Jesús, hoy me quería servir de la primera lectura de la misa para iniciar esta conversación contigo. Resulta, que San Pablo le escribe a los de Filipo:
“Tengo la firme esperanza de que no seré defraudado y ahora, como siempre, estoy plenamente seguro de que, ya sea por mi vida, ya sea por mi muerte, Cristo será glorificado en mí. Porque para mí la vida es Cristo; y la muerte, una ganancia. Pero, si el continuar viviendo en este mundo me permite trabajar todavía con fruto, no sabría yo qué elegir. Me hacen fuerza ambas cosas: por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente es con mucho, lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes”
(Flp 1, 20-24).
Y la verdad es que a mí me sorprende, porque ¿cómo puede considerar la muerte, una ganancia San Pablo? Él mismo lo explica: “deseo morir y estar con Cristo”, esto es lo que busca un santo: “estar contigo Jesús” y la muerte es la puerta que conduce al cumplimiento de ese premio que tantas veces ha deseado: ¡estar contigo!
El santo no le tiene miedo a la vida ni a la muerte, pero su seguridad le viene de vivir de cara a Ti Señor, porque uno muere como vive… es más, “sabemos perfectamente que los santos están Contigo, por eso les rezamos para que intercedan por nosotros en Tu presencia”.
FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
Y eso es lo que haremos mañana en la fiesta de Todos los Santos; pero, pero, no todos mueren como santos (ya me gustaría a mí morir en olor de santidad… y seguro que a ti que escuchas, también), pero no todo mundo muere como santo y, siendo conscientes de esto, para darles un empujoncito a todos los que han muerto y no han alcanzado el cielo, rezamos por los difuntos y eso es lo que vamos a hacer, especialmente pasado mañana, en el día de Todos los Difuntos.
Ahora ojo, que rezamos por los difuntos, no es que le demos culto a los muertos por el hecho de ser muertos. ¿A qué viene esto? A que hemos hablado de mañana y pasado mañana, pero ¿y hoy? Resulta que hoy 31 de octubre, los Celtas le rendían culto a los muertos, hacían rituales extraños, torcidos… y cuando aquellas tierras fueron evangelizadas, lógicamente se les animó a dejar estas prácticas: en lugar de darle culto a los muertos, era mejor rezarle a los santos y rezar por los muertos.
La fiesta de Todos los Santos, en el inglés antiguo se dice: “All hallows” tal y como en el Padre Nuestro uno en inglés reza: “Hallowed be thy name” (Santificado sea Tu nombre), “Hallow” es santo; pero como las fiestas se conocen por sus vísperas, la tarde previa a la fiesta de Todos los Santos se llamaba: “All Hallows’ Eve” o simplemente, “Hallows’ Eve”, que con el tiempo se llegó a decir Halloween y por ahí van los tiros: 31 de octubre, ya el mismo correr del tiempo y algunos acontecimientos (algunos de ellos, lastimosamente tristes) y las ocurrencias de los hombres, se encargó de llenar este día de todas sus cosas tan peculiares: dulces, calabazas, telarañas y los famosos disfraces…
DECORAR HOY Y LA PROXIMA SEMANA
Es cierto, que es un día en el que la brujería puede hacer de las suyas y, en este sentido, no hay que ser ingenuos y hay que desagraviar; hay que pedirle perdón, “Te pedimos perdón Señor por todas las ofensas que Tú recibes en un día como hoy”. Pero eso no quiere decir que cualquiera que se ponga un disfraz está haciendo algo necesariamente malo; o sea, si te la pasas bien decorando la casa de Harry Potter o qué sé yo o si alguien se quiere disfrazar de Iron Man o de princesa Disney, lo puede hacer hoy o la próxima semana o dentro de seis meses y no pasa nada.
Pues la verdad es que con esto de los disfraces, yo pensaba que lo nuestro es cristianizar lo pagano y no al revés y así que nos puede servir, esto nos puede interpelar, esto de los disfraces. Antes, antes, los paganos se disfrazaban de sus divinidades cuando celebraban sus fiestas de sus dioses, se disfrazaban, tipo Halloween, pero con un sentido religioso y ellos decían que se revestían de sus dioses. Entonces, si su dios era un pez, pues ahí andaba gente caminando disfrazada de pez o si era un águila, pues ahí andaba gente disfrazada de águila y entonces San Pablo dice:
“Todos los que fueron bautizados en Cristo, se han revestido de Cristo”
(Ga 3, 27)
o en otro lugar dice:
“Revístanse pues, como elegidos de Dios, santos y amados, con entrañas de misericordia, con bondad, con humildad, con mansedumbre, con paciencia. (…) sobretodo, revístanse con la caridad, que es el vínculo de la perfección”
(Col 3, 12-14).
REVESTIRNOS DE CRISTO
Lo dice así: “revístanse”, pero no es ponerse un disfraz de Cristo… es ¡ser Cristo! Cualquier loquito se disfraza y no sólo se disfraza, sino que se cree. Allí podemos encontrar, en un manicomio, a alguno que se cree Napoléon o Julio César o vaya usted a saber; pues ojalá y nos revistiéramos de Cristo, pero no como quien se pone una máscara y ya, sino como quien se parece a Él, se hace como Él.
“Que me parezca a Ti Jesús, que me parezca a Ti. Tengo claro que para conseguirlo tengo que quitarme todas esas cosas que me hacen distinto a Ti, que deforman Tu imagen en mí. Pues te digo con palabras de San Josemaría: “Señor, que yo me decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis miserias… entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la expiación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de Tu vida, nos iremos pareciendo más y más a Ti. Seremos otros Cristos, el mismo Cristo” (Vía Crucis, VI Estación. San Josemaría Escrivá de Balaguer).
Eso es lo que quiero: revestirme de Ti Señor, revestirme de Cristo, ser Cristo”. Esta es tarea de toda la vida (creo que está claro) y, probablemente, reconocemos que nuestras miserias son muchas y que tenemos abundante trabajo por delante. Pero ojo, que también contamos con nuestra madre: Santa María y ella puede agarrar, aunque sea, los retazos de virtudes que tenemos, los trozos de nuestras pequeñas obras buenas, retales de nuestra pobre caridad y juntarlo todo, para revestirnos de la imagen de su Hijo.
LA HISTORIA DE ARLEQUÍN
Justo me acordaba del relato de Arlequín: “Arlequín era un niño pobre. Un día volvió a casa triste y su madre le preguntó qué le pasaba. Al día siguiente era carnaval, todos tendrían un traje nuevo, mientras que él no tenía nada qué ponerse. La madre, que era costurera, cogió su cesto de trozos de colores, retales de otros trajes y estuvo toda la noche cosiendo trozo con trozo.
Al día siguiente, Arlequín tenía el traje más hermoso y original. Todos los otros niños estaban asombrados y le preguntaban dónde lo había comprado, pero él no decía nada para guardar el secreto de su madre, que había estado toda la noche entera cosiendo aquellos trozos de colores: blanco, rojo, azul, amarillo, verde, anaranjado, violeta… y comprendió que no era pobre, pues su madre lo quería más que cualquier otra madre, como demostraba aquel traje” (Blanca como la nieve, roja como la sangre. Alessandro Dávenia).
Pues Madre nuestra, en este día en el que la gente a veces se disfraza y ni si quiera sabe por qué, pues que nosotros nos demos cuenta que lo mejor es revestirnos de tu Hijo y como tenemos, a veces, poco de dónde agarrarnos, te pedimos a ti, que tú haces maravillas como buena madre, como la madre de Arlequín, pues haz eso mismo conmigo.