TOMAR BUENAS DECISIONES
Hoy está muy de moda la palabra “discernimiento”. Y nosotros tantas veces se la hemos pedido al Señor, como un don imprescindible para conocer tu voluntad: “Señor concédeme el discernimiento en esta decisión que voy a tomar” …
La palabra discernir es una palabra grande, no la usa cualquiera, no se usa todo el tiempo. De ordinario, la empleamos cuando tenemos que tomar grandes decisiones, como decidir una carrera, discernir la propia vocación, etc.
Y aunque la palabra ha cobrado auge más bien recientemente (y en parte, gracias al papa Francisco), esto del discernir es más viejo que Matusalén.
De hecho, es lo que podemos contemplar en el Evangelio de hoy.
Tú, Señor, estás a punto de comenzar tu gran tarea de plantearnos ese nuevo modo de ser y de vivir como hijos de Dios en tu Reino. Le dedicas tiempo al discernimiento de aquellos pobres instrumentos de los que vas a servirte en esta Tierra.
Leemos en el Evangelio de san Lucas:
«En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor».
Es el pasaje que nos propone nuestra madre Iglesia por ser la fiesta de los santos apóstoles Simón y Judas, que como te decía, ya aparecen en esta lista.
Y entre los muchos nombres que Dios tenía a su disposición, (básicamente tenía los nombres de la humanidad entera…) eligió a estos doce privilegiados.
EL TIEMPO LE DA LA RAZÓN A DIOS
La verdad es que, mirando la lista de los apóstoles, nos puede venir a la mente la pregunta: ¿qué tenían en común? Y personalmente, yo que tengo un doctorado en Sagradas Escrituras, en Teología, te puedo responder que la respuesta es un enigma.
Pero el tiempo siempre le da la razón a Dios. Todos estos hombres, elegidos como apóstoles, contando Dios con su libertad de cada uno, para corresponder o no, ya sea con sus acciones o con sus omisiones, todos estos hombres colaboraron sorprendentemente con la redención en la Cruz y con la extensión del Reino de Dios.
Jesús eligió bien, diferente a lo que hubiésemos elegido nosotros si nos hubiese tocado elegir doce apóstoles, pero Señor, el tiempo te dio la razón.
Ojalá nosotros tuviéramos ese don del discernimiento infalible Tuyo, Señor. Porque donde pones el ojo pones la bala.
Pero hay que reconocer que para nosotros es muy difícil acertar como Tú, porque nosotros no somos Dios, que ve todo desde la perspectiva de la eternidad. Y claro, desde allí es imposible equivocarse en la toma de decisiones.
Aunque no somos Dios, y nos podemos equivocar, (de hecho, nos la pasamos equivocándonos) lo que la Iglesia nos propone para el Evangelio de hoy, nos da una clave para no equivocarnos tanto, o si nos equivocamos, no meter la pata hasta el fondo.
Y la clave está en hacer lo que hizo Jesús:
«Antes de llamar a sus apóstoles, salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios».
Es la oración antes de las grandes decisiones. Es algo así como lo que hacían los concursantes en aquel famoso programa de preguntas. Uno de los comodines para discernir la respuesta correcta entre las opciones posibles era “llamar a un amigo”.
Lógicamente el amigo era alguien de confianza, con buen criterio y, de ser posible, experto en la materia de la pregunta que le estaban haciendo.
Y los cristianos contamos con el comodín de “llamar a un amigo” cuando nos entran dudas en el discernimiento.
Y esa llamada es la oración, y ese amigo eres Tú, Jesús, obviamente. El experto en todas las materias, de nuestra absoluta confianza, y con el inmejorable criterio que es el experto y puede contemplarlo todo desde la eternidad. ¡¿Qué más se puede pedir?!
SABER ESCUCHARTE JESÚS
Pues que la llamada no tenga interferencias. Que la respuesta que nos llegue la escuchemos con nitidez, y que de verdad acudamos a la oración con ánimo de escucharte.
Para eso, tendremos que insistir muchas veces, como Samuel, diciendo: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Sam 3,10).
Pero no basta con escuchar, sino que hay que querer y hacer propio lo que Dios nos dice. Porque entre Dios y nosotros, puede quedar todavía el abismo de nuestra libertad.
El discernimiento es un proceso, pero la decisión última es un acto puntual nuestro.
Por ejemplo, en ese programa de concursos sucedía lo mismo. Una vez que colgaban la llamada a ese amigo, se le devolvía la pregunta al participante: —¿cuál es tu respuesta definitiva? Y claro, entre la llamada del amigo y la respuesta del concursante, quedaba el abismo de la libertad.
Y más de una vez, el concursante decidió obviar la sugerencia del amigo y seguir la propia intuición… Y más de una vez, craso error, oportunidad perdida, arrepentimiento inmediato. Lo que le había sugerido el amigo por la llamada era la respuesta correcta
Del mismo modo, entre la ayuda de Dios que nos da en la oración y nuestra decisión final, puede quedar el abismo de nuestra libertad.
Hay un par de ejemplos evidentes en los evangelios, que los hemos meditado en alguna otra ocasión: el del joven rico, que se marchó triste después de su elección. Craso error, oportunidad perdida, arrepentimiento inmediato. El amigo tenía razón.
Y el otro caso es el de Judas Iscariote (no el Judas que celebramos hoy). El de ese Judas que conocemos bien, que tuvo un final lamentable.
Y ambos querían escuchar, escucharon, y no les gustó lo que escucharon. ¿De qué les sirvió escuchar?
Por eso hoy, aprovechando esta elección de estos dos apóstoles, y contemplando el evangelio propuesto para esta fiesta, volvemos a pedir para nosotros el don del discernimiento, que no es otra cosa que, el don de saber dónde preguntar y en quién confiar.
Por eso, esta petición incluye también el don de ser verdaderamente almas de oración.
Que a través del trato constante Contigo, Señor, vayamos ganando en esa finura de los sentidos, que nos hace reconocer más fácilmente tu voz en tantos momentos del día.
UN AMIGO EXPERTO EN TODO
Claro, es Dios que me habla en este propósito de santidad…. Este propósito de ser más ordenado, más sonriente, de ser puntual, sincero, casto… Probablemente esa es la voz de Dios que me acompaña en este paso que voy a dar, y que me da mayor seguridad, es este hábito de consultar con ese amigo tan sabio y bueno cualquier cosa en la oración.
No es que sea un dogma, pero un amigo me contaba que cuando iba a dar un paso importante en su vida, su oración de discernimiento era algo así: “Señor, voy a dar este paso, creo que yo debería ir en esta dirección, pero si la cosa no es por ahí, que me parta un rayo”.
Claro que no hace falta llegar a ser tan radicales como este amigo, pero sí tiene razón en la confianza absoluta en las indicaciones de Dios… Aunque esas indicaciones vengan en cambio brusco de dirección. No es por ahí.
Me lo estas pidiendo hace rato, hazme caso, soy tu amigo no es por aquí…O esa confianza en las sugerencias de Dios, vengan del modo que sea…
Porque nuestra libertad, siempre para elegir es lo que nos sugiera Dios.
Queremos lo que quieras Tú. Ayúdanos a escuchar lo que quieres Tú. Ayúdanos a decidir con la sabiduría de quien tiene un amigo, que es experto en todas las materias.
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