Te voy a leer un fragmento de una novela, que me vino a la mente al leer el Evangelio de hoy. El Evangelio de hoy dice:
“En aquel tiempo, como todos comentaban admirados los prodigios que Jesús hacía, Éste dijo a sus discípulos: Presten mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”
(Lc 9, 43-44).
Tú Señor no quieres recibir esas alabanzas, como que les dices: ¡Hey, no se dejen engañar! Este bienestar, esta felicidad que experimentan ante Mi presencia, ante Mis prodigios… ¡No es el Reino definitivo! Es algo pasajero, ¡El Cielo es algo muchísimo más grande!… Y para ir al Cielo hay que pasar por el dolor también, por la Cruz, por la humillación.
Dios está presente en todas las circunstancias, en las agradables, pero también en las dificultades, en la enfermedad, en el dolor, en la humillación.
DEBEMOS PASAR POR LA CRUZ
La gente alababa a Jesús, en el Cielo vamos a estar alabando a Dios para siempre, ¡dándole Gloria! Y Tú Señor, ¡que eres Dios!, esa Gloria que te corresponde y que la gente te está dando, que te está reconociendo, ¡Tú, no la aceptas! Porque dices: ¡No se confundan! No se confundan, porque hay que pasar también por la Cruz… es más, Yo voy a ser entregado en manos de los hombres y voy a sufrir una gran humillación, porque hay que romper con la soberbia humana y estar echándose alabanzas el uno al otro, pues eso facilita la soberbia, la vanidad…
La persona vanidosa sufre, disfruta con las alabanzas que le da la gente, pero cuando no hay esas alabanzas sufre y cuando esas alabanzas son para otras personas, sufre más todavía.
EL BAILE
Y la novela que te quería leer es de un fragmento de la novela que se llama: “El Baile”, de Irène Némirovsky. La protagonista es Antoinette, una jovencita de 14 años que es un poco ruda en sus maneras, cosa que le acarrea constantes reprimendas de su madre, que le puso una institutriz inglesa: Miss Bety, que la va educando poco a poco.
Los papás quieren organizar un baile, los papas quieren introducirse en la alta sociedad. Invitan a 200 personas, al que asistirán: condes, barones, personalidades de la alta sociedad parisiense.
Y Antoinette va escuchando esos planes y se emociona muchísimo. Y la mamá le pide que ella rotule las invitaciones, pues tenía bonita letra y lo hace con muchísimo gusto; imaginándose la fiesta en la que ella va a estar y va a tener un vestido… y va a bailar… y va a conocer gente… hasta que su mamá le dice: ¡Ni creas que tú vas a ir al baile! El baile no es para ti, no es tu baile de 15 años, aquí en París no se acostumbra eso.
Así que tú vas a estar en tu cuarto, es más… ni siquiera vas a estar en tu cuarto, sino vas a estar en el cuarto de blancos, ahí dormirás, porque tu cuarto lo vamos a utilizar como un bar. La mamá ya había pensado en cómo iba a distribuir todo su departamento para que la gente estuviera a gusto y a sus anchas en el baile: los músicos, los bocadillos, etc.…
LA VANIDAD
Pues a Antoinette le entra un bajón tremendo, se puso súper triste… lloraba y lloraba y Miss Bety la regañaba… llora toda esa noche: miss Betty la calla y llora más. Y aquí viene el pasaje que yo te quiero contar… ¡para que notes el dramatismo!:
«De nuevo Antoinette se echó a llorar, pero más quedo, saboreando las lágrimas que se le colaban por las comisuras de la boca; un extraño placer la invadió bruscamente: por primera vez en la vida lloraba así, sin muecas, ni hipos, silenciosamente, como una mujer… Más adelante derramaría las mismas lágrimas por amor… Durante un largo instante oyó los sollozos batiendo en su pecho como el oleaje profundo y grave del mar, la boca bañada por lágrimas que sabían a agua salada…
Encendió la lámpara y se miró en el espejo con curiosidad. Tenía los párpados hinchados, las mejillas enrojecidas, amoratadas, como una niña maltratada. Estaba fea, fea… Volvió a sollozar. «Quiero morirme. Dios mío, haz que me muera… Dios mío, Virgen Santa, ¿por qué me habéis hecho nacer entre ellos? Castigadlos, os lo suplico… Castigadlos de una vez para que yo pueda morir en paz.
Se interrumpió y de pronto dijo en voz alta:
—Pero sin duda todo es un cuento, el buen Dios, la Virgen, cuentos como los padres buenos de los libros y la infancia feliz…
¡Ah!, sí, la infancia feliz, ¡menuda mentira, eh, menuda mentira! Coléricamente, mordiéndose las manos con tanta fuerza que las notaba sangrar, repitió: ¡Feliz, feliz, preferiría estar muerta y enterrada!»
CUANDO NOS ENCERRAMOS EN NOSOTROS MISMOS
Hasta ahí el pasaje… que me encanta por la fuerza dramática que expresa, ¡Cómo sufre esta niña! Al leer esto, pues uno dice: ¡Ah Caray, si se la está pasando mal esta pobre niña! Es más…. Hasta dudas de fe llega a tener por esta situación en su familia.
Pensamos en la vanidad… la vanidad un poco de la mamá, que quería hacer ese baile para quedar bien y en un momento dado, Antoinette le dice: Mamá, yo quiero ir al baile, porque quiero vivir. Y la mamá le respondió: ¿Ya quieres empezar a vivir? Pues, apenas yo estoy empezando, ¡Es mi momento! Estaba pensando demasiado en sí misma y no se dio cuenta del sufrimiento de su hija. O sea… ella sufre y hace que su hija sufra también.
Luego, Antoinette sufre mucho y va a hacer que su mamá sufra, porque sucedió que la mamá le dijo a Miss Bety: ¡Ve a llevar las invitaciones al correo! Antoinette acompañó a Miss Bety a llevar las invitaciones al correo y en el camino Miss Bety se encontró con su novio, así que se desvió a echar novio…. Y le dio las invitaciones a Antoinette para que las fuera a llevar al correo. Le dijo: Antoinette, ve a llevar las invitaciones. Y ella dijo: ¡Sí, cómo no! Y se va al correo con las invitaciones y pasó por un puente sobre el río Sena y se detuvo… miró el agua… y tiró las invitaciones al río, vio cómo iban cayendo… y flotaban un poquito y luego se hundían… y no dijo nada.
LA IMPORTANCIA DE LA HUMILDAD
Llegó el día esperado del baile y solo llegó la maestra de piano, a la cual le habían dado la invitación personalmente, que fue testigo precisamente de la ruina y de la humillación que sufrió esta familia. ¡La mamá se desquició!… Antoinette sufrió e hizo sufrir.
Cuando no somos humildes, cuando nos dejamos llevar por la soberbia, sufrimos y hacemos sufrir a los demás. Mira cómo lo dice San Josemaría, en “Amigos de Dios”:
“En la persona soberbia su amargura es continua y procura producir desasosiego en los demás: porque no sabe ser humilde, porque no ha aprendido a olvidarse de sí misma para darse, generosamente, al servicio de los otros por amor de Dios”
(Amigos de Dios, 100).
Por eso, te pedimos Señor, ahora que nos das esta lección, de no aficionarnos a los halagos, de no preocuparnos porque los demás piensen bien de nosotros, por alegrarnos cuando a las demás personas les va bien. No ser envidiosos, porque la vanidad genera envidia. Señor, ayúdanos a no caer en esos vicios de la soberbia, ayúdanos a ser como Tú, una persona que actúa de cara a su Padre, Dios y que hace lo que le corresponde, sin preocuparse demasiado por lo que los demás piensen. Madre Nuestra, tú que eres la reina de las virtudes, que eres la más humilde; ¡Ayúdanos a crecer en esta virtud!