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P. Neptalí

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DOMINGO DE RAMOS

Quien siempre se había opuesto a toda manifestación pública de alabanza, quien se había escondido cuando el pueblo quiso hacerle rey, se deja hoy llevar en triunfo.

Hemos llegado hoy al Domingo de Ramos, que abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las palmas y de la pasión. Con el recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén; y donde en la liturgia de la palabra encontraremos la pasión del Señor. En este año, según san Marcos. 

Y vemos así cómo la liturgia, se puede decir, que nos ofrece un gran contraste en sus dos partes: en la primera parte, con la procesión de entrada, la bendición de las palmas, que presenta la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén. Mientras que la misa nos hace meditar su pasión y su muerte. 

Quizás para que tú y yo no olvidemos, que lo que celebramos en Semana Santa es el Triduo Pascual: la pasión, la muerte y resurrección del Señor. 

DOMINGO DE RAMOS, DÍA DE ESPERANZA

Cuando el Señor entra en la ciudad de Jerusalén montado en un burrito, la multitud se abre de esperanza. Aquel Jesús que había vivido en Nazaret, que había predicado, y había hecho muchos milagros, recibe al fin ese reconocimiento de su título como Mesías

Primero, en sus discípulos, por supuesto, pero después en todo ese pueblo llano, sencillo. Con una explosión de júbilo. Alabar a Dios. Aclaman al Cristo gritando:

“¡Bendito el que viene como Rey! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna, Hijo de David!”

(Mt 21, 9).

Y alfombran con sus mantos y con ramas el camino por donde el Señor va pasando. Llama la atención porque nuestro Señor siempre se opuso a esa aclamación pública. Un pasaje que nos narra san Juan, en que querían aclamarlo rey, y Él se escabulló. 

Sin embargo, hoy “se deja hacer”, digamos, que consciente de esa aclamación, porque sabe que es el comienzo de lo que será la muerte, su pasión. 

Y sólo en la cruz Él quiere ser vencedor. Quiere vencer Rey. Y los que gritan hoy “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor”, pues en pocos días después gritarán pidiendo a Pilatos: ¡Crucifícale, crucifícale, crucifícale! 

Si, hoy le acompañamos con palmas, pero tú y yo queremos después hacerlo con la cruz. Con la cruz de cada día a cuestas. Ya que sólo en la cruz mereceremos esa palma de la victoria. 

UN SUFRIMIENTO ACEPTADO CON LIBERTAD

Nos ofrece la liturgia de hoy, en su primera lectura del profeta Isaías, que los sufrimientos del profeta en manos de sus enemigos, son figura de los de Cristo. Su serena aceptación de los insultos, de las injurias, pues nos hacen pensar en la humildad del Señor cuando fue sometido a cosas aún peores. 

Fue un sufrimiento aceptado libremente, voluntariamente soportado, que nos dice que Cristo se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Nos lo dirá san Pablo en la segunda lectura de la misa de hoy.

Y repetiremos ese mismo tema en el prefacio:

“Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales”

(Prefacio).

Nos hace de san Pablo penetrar con profundidad en el misterio de la Redención. Habla de ese anonadamiento de Cristo, diciendo que no sólo se despojó de sí mismo asumiendo la condición de esclavo, sino que incluso se humilló hasta someterse a la muerte de cruz. Esto era lo último de la humillación, del anonadamiento, de hacerse un proscrito, un desecho de la sociedad. 

Pero san Pablo, después de comentar esto, eleva enseguida nuestro sufrimiento, y dice:

“Por eso Dios lo levantó, lo ensalzó sobre todo, y le concedió el nombre sobre todo nombre”

(Flp 2, 6).

PROFECÍAS DESDE EL ANTIGUO TESTAMENTODOMINGO DE RAMOS

En la misa hemos leído la pasión del Señor, el sacrificio de Cristo por nosotros. Su prisión. El proceso está lleno de burla y de calumnias. La flagelación y la coronación de espinas. El camino del calvario tan cruel. La crucifixión. 

Son pasajes descritos minuciosamente por los evangelistas. Nada fue improvisado, nada. Jesús lo anunció y los profetas lo describieron:

“Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me jalaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Me taladran las manos y los pies. Pueden contar todos mis huesos. Se reparten mi ropa y echan a suerte mi túnica”

(Is 50, 6)

Estas son profecías del Antiguo Testamento que se cumplen en nuestro Señor. 

Y conviene que meditemos todo esto durante la Semana Santa. Muy unidos a Jesucristo para avivar ese dolor de nuestros pecados, para participar más conscientemente en los oficios, en la renovación del sacrificio del Calvario en las misas. 

ESCENAS PARA MEDITAR

Son escenas crueles pero soportadas con mansedumbre por el Señor, que deben estar, y queremos que estén profundamente grabadas en nuestra imaginación, para que sean meditadas con frecuencia para que nuestro corazón de cristiano se conmueva. Para reaccionar al analizar la causa de los padecimientos de Jesús y su modo de soportarlos. Para sentirnos directamente interpelados por el amor divino, que se excede en querer ganarnos para la vida eterna, arrancándonos del dominio del demonio, del pecado y de la muerte. 

 

“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

(Sal 118).

Palabras tomadas del Salmo 118, aclamando a Jesús como Mesías. 

¿TE DEJO REINAR EN MÍ?

Y queremos, siguiendo a san Josemaría, decir, y decirnos a  nosotros mismos, que: “Cristo debe reinar antes que nada en nuestra alma. Pero qué responderíamos, si Él preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le contestaría que, para que Él reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey”

(Es Cristo que pasa, p. 188).

 

Nos encomendamos a la Virgen, como siempre, al terminar este rato de oración, para no quedarnos con ese triunfo efímero y aparente que se consigue en este mundo. Sino que nos acompaña ella, y nosotros acompañarla a ella a mirar al Señor en la cruz hasta el final. Acompañarlo en todo su tránsito de la pasión.

 


Citas Utilizadas

Is 50, 4-7

Sal 21

Flp 2, 6-11

Mc 14, 1-15. 47

Es Cristo que pasa, p. 188

Sal 118

Prefacio

Mt 21, 9

 

 

 

Reflexiones

Jesús, que hoy, Domingo de Ramos, te acompañe con júbilo y esperanza así como lo hicieron en Jerusalén. Y cada día de la Semana Santa estar junto a Tí, para avivar ese dolor de nuestros pecados.

 

Predicado por:

P. Neptalí

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