DIOS NOS ABRAZA
Las semanas previas hemos vivido varias fiestas, fiestas que nos recuerdan y en las que celebramos los misterios centrales de nuestra fe y, de hecho, el domingo pasado terminado como un gran ciclo, al celebrar Pentecostés, la efusión del Espíritu Santo. Y hoy día, la Iglesia nos propone celebrar: la Santísima Trinidad.
Y es que, nosotros los cristianos hijos de Dios vivimos en el mundo. Vivimos una vida ordinaria, salimos de esas grandes fiestas, de grandes celebraciones. De hecho podríamos decir que, a lo largo del año tenemos como dos grandes fiestas, dos grandes momentos: la Navidad y la Pascua, la Semana Santa.
Pero entre esos dos momentos, esos dos tiempos tenemos una vida corriente. Esto no significa que nos olvidamos de Dios, al contrario, nuestro amor a Dios, nuestro compromiso con Dios continúa en esa vida ordinaria. Que debe ser al mismo tiempo divina. Si, tú y yo, nos abrimos a la acción de la gracia de Dios, de la gracia divina para progresar en el amor a Dios, en el amor a los demás, en el amor al prójimo.
En esta fiesta de hoy, de la Santísima Trinidad en cierto sentido recapitula todo lo que hemos vivido en las semanas anteriores: la muerte y la resurrección de Cristo, luego su ascensión a la derecha del padre glorioso y finalmente, la efusión del Espíritu Santo. Esa es la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Que nuestra mente y nuestro lenguaje humanos son inadecuados. Son inadecuados para poder explicar ese gran misterio de la Santísima Trinidad.
EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Cuántos Santos, cuántos teólogos, cuántas personas se han roto la cabeza tratando de entender. Si, ¡Es que no podríamos! Es como cuando, tu y yo, en un día de un sol extraordinario, que luce, que alumbra, que quema en lo alto del cielo, tratáramos de mirarlo. Pues no podemos. De hecho los médicos no lo recomiendan, porque nos puede afectar la vista.
Porque es tan grande, es tanta luz, que el ojo humano no está en capacidad de poder aguantar toda esa luz.
La Trinidad divina, no es algo que está lejano por el hecho de ser un misterio, sino que desde el día de nuestro Bautismo ha puesto su morada en nuestra alma. Y ese es otro misterio: que Dios quiera habitar en nuestras almas, que quiera estar contigo y conmigo, allí donde estamos. Ahí, que a lo mejor estás en tu casa, en tu habitación, en tu sala, a lo mejor en una terraza o en el techo para estar un poquito más recogidos en la intimidad con el Señor, pero será que nos pongamos a rezar como estamos haciendo tú y yo…
En este momento hablando con Jesús, hablando contigo Señor, no es que estemos en otra actividad, por ejemplo: estudiando, trabajando, comiendo, haciendo un rato de deporte… allí estamos con Dios. Y, así ocurrió desde que tal vez inconscientes porque éramos unos niños, bebés, escuchamos esas palabras que el sacerdote que pronunció: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y desde ese momento pertenecemos a Dios.
LA SEÑAL DE LA CRUZ
Ese nombre de Dios que escuchamos allí en el Bautismo, lo recordamos cada vez que tú y yo hacemos la señal de la Cruz. ¡Qué importante es la señal de la Santa Cruz!
Hay un teólogo del siglo pasado, Romano Guardini, que tiene en uno de sus libros, un capítulo que dedica a la Señal de la Cruz. Y recuerdo haberlo descubierto hace unos meses, buscando entre unos libros viejos. En este libro de Romano Guardini, habla de la Cruz, y pensé: ¿Cómo se puede dedicar un capítulo entero a la señal de la Cruz?
Y sí, en este libro nos dice:
“Lo hacemos antes de la oración, para que nos ponga espiritualmente en orden, concentren en Dios pensamientos, el corazón y voluntad. Después de la oración: para que permanezca en nosotros, lo que Dios nos ha dado. Esto abraza todo el ser, el cuerpo y el alma. Todo se convierte en consagrado, en el nombre de Dios uno y trino”.
