujero la tenían ya medida, sabían cuánto tenía que ser, la tenían muy comprobada, ya vas a ver por qué…

Dentro de ese agujero, en el árbol, colocaban unas semillas y frutos secos, sobre todo, esas comidas que sabían que les gustaban a los monos. Era recomendable que fuese comida abundante y había que colocarla, sobre todo, en el fondo del agujero. ¡Y listo…! Ahora, era solo cuestión de esperar a que el mono oliera el olor a comida y se acercara.

Lo que sucede es que, efectivamente, el mono olerá la comida, verá que está en el agujero del árbol y meterá una de sus manos por el agujero que está diseñado de modo tal que la mano puede entrar, pero muy, muy justo. Cuando el mono percibe con el tacto la gran cantidad de comida, por supuesto, que lo vence la tentación y agarra un puñado a más no poder.

Pero, como te decía, ese agujero está diseñado a la medida, de modo que, con el puño lleno de comida, ahora no puede sacar la mano. Y el mono tiene ahora solamente dos opciones: renuncia a su preciada comida y la suelta para poder sacar la mano o mantiene la comida en su puño, movido, por supuesto, por el hambre, aunque así será imposible sacar la mano del agujero del árbol.

Y, sorprendentemente, el hambre puede más que el instinto de supervivencia. Esto es algo impresionante porque el mono no suelta la comida y lo que antes parecía una bendición, ahora es su condena, es su perdición.

Porque en esas está cuando se acercan los cazadores y con unos palos le dan el golpe de gracia a aquel animal, que sorprendentemente grita de desesperación, grita y chilla al ver venir sus verdugos. Pero, es incapaz de soltar la comida para poder sacar la mano de la trampa.

BUSCAR LA VIDA ETERNA

Jesús, me parece que esta pobre criatura no entendió ese consejo tuyo, cuando nos dijiste también a nosotros:

“Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala lejos de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros, que no todo tu cuerpo acaba en el infierno”

(Mt 5, 30).

Y es que tantas veces ese mono somos nosotros. La concupiscencia, que es esa huella de desorden que nos deja el pecado original, incluso después del bautismo, nos trastoca las prioridades.

Somos capaces de arriesgar la propia vida por un tesoro, pero un tesoro aparente: la fama, el dinero, los placeres, la apariencia física, el qué dirán, el poquito de poder que pensamos podemos tener o el triunfo sobre los demás, el triunfo de una discusión, por ejemplo, el control de las situaciones, etc.

Tantas cosas que son cosas que nos gustan, no necesariamente son malas -algunas de ellas-, pero nos van haciendo perder de vista a nuestro verdadero bien. No es que no queramos nuestro bien, pero entramos como una especie de cortocircuito (como el mono), que hace que prioricemos mal.

En nuestro caso, ponemos el bien de la vida eterna por debajo de una vida cómoda, de una vida sin sufrimientos, de una vida sin obstáculos.

Lo irónico en el caso del mono es que quien sea testigo de este triste espectáculo podría pensar: Oye, pero este mono si es tonto. Pero es evidente que lo que tiene que hacer es soltar la comida para soltar la mano. Si no quiere morir, tiene que soltar la comida. También es evidente que, para el mono no es evidente, si lo fuera, pues lo haría.

LA MIRADA AMOROSA DE DIOS

Hoy, en el evangelio nos encontramos con un episodio similar. Hay algo que es evidente para el espectador, pero no lo es para el protagonista. El protagonista es un hombre que tiene el mismo deseo que nosotros, porque de hecho te dice Jesús:

“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”

(Mc 10, 17)

Y tú, Señor, tienes una visión y una intuición perfecta porque eres Tú, Jesús, que eres verdadero Dios y

“la mirada de Dios no es como la del hombre -dice el primer libro de Samuel- El hombre mira las apariencias, pero el Señor Mira el corazón.”

(1Sam 16, 7)

Por eso el evangelista acota:

“Y Jesús fijó en él su mirada y quedó prendado en él”

(Mc 10, 21).

Claro, esta traducción es buena, pero si vamos al texto griego, dice literalmente:

“habiéndolo mirado, lo amo”.

Que impresionante habrá sido Tu mirada sobre esa persona, sobre ese hombre.

