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DIOS EL SOBREPROTECTOR

tomacorrientes

            Curiosamente, desde pequeños sentimos una extraña atracción hacia lo prohibido y yo creo que no es culpa del pecado original, porque si vamos al Génesis, nuestros padres sintieron esa atracción incluso antes de comer del fruto prohibido; antes del pecado original propiamente.

            Es decir, es una tentación más que un pecado en sí mismo.

            Por eso, yo creo que uno de los primeros recuerdos que tengo de pequeño (que de hecho ni siquiera creo que sea un recuerdo personal, sino una experiencia universal) es el de esa pieza de plástico muy pequeña que a mí me hipnotizaba y que me atraía con una fuerza impresionante.  Era como la fuerza que sentía Gollum hacia el anillo.

Tiempo después, aprendí que ese pedazo de plástico se llamaba: protector de tomacorrientes y que mis papás lo habían utilizado para tapar algunos tomacorrientes de la casa, porque si no, era muy fácil que yo o mis hermanos metiéramos los dedos en el enchufe.

            Creo que todos hemos comprobado muchas veces, por las malas, lo útil de ese pedazo de plástico, porque cubría lo que tanta curiosidad nos daba.  Todos hemos sido víctimas de un “corrientazo” inesperado.

            Y, evidentemente, la sensación de un corrientazo no es nada agradable.

            ¿Por qué te cuento todo esto? Porque estoy convencido de que la vida de familia nos ayuda a entender mejor cómo es nuestra relación con Dios.

A partir de detalles tan sencillos como este de tapar los tomacorrientes para que los niños no se hagan daño, es más fácil comprender cómo nos trata Dios.

Yo creo que Dios es nuestro Padre y hace de todo -respetando siempre mi libertad- para que no me haga un daño irreversible.

Del mismo modo, cuando somos pequeños y queremos meter los dedos en el tomacorriente, seguramente nos llevamos algún regaño de nuestros papás.

En el momento lloramos, nos indignamos, armamos un espectáculo, una rabieta… vivimos aquello tal vez como una restricción a nuestra libertad, aunque no la hayamos llamado por ese modo.

            Pero ahora que somos adultos, es imposible no ver detrás de aquella prohibición una muestra de cariño, algo que no podemos dejar de agradecer.

            ¿Dónde estaría yo si mis papás no hubiesen puesto esos pedazos de plástico en los tomacorrientes?

VER LO QUE DIOS NOS MANDA DEL MISMO MODO

            Ojalá que lleguemos al momento en el que podamos ver todo lo que Dios nos manda del mismo modo.

De hecho, a mí esta imagen del protector de tomacorrientes me ayuda muchísimo a comprender los mandamientos de Dios, porque me imagino un Dios tan bueno que va caminando por el mundo y va poniendo esos protectores en esos lugares que nos atraen, pero que pueden hacernos mucho daño.

Lo que sucede es que, lamentablemente, nos creemos adultos -en mal plan- delante de Dios y nos parece exagerado y nos parece que algunas cosas que Él ha etiquetado de pecado, es decir algunas tapas, algunos protectores de tomacorrientes, nos parecen exagerados.

O aquello que como dicen por ahí, de que “todo lo que me gusta engorda o es pecado”.

Así, nuestra confianza en Dios empieza a debilitarse porque aún no conseguimos entender por qué Dios, precisamente, nos recomienda las cosas que más nos cuestan y por qué nos prohíbe otras que no nos parecen tan graves.

“En el Evangelio de hoy, Tú Señor, que eres nuestro legislador, estás en pleno sermón de la montaña y hoy te vemos en plan poniendo tapas protectoras de tomacorrientes para que no metamos los dedos y nos hagamos daño”.

Hemos de confesar que, concretamente, en lo que nos dice el Evangelio de hoy, a veces nos cuesta muchísimo entenderlo, porque se trata de una aclaratoria al octavo mandamiento, de esa Ley que le fue entregada a Moisés.

“Tú Señor viniste a devolverle el sentido a ese octavo mandamiento.  ¿Por qué prohíbes el juramento Señor, si a veces es tan útil? Porque quieres que nuestras relaciones se basen en la confianza mutua, en la sinceridad y porque sabes, mejor que nosotros, el alcance de una mentira.

