En el evangelio de hoy vemos que mucha gente acompañaba a Jesús. Y en un momento, Jesús les dice:
“Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo. El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Vemos cómo el Señor nos invita a seguirle, pero nos pone unas condiciones. No es simplemente el hecho de seguirle, nos pide que llevemos la cruz. Y la cruz es un peso, algo que nos cuesta, algo que hay que llevar con esfuerzo y sacrificio. Y algo que además, vale la pena.
Si hoy nos fijamos en Cristo, la cruz que lleva a Jesús somos nosotros. Él carga con nuestros pecados. Los pecados pesan mucho. Un pecado es una ruptura, una descomposición. El pecador resulta roto y hay que arreglarlo cuando peca. Y el único que lo puede arreglar es Jesucristo.
¿Y por qué? Porque el pecador está incapacitado, el pecado incapacita. Y nosotros tenemos que saber eso muy bien para poder llamar a Jesús, acudir a Jesús, que es el único que puede curar. Y librarnos de la esclavitud del pecado. Y nosotros también, tenemos que ayudar a los demás. Llevar el peso que otro no pueda llevar. O llevar a esa persona, que está herida por el pecado y no puede ir sola.
VALE LA PENA
Entonces nos identificamos con Cristo. Y estamos llevando la cruz de Cristo, estamos llevando a esas almas. Las estamos ayudando porque no pueden hasta que puedan. Queremos que sanen, queremos que mejoren. Queremos que se conviertan. En la vida nos encontramos con situaciones de desarreglo y también de descalabro que son consecuencia del pecado.
Hay muchas situaciones de estas que las vemos todos los días. Situaciones de violencia, de pelea que originan pérdidas. Las vemos en las grandes guerras, pero también a nivel personal. En las peleas pueden haber continuas violencias y pérdidas. Distancias, a veces distancias entre familiares, rupturas, maltratos habituales, alejamientos, indiferencia, descuido.
Y como consecuencia, mucha gente se siente sola. Y el Señor nos pide llevar también esa cruz, supliendo esas deficiencias que hay en las personas que no quieren llevar la cruz de Cristo y que la pasan mal. Por eso el Señor nos llama también a seguirle a Él llevando la cruz, llevando ese peso de esas almas. Eso es una cosa bonita.
También el Señor nos dice: “Mi yugo es suave y mi carga es ligera”.
Es que estamos dentro del amor de Dios, y el amor a Dios es tan grande, tan fuerte, que estamos felices y contentos, incluso llevando esos pesos. El Señor nos invita a buscar la cruz, a estar presentes allí donde hay dolor. A saber encontrar la solución a muchas situaciones difíciles.
LA IGNORANCIA, EL PEOR DE LOS MALES
Llevar el peso es también enseñar. Enseñar al que no sabe, también el Señor nos pide eso. Cuántas personas vemos que están en la ignorancia y sufren por la ignorancia. Dice el refrán: “Del pecado de ignorancia, el demonio saca ganancia”. Y efectivamente, es el peor de los males, la ignorancia.
Y tenemos que sacar a la gente de la ignorancia. Enseñándoles lo elemental del catecismo. Enseñándoles la verdad, la Palabra de Dios para que ellos se encuentren con Cristo, conozcan a Cristo y amen a Cristo.
Nos recordaba san Josemaría que:
“La cruz no podemos llevarla con resignación, decía resignación, es palabra poco generosa. Hay que llevarla con alegría, con garbo, con deportividad, sin miedo. El cristianismo de hoy necesita personas valientes y generosas que no tengan miedo a dar”.
El Señor, a través de la Iglesia, nos prepara para que seamos generosos en un mundo que está lleno de egoísmo. El hombre de hoy, individual, quiere ser autónomo, fabricar sus propias leyes, vivir para su propia realización o éxito, y se ha olvidado de los demás, de las personas más necesitadas.
RENUNCIAR PARA GANAR
A todos nos puede pasar lo que le ocurrió al rico epulón que vemos en el Evangelio. Que no era mala gente, incluso invitaba a almorzar a sus amigos, pero no se daba cuenta que Lázaro comía de las migajas que caían de su mesa.
Y nos puede pasar, a nosotros que no nos demos cuenta que tenemos que ayudar a mucha más gente que necesita de nuestra ayuda. Necesita que le llevemos encima, que cojamos ese peso, y sin miedo y con garbo y los saquemos adelante. Así, con sacrificio, como el buen pastor cuando busca la oveja perdida y la lleva sobre sus hombros.
Si queremos ser discípulos del Señor, tendremos que renunciar a muchas cosas. No solo a las cosas malas, que siempre hay que renunciar a todo lo que sea malo, sino incluso a cosas buenas que nos podrían impedir llevar la cruz. Nos pueden impedir hacer lo que el Señor nos pide. Eso nos puede pasar.
Nosotros no podemos inventar una cruz muy nuestra diciendo, esta es mi cruz, que yo ya llevo toda la vida, con una tranquilidad de conciencia como si estuviéramos llevando la cruz de Cristo, y puede ser que no sea la cruz de Cristo. Para llevar la cruz tenemos que renunciar a muchas cosas.
GUERRA DE AMOR
Hay un punto en Camino que dice:
“Acostúmbrate a decir que no. ¿Que no, a qué? A comodidades, a una vida más relajada, a una vida sin exigencia. Optar por lo fácil, a quedarse en lo superficial”.
Uno tiene que renunciar a todo eso. Yo no puedo estar superficial, no puedo optar por lo fácil, tengo que exigirme, comprender a mucha gente y exigirme a más para poder ayudar a la gente. Y esas renuncias no son una pérdida. Nos puede parecer que al renunciar, estamos perdiéndolo todo, y es exactamente lo contrario, renunciamos para ganar.
Para hacerle más sitio a Dios en nuestra vida, para llenarnos de amor a Dios, Dios que nos libera y nos alegra y es lo mejor que se puede desear. Y si además, así podemos salvar a muchas almas. es lo mejor que podemos hacer en el mundo.
Hay que tener en cuenta que el cristianismo es una guerra de amor, no es una guerra de violencias. Es una guerra de amor donde el que ama más, sirve mejor. El que ama más, se hace esclavo de los demás y así está feliz, sirviendo, ayudando. Y no hay mayor felicidad en el mundo que poder poner amor, con el amor que Dios nos da, y que es un amor misericordioso.
VIVIR CON CRISTO
Un amor que nos ayuda a perdonar, a comprender. A pasar por alto muchas cosas, y al mismo tiempo, es un amor fuerte, persuasivo, penetrante, que genera libertad. El que lo recibe y se siente querido, porque se siente querido. Cuando uno recibe el amor auténtico, verdadero, se siente muy querido.
Esa persona que se siente querida, agradece mucho y no quiere soltar lo que ese amor, eso que se le ha dado, porque que es auténtico, verdadero, que lo llena de libertad y de felicidad. Cuántas personas así han descubierto Jesucristo. Y no sueltan a Jesucristo aunque le ofrezcan millones porque ven lo que significa vivir con Cristo. Así lo vemos nosotros, lo que significa vivir con Cristo.
La Virgen nos conoce bien. Su amor es incondicional, su corazón es inmaculado, es la mejor protección que podemos recibir para ir seguros por el camino que lleva al cielo. A Ella acudimos para que nos ayude.