Como la mirada amorosa de Dios que tantas veces nosotros hemos sentido cuando hacemos estos ratos de oración contigo, Jesús o cuando nos acercamos devotamente a los sacramentos.

Fue una mirada amorosa que se dio cuenta de lo evidente: en este hombre hay una crisis como la del mono. Este hombre quería alcanzar la vida eterna, pero no quería soltar ese puñado de riquezas que tenía en sus manos.

Lo que tenía que hacer era evidente para Dios y, de hecho, también ahora que leemos el evangelio es evidente para nosotros. Pero no lo era para aquel pobre hombre y lamentablemente, como la del mono, esta historia, tampoco termina bien.

PEDIR LUCES AL ESPÍRITU SANTO

Podemos aprovechar que recién ayer celebramos la solemnidad de Pentecostés para pedirle más luces al Espíritu Santo; para ver nuestra vida como la ve Dios. Porque para Él, hay cosas en nuestra vida que tenemos que cambiar. Eso es evidente para Él. Él lo ve con muchísima más claridad que nosotros, porque todo lo ve desde la perspectiva de la eternidad y con el filtro del amor. El tiempo siempre termina dándole la razón a Dios.

Concretamente en el evangelio de hoy tenemos esa enseñanza sobre el desapego de las cosas materiales. Porque, bueno, era justo donde la apretaba el zapato al protagonista de hoy. Y la invitación, pues por supuesto, que también es para cada uno de nosotros.

Tú, Jesús, nos has dado los medios para subsistir dignamente. Quieres que trabajemos honradamente, que nos ganemos el sustento con nuestro esfuerzo. Ya decía san Pablo:

“El que no trabaje, que no coma”

(2Tes 3, 10),

pero eso es perfectamente compatible con el desprendimiento de los bienes materiales y con la caridad hacia los más necesitados.

En el fondo, el esfuerzo es para que nuestro corazón no se apegue desordenadamente a falsas seguridades, a falsos placeres.

BUSCAR LA SANTIDAD

Señor, ¿qué haremos cuando viendo que nos exiges algo muy concreto, nos cuesta obedecerte, ya sea por inseguridad, por apego desordenado, por falta de fe o por soberbia? -Que es muy frecuente- ¿Qué hacer para no perder la vida y alejarnos tristemente de Ti como el evangelio de hoy?

Porque cuando hacemos el examen de nuestra vida, cuando, por ejemplo, revisamos cuáles han sido los pecados y las faltas más recurrentes en nuestras últimas confesiones, nos puede venir la misma duda que los discípulos tuyos, cuando les dijiste:

“¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el Reino de Dios.”

(Mc 10, 24- 25).

Pánico, nos entra pánico, si esto es así.

Ellos mismos llegan a la conclusión que nosotros: ¡Qué difícil es ser santo!

“Entonces, ¿quién puede salvarse?”

(Mc 10, 26)

Pero para que dejemos de confiar solamente en nuestras propias fuerzas, en este camino de la santidad, del camino de la conversión, para que dejemos de confiar en los propios méritos o en las propias virtudes. Tú les dices a ellos con claridad y también nos dices a nosotros:

“Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.”

(Mc 10, 27).

Y terminamos este rato de oración, Jesús, pidiéndote que nos haga saber qué es eso, qué es tan evidente para Ti cuando ves nuestras vidas y nos los hagas saber del modo que sea, a través de quien sea, con los sucesos que sean.

Y que nos des esa fortaleza para tomar hasta las decisiones más radicales en nuestras vidas. ¿Qué es lo que tengo que cambiar? ¿Qué es lo que tengo que soldar? Queremos alcanzar la vida eterna. No queremos marcharnos tristes lejos de Ti.
Y para ello te pedimos esa gracia final de soltar todo lo que tengamos que soltar. Cambiar todo lo que tengamos que cambiar.


Citas Utilizadas

Ecl 17, 20-28

Sal 31

Mc 10, 17-27

Reflexiones

Señor, danos fortaleza para tomar las decisiones que nos ayuden a estar cerca de ti. Queremos alcanzar la vida eterna, no queremos estar lejos de ti…

Predicado por:

P. Rafael

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