Señor, queremos que todas nuestras obras, que nuestros pensamientos, como decimos al principio de la oración, -afectos y esas inspiraciones-, que sean para Ti, empieza en Ti y terminen en Ti.
Por eso, al empezar nuestra oración, tal vez desde que somos niños, nuestros padres nos enseñaron a hacerlo así. Hacemos la señal de la Cruz; que la trazamos desde la frente hasta el pecho, el hombro izquierdo, el hombro derecho.
Y, es como que la Cruz nos abraza y es lo que el Señor nos pide que abracemos, la Cruz. Que no tengamos miedo a esa Cruz. Y ahí hacemos esa señal mientras, nombramos a la Santísima Trinidad.
ALINEAR NUESTRA MENTE, CORAZÓN Y VOLUNTAD
Y justamente le pedimos que ponga ese orden, que nos den paz y tranquilidad. Porque cuando venimos a hacer oración muy probablemente, vengamos de otra actividad y como que, nuestra cabeza va dando vueltas en esas cosas, y en ese momento (que no tiene que ser muy solemne), pero si refleja un cambio cuando de pronto decimos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es como que entramos en otro orden sin salir de tiempo, en el lugar donde nos encontremos y nuestros pensamientos, nuestro corazón, nuestra voluntad, nuestros sentimientos se dirigen a Dios.
Por eso también, es muy importante que luchemos contra las distracciones. Tú Señor, le dices a tus apóstoles en esa noche del Jueves Santo, cuando estás en Getsemaní que es importante velar. Quieres apoyarte en ellos, también quieres que estén atentos a Ti, que te miren, que estén en vela y que no dejen que el sueño los venza.
Pensemos, tu y yo ¿Cuáles son esas esos obstáculos para hacer bien nuestra oración? y ¿cómo podemos mejorarla? Sí, en todo este tiempo que vienes siguiendo 10 minutos que con Jesús (u otros medios de oración), pregúntate si has crecido en tu trato con Dios.
Si es así, pues dale gracias a Dios. Si todavía no lo logras, pues sigue pidiéndole esa ayuda al Señor, porque para eso también es necesario pedirle a Dios ese don de la oración y ese “ser almas de oración”.
ORACIÓN: MOMENTO DE INTIMIDAD CON DIOS
Pidámosle: Señor yo quiero entrar en esa intimidad, así como Tú te apartabas de la gente, te ibas por allí al monte a rezar, a hablar con la Trinidad en ese diálogo tan extraordinario del que nosotros podemos ser parte. Queremos apartar todo aquello que nos pueda impedir verte, escucharte. Y esto también es un punto importante: «escuchar a Dios», a ese Dios que nos quiere abrazar.
Y de este modo nuestra vida será una vida de hijos de Dios.
Porque como nos dice san Pablo, en la Carta a los Romanos que leemos hoy en la Misa. Nos dice:
“Cuántos se dejan llevar por el espíritu de Dios, esos son hijos de Dios, pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino que habéis recibido un espíritu de hijos de adopción en el que clamamos “Abba Padre”.
Señor, queremos vivir esa vida de hijos de Dios que Tú nos has ganado en la Cruz con tu muerte, con Tú resurrección. Subiendo los cielos donde nos esperas. No queremos vivir esa vida de temor, que esa hacia donde nos lleva es al pecado.
Aunque podemos experimentar también nuestra debilidad, nos acordamos que somos hijos de ese Padre tan grande, que a enviado su único hijo, que se hizo hombre, que el Espíritu Santo hizo posible que se pudiera encarnar en María Santísima. Y que de ese modo, tú y yo seremos felices viviendo esa vida ordinaria, corriente pero en la que nos estamos haciendo Santos.
Vamos a terminar nuestra oración acudiendo a María Santísima, hija de Dios Padre. Madre de Dios hijo y esposa del Espíritu Santo.
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