“Sí Señor, a veces se nos olvida o a veces nos cuesta entender este octavo mandamiento, especialmente cuando entramos en ese terreno de aquello que se suele llamar “mentiras piadosas””.

Es decir, aquellas medias verdades que decimos para salir de un apuro o de aquellas mentiras que sabemos que no van a causar daño a nadie, esas mentiras que llamamos “piadosas” para no hacer sufrir a otra persona o, sencillamente, mentiras piadosas para no quedar mal.

¿Por qué va a ser pecado algo que no le hace daño a nadie? Es más, incluso, a veces parece necesario para no hacerle daño a nadie.

Si volvemos a esa imagen de un Dios que conoce mejor que nosotros mismos el alcance del pecado, entenderemos que hay que confiar en Dios y que Él conoce, incluso mejor que nosotros, el daño que una mentira piadosa le puede hacer a nuestras almas.

Porque

“¿no fuiste Tú Señor quien alabaste a Natanael porque viste en él un verdadero israelita en quien no hay doblez?”

(Jn 1, 47)

¿No nos recomiendan en el Evangelio de hoy

“que vuestro hablar sea sí, sí, no, no y lo que pase de ahí proviene del maligno?”

(Jn 5, 37)

“¿Qué quieres enseñarnos con aquello de:

“la verdad os hará libres”?”

(Jn 8, 32)

ANÉCDOTA

Te voy a contar una breve historia basada en hechos reales:

Un señor va conduciendo a su casa y lo para la policía (cosa relativamente normal) y lo acompañaba su esposa.  Entonces, el señor se estaciona, viene el policía y le pregunta:

El oficial dice:

El Señor pone cara de indignación y dice:

Interviene la esposa y le dice:

Claro, el señor le echó una mirada de advertencia a la mujer… quédate quieta que no es problema tuyo. Y el oficial continúa y le dice:

Nuevamente se indigna el conductor y dice:

La esposa vuelve a intervenir y dice:

Claro, el señor ahora echa una mirada furibunda, una mirada venenosa, de esas que uno dice: “si las miradas mataran” … y continúa el oficial:

Aumenta la indignación del conductor que dice:

Interviene la esposa:

Claro, esta vez el famoso Luis ya no aguanta más, no soporta, está en el colmo de la desesperación y le grita a su mujer:

(Esta historia de la vida real ha sufrido ciertas modificaciones.  En realidad, lo que le dijo el señor a su mujer creo que no es apto para estos 10 minutos con Jesús, por eso lo hemos dulcificado un poco).

Ante lo que le dice este señor a su esposa, el oficial se indigna, se molesta y le pregunta:

Y la señora muy tranquilamente le dice:

ES MÁS FÁCIL LA MENTIRA

“Esta es la anti-anécdota, porque a veces es difícil entender eso que Tú nos dices Señor: ¿Cómo es eso de que la verdad nos hará libres? Si, a veces, con una mentira es más fácil ser libres”.

Eso es lo que nos parece, nos vamos a hacer más libres de las culpas, nos vamos a ser más libres de los castigos, pero es Dios que nos dice que vale la pena vivir así: con total sinceridad, sin dobleces, con la tranquilidad de que no tenemos nada que ocultar, ni siquiera a través de mentiras piadosas.

Es un Dios que pone un protector al tomacorriente de la mentira para que no le hagamos más daño a nuestra alma.

Aunque como somos niños pequeños delante de Él, no seamos capaces de entender en ese momento el daño que nos hace, incluso, una mentira piadosa; el daño que le hace a nuestra alma.

“En todo caso, algo comprendemos cuando Tú Señor nos recuerdas que el diablo -que existe, pero no lo vemos porque es muy inteligente-

“cuando él dice la mentira habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira”

(Jn 8, 44).

“Nosotros no queremos parecernos al diablo sino a Ti Señor, hasta lo más mínimo.  Por eso te agradecemos que en este Evangelio de hoy te vemos poniéndole protectores a los tomacorrientes; concretamente, al tomacorriente de la mentira, para protegernos de esa tentación de hacernos daño al meter los dedos en él”.

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