GAUDETE IN DOMINO SEMPER
Llegamos al tercer domingo de este Tiempo de Adviento, este tiempo de esperanza, de preparación para recibirte a Ti Jesús en la Navidad.
Y este es uno de esos domingos que tiene nombre: es el domingo gaudete: ¡Alégrense! Alégrense, porque esas son las palabras con las que en la antífona de la Misa abre esta celebración ¡Gaudete in Domino Semper!
Unas palabras de san Pablo que este año leeremos también en la Segunda Lectura que nos anima a alegrarnos y lo repiten:
¡Estén alegres, el Señor está cerca!
(Flp 4, 4).
Podemos pensar en esta virtud de la alegría, porque realmente la alegría es una virtud, y Vos, Jesús, querés que sea parte de nuestra vida, de la vida del cristiano.
UN FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO
Decía el santo Padre en una de sus catequesis:
“La alegría cristiana es la respiración del cristiano. Un cristiano que no es alegre en el corazón, no es un buen cristiano. Es como la respiración, es el modo de expresarse del cristiano.
La alegría no es algo que se pueda comprar o que se pueda lograr con esfuerzo. No. Es un fruto del Espíritu Santo”.
Aquel que nos da alegría del corazón es el Espíritu Santo y el Espíritu Santo nos lleva a salir de nosotros mismos, nos lleva a darnos a los demás, nos lleva a ponernos al servicio del prójimo, de lo que podamos hacer de bien.
Y eso, es algo que muchas veces nos ayuda. Si uno está un poco triste, muchas veces será por pensar demasiado en sí mismo, eso no nos quita la alegría. Cuando le damos muchas vueltas a mis problemas, quizás la susceptibilidad, si me trataron bien o si me trataron mal.
Las preocupaciones del futuro y eso no nos hace bien. Y a veces el actuar o ponernos en movimiento, nos ayuda a salir de nosotros mismos.
PONERNOS EN MOVIMIENTO
Me acuerdo de una novela de Dickens, Casa desolada, en que la protagonista estaba dándole vueltas a una preocupación sobre un señor: que si le prestaba atención a ella o no… Y se hacía una historia en su cabeza.
Y fue ella misma que dice – bueno, me voy a poner a tejer. Voy a ponerme a hacer algo que me saque estos pensamientos de la cabeza-.
Y es que, en ocasiones, que bueno que lo podamos hacer, porque no hay que darle tantas vueltas a uno mismo.
Es de esto un poco, lo que nos invita el Evangelio que continúa con la figura de Juan, que presenta el domingo pasado; a quien se acercaban las personas buscándote a Vos, Señor, porque Juan era un hombre enviado por Dios que les indicaba el camino: el camino hacia Jesús.
NOS INDICA EL CAMINO
Decía que él no era la luz, pero les indicaba quien era la luz y le preguntaban: ¿Qué tenemos que hacer? Y san Juan les iba indicando a cada uno qué tenían que hacer para recibir al Señor.
“Le preguntaban: ¿qué hacemos? Y Juan contestaba: – el que tenga dos túnicas, que se le reparta con el que no tiene. El que tenga comida, que haga lo mismo”
(Lc 3, 10-18).
Y así se volverían como esperanzados los que se acercaban a él. Les mostraba un camino y ver qué tengo que hacer.
Es lo que quizá nosotros, Señor, podemos también actuar de esta manera, cuando nos encontramos un poco metidos en nuestras cosas, cuando nos falta la alegría Señor, y preguntarte: ¿Qué quieres de mí ahora?
Así como se acercaban a Juan, acercarnos a Vos y preguntarte. Tratar de salir de nosotros mismos, poniendo en juego nuestros talentos al servicio de los demás.
MOTIVO PARA ESTAR ALEGRES
Pero en realidad, como dice el Papa, la alegría es algo que da el Espíritu Santo. No es solo esto como un activismo para evadirse, para distraerse y hacer cosas, sino que, de verdad, de fondo, tenemos un motivo firme para estar alegres.
