CAMINO, VERDAD Y VIDA
«Se quedaban asombrados de su enseñanza porque hablaba con autoridad»,
se lee en el Evangelio de hoy. Y nos deja pensando en cómo sería la personalidad de Jesucristo. Él hablaba con autoridad.
No nos imaginamos a Jesucristo como un hombre duro que quiere imponer las cosas a los demás. No es de esas personas que tienen un carácter fuerte y consiguen que los demás les hagan caso y les obedezcan, porque se mueren de miedo. Jesucristo no es como un líder que impone un pensamiento único.
El Evangelio dice que se quedaban asombrados por su enseñanza. Y, ¿qué es lo que enseñaba Jesucristo que producía tanto asombro?
El mismo Jesús decía que,
«Él era el camino, la verdad y la vida».
Entonces, lo que producía tanto asombro era el camino, la verdad y la vida. El camino que enseñaba Jesucristo era distinto de los caminos por donde andaba la gente.
A nosotros también nos pudo haber pasado, como decía el Papa san Juan Pablo II. El Papa decía que: “Jesús era un dulcísimo y un exigente amigo, que cuando uno se encontraba con Él ya no podría seguir viviendo como si no se hubiera encontrado”.
O sea, cuando uno se encuentra con Jesucristo cambia. Jesucristo, señala un camino, un camino distinto al que uno estaba caminando. Jesucristo no sólo señala el camino, sino también Él mismo dice que es el camino:
«Yo soy el camino».
Estamos viendo cómo camina Jesucristo.
NOS MUESTRA EL CAMINO
Hoy podemos encontrar a mucha gente que habla del camino y nos dan lecciones de cómo debemos caminar, dónde debemos ir. Hay grandes teorías, ideologías, muchas palabras, muchos consejos, muchos criterios de cómo hay que caminar.
Pero también hay gente que camina de un modo desordenado; no se puede decir que están en un buen camino. Gente que no sabe dónde ir, están en la duda, en la incertidumbre.
Otros que se encuentran metidos en un laberinto, por un camino que termina en un precipicio y se caen al precipicio. Otros que le llaman camino a un pantano, a un sitio donde no se puede caminar, no está lleno de piedras, lleno de espinas.
Y hay personas que se encuentran en una situación de venganza, de odio habitual, que están constantemente caminando hacia una venganza, hacia una violencia, porque llevan el odio en sus corazones.
Entonces, podemos comprobar que una gran mayoría, está fuera del camino por distintos motivos. Hoy viene precisamente Jesucristo al mundo para eso. Jesucristo, que es Dios, sabe que las personas están equivocadas, desviadas, no están en el auténtico camino.
Jesucristo viene a señalarnos el camino y para que caminemos con Él. Y cuando viene Jesús, recorre un camino, nos invita a seguirlo.
NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS
Y Él dice:
«El que quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame».
O sea, pone esa condición, “negarse a sí mismo”. Y, ¿qué significa eso de negarse a sí mismo?
Ya lo decía san Josemaría, que todos los días, cuando se levantaba, aplastaba el yo. Y eso es negarse a sí mismo, aplastar el yo. O sea, ganarle a la soberbia, porque la soberbia es el peor pecado que tenemos.
Todos tenemos soberbia y es el peor pecado que tenemos, es el pecado más grande, es el que hace que el hombre se crea Dios o que se endiose malamente y se cree superior a los demás, viviendo orgulloso de sí mismo, de sus logros, de sus cosas, buscándose a sí mismo… Todo para él.
El soberbio está fuera del camino, está en el camino equivocado si continúa siendo soberbio, y hay que luchar contra la soberbia. Cristo viene para que luchemos contra la soberbia; para enseñarnos el camino de la humildad.
La humildad es lo contrario a la soberbia. Y, ¿en qué consiste la humildad? La humildad es la verdad. Y cuando Jesucristo dice:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida»,
la verdad es la humildad.
La persona humilde reconoce a Dios y lo adora. Baja la cabeza, hace reverencia, se arrodilla, se postra ante la presencia de Dios Todopoderoso y tiene deseos de que toda la grandeza de Dios nos invada.
AMOR PROPIO
El humilde quiere que toda la grandeza de Dios le invada. Y es por eso que san Pablo dice que:
«Él crezca y que yo disminuya».
O sea, para que el Señor pueda crecer en mí, yo tengo que disminuir el “yo” para que el Señor entre en nosotros. Debemos derrotar a nuestro propio “yo”, que es el principal enemigo, el que no deja que entre a Dios.
La lucha contra el “yo” es continua, de todos los días, porque somos soberbios, pecadores y tenemos que reconocerlo.
Entonces, tenemos esa gran limitación del amor propio que es malo. La soberbia siempre aparece y hay que eliminarla continuamente para poder caminar con la verdad, sino, no podemos caminar con la verdad.
Y Jesucristo nos dice que también es
«El camino, la verdad y la vida».
Y Jesucristo está vivo en la Eucaristía. Cuando comulgamos, la comunión es prenda de la gloria futura. Es el mismo Jesucristo.
Estamos comiendo el cuerpo de Cristo y nos estamos alimentando para la Vida Eterna, para la “Vida” con mayúscula. Él es «El camino, la verdad y la vida».
Cuando comulgamos, lo hacemos en gracia de Dios. Estamos yendo con Dios hacia el Cielo, y es Jesucristo quien nos lleva al Cielo.
Jesucristo es Dios, y por tanto, es la Vida, la Vida con mayúscula. Él es eterno y nos lleva a la Vida Eterna.
NOS LLEVA AL CIELO
El Evangelio de hoy dice que Jesucristo hablaba con gran autoridad. Tiene autoridad el que convence, el que atrae, es un prestigio.
Esta persona me atrae, esta persona me convence. Yo