SER EJEMPLO EN EL CAMINAR
“Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. (Jn 6, 53-55).
Es un versículo del evangelio de hoy, domingo veinte del Tiempo Ordinario. El domingo pasado, en la primera lectura del Libro de los Reyes, un versículo decía:
“Levántate y come, que el camino es superior a tus fuerzas”. (1Rey 19, 7).
Cuando éramos niños, en casa nuestra mamá se preocupaba de que comiéramos, y de que comiéramos bien. La comida era muy importante para la salud para estar fuertes. Una persona que no come o come mal se debilita y se enferma. Y el Señor nos dice: “Levántate y come”. Ponte de pie o siéntate para alimentarte bien. Y luego agrega: “El camino es superior a tus fuerzas”.
San Josemaría nos decía que el camino bueno era empinado y hacia arriba, y exige un esfuerzo al subirlo. Decía también que el camino hay que pisarlo, porque si no se pisa, desaparece. Y nos contaba que en Brasil hicieron una carretera por la selva y como no había tráfico, la selva se metió y desapareció esa carretera.
SUPERIOR A LAS FUERZAS
Y decía: el camino hay que pisarlo para que no desaparezca, hay que caminar por el camino. Y se puede ir, decía san Josemaría, de muchas maneras: por la izquierda, por la derecha, por el centro, a pie, corriendo, arrastrándonos, en zigzag… De muchas maneras podemos ir por el camino. Pero hay que ir por el camino, hay que caminar por el camino. El camino está para recorrerlo.
El beato Álvaro del Portillo nos decía: No podemos ser como los letreros que dicen a dónde hay que ir y ellos no van. Hay personas que son como los letreros, que siempre están diciendo: Hay que ir aquí, hay que ir allá, hay que ir… pero ellos no van. Nosotros tenemos que ir por el camino, pisar el camino, el camino bueno. Tenemos que ir, además, por delante. Como las locomotoras que van delante jalando los vagones, así también nosotros, ir por delante abriendo camino y jalando a otras personas que nos sigan.
LEVÁNTATE Y COME
Una persona que está bien, que sigue a Dios, que está con Cristo, está caminando y va por delante y abre camino, y lleva a otras personas por el mismo camino. Claro, para recorrer el camino necesitamos estar en forma y para estar en forma necesitamos comer. Por eso el Señor dice: “Levántate y come”. Además, hay que comer bien, no cualquier cosa. La dieta debe fortalecernos para poder llegar a la meta. Una dieta adecuada, bien hecha. Es por eso que el Señor, en el evangelio de hoy, nos asegura que si no comemos su Carne y si no bebemos su Sangre, no tendremos vida. O sea, nos está diciendo que es esencial comer su Carne y su Sangre.
El mismo Jesucristo ha instituido la Eucaristía en la Última Cena; antes de padecer y de morir es lo último que nos deja. Él ha querido quedarse así en la hostia. Cuando un ser querido se va, no se puede quedar al mismo tiempo. Tan solo podrá dejar una fotografía o un video para que se le recuerde y se le tenga presente. En cambio, Dios sí puede irse y quedarse al mismo tiempo.
SUPERIOR A TUS FUERZAS
Esto es lo que ocurre con la Eucaristía. Cada vez que el sacerdote celebra la Santa Misa y pronuncia las palabras de la consagración, se produce la transustanciación: el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. La hostia consagrada no es un símbolo: allí está realmente presente Dios. Y es por eso que, cuando comulgamos, Dios entra en nuestra interioridad -estamos llevando a Dios. Por eso la Iglesia nos pide que estemos preparados para recibir la comunión; limpios, que estemos en gracia para poder recibir a Dios. Y también la Escritura dice:
“El que come mi carne y bebe mi sangre indigno, come y bebe su propia condenación” (1Cor 1, 27).
O sea, que comete un sacrilegio el que tiene conciencia de pecado grave y se acerca a comulgar. Está cometiendo un sacrilegio, que es un pecado muy grave. El que tiene conciencia de pecado, lo primero que tiene que hacer es ir a confesarse para tener gracia de Dios y con esa gracia recibir la Sagrada Comunión, recibir la Eucaristía. Y la Eucaristía es necesaria para nuestra salvación. Cuando el Señor dice: “Levántate y come -lo dice en modo imperativo- que el camino es superior a tus fuerzas” nos está diciendo que la Eucaristía nos tonifica para perseverar en el camino y llegar a la meta.
LA EUCARISTÍA ES NECESARIA PARA LA SALVACIÓN
Sin la eucaristía nos quedamos, no tenemos fuerza. Y da mucha pena cuando un cristiano se queda varado en el camino. Tanta gente que no tienen fuerza para caminar, no quieren caminar, se abandonan, viven sin Dios, como si Dios no existiera y pasan la vida como por un túnel, sin ver, en la oscuridad, con una rutina a veces cansina y a veces angustiosa. Es el caso de muchas personas. Hay que ayudarlas a encontrar el camino, a encontrar a Cristo que es el camino. Y la persona que no tiene a Dios se cansa, todo le parece difícil, cae en situaciones de duda o de tristeza, siempre está así, con desasosiego, vacilante.
Un día, san Josemaría visitó un zoológico y vio en una jaula un águila que estaba como aburrida, avejentada, encima de un palo. Ahí estaba la pobre águila, triste. ¡Y solo reaccionaba cuando le traían la comida! Cuando le traían la comida, se bajaba del palo e iba con voracidad a comerse lo que le daban. Parecía que era la única ilusión que tenía. Y decía san Josemaría que muchas personas están como esa águila. Viven como enjaulados, aburridos, cansados sin ilusiones, y lo único que les mueve es la comida -comer. ¡Qué pena! Qué pena da esas personas que han perdido el sentido de su vida, han perdido a Dios.
Y en este evangelio del día de hoy, el Señor nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54).
ALMA INMORTAL
Tiene vida. Nuestra alma es inmortal y necesita ser alimentada con la eucaristía. Y la eucaristía es prenda de la gloria futura. O sea, cuando estamos comulgando, estamos fortaleciéndonos para llegar a la meta, para recorrer el camino con garbo, con alegría; llevando la cruz, como el Señor nos invita, pero con garbo y con alegría. Al comulgar, estamos preparándonos para la vida eterna.
La eucaristía fortalece y es la fortaleza del amor. O sea, no es la violencia, es el amor. El amor es la fuerza, el amor no es debilidad. La falta de amor es debilidad. Y con Dios, nuestro amor va creciendo, y al crecer crece también la felicidad, la alegría. Somos felices con Dios. Y nos entran deseos grandes de ver a Dios, de ver lo más grande que pueda haber que es ver a Dios, que es el premio también de cuando uno llega al cielo, la visión beatífica.
Hay un salmo que dice -y que repetía también mucho san Josemaría: “¿Cuándo iré y veré el rostro de Dios?” (Sal 42-43). ¿Cuándo iremos y veremos el rostro de Dios? Y hay una bienaventuranza que dice:“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). O sea, necesitamos tener un corazón grande, dilatado por el amor de Dios, por la gracia de Dios; un corazón limpio como el corazón de la Virgen María.
La Virgen es la criatura humana que más sabe amar, porque tiene un corazón dulcísimo, un corazón fuerte, un corazón lleno de delicadeza y es la maestra del amor. Aprendamos de Ella, llamándola constantemente para tenerla a nuestro lado y caminar con Ella hasta el cielo.