Y es éste, que viene el Señor que Dios está de nuestro lado, nos mira, nos cuida, sabe por qué cosas estamos pasando…
Por eso también, la alegría viene, – como lo sugería el apóstol Santiago: si alguno está triste, que rece – cuando estamos más cerca del Señor, cuando rezamos.
Quizá, al rezar, encontramos que nos pone triste algo que nos separa de Él. Y podemos recomenzar, aclararnos, pedir perdón, volver. Quizá es que, efectivamente, hay una situación dolorosa que nos quita la alegría y en el Señor podemos encontrar la paz.
San Pablo en su Carta, que leeremos en la misa, les dice:
“Estén alegres, les repito, estén alegres, que nada les preocupe, sino que, en toda ocasión, en la oración y la súplica, con la acción de gracias, con sus peticiones que sean presentadas a Dios, y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo”
(Flp 4, 4-7).
SIEMPRE AGRADECER
Rezar, hacer acciones de gracia, qué bien nos hace eso para como ubicarnos cuando uno está un poco más pesimista, empezar a agradecer al Señor la fe, la vida, la salud, tantos dones que recibimos personalmente en nuestra vida.
Hay un montón de cosas que, si nos ponemos a pensar, tenemos para agradecer y que nos hace mucho bien. Y así, Señor, de Vos nos vendrá la alegría y la paz.
Decía el santo Padre en esa catequesis, citando justamente en el comienzo, este vínculo que hay entre la alegría y la paz. Y decía que tenemos una alegría que viene de la paz, y que la paz, nos viene cuando miramos al Señor.
Y en concreto, decía el Santo Padre: “Cuando tenemos buena memoria y tenemos esperanza, cuando miramos atrás con la memoria a todo lo que el Señor nos bendice, todo lo que ha hecho.
Tu venida Jesús, Su redención, todo lo que hiciste para la humanidad, lo que hiciste para mi, es tener la seguridad en ese Dios que se nos ha manifestado con obras su amor, su fidelidad.
Y también la esperanza, (que ahora estamos procurando ahondar en la esperanza en este tiempo de Adviento), de que el Señor actuará, de que Dios sigue vivo. Que Dios no nos va a dejar.
Que podemos encontrarnos en una situación mejor en el Cielo. Podemos pensar que nos espera. Y esto sí es un motivo de alegría y de seguridad.
¡VAMOS A LA CASA DEL SEÑOR!
Leía de un santo que, cuando venía el médico y era el día en que iba a fallecer, ya con 80 años y estaba muy enfermo le dijo: – Lo veo más feliz que nunca.
Y él respondió: – Qué alegría cuando me dijeron: ¡Vamos a la casa del Señor! Tenía esa seguridad que era a donde se iba pronto a encontrar.
Bueno, la alegría por la esperanza que nos espera el Cielo, pero también la esperanza que nos mueve a que podamos ser mejores, a que en las circunstancias que estemos, sean las que sean, tenemos una gracia del Señor a la que podemos corresponder para acercarnos un poquito más a Él.
COMPARTIR ESA ALEGRÍA
Ayúdanos Señor, a tener esta alegría en el corazón y a poder transmitirla, porque, como decía san Josemaría, todos necesitamos tener caras sonrientes a nuestro lado. Nos hace mucho bien.
Y es también como un signo de la presencia del Reino. Esa alegría facilita también que nos acerquemos a los demás y a Dios.
Vamos a pedirle a nuestra Madre que sabría con su alegría serena poder transformar todos los lugares donde se encontraba. Y, de hecho, lo sigue haciendo en nuestra vida. Que ella, que es causa de nuestra alegría, nos ayude a tener esta alegría.
Ahora en concreto, la alegría de la Navidad, la alegría de que viene Jesús. La alegría de poder compartirlo con las personas que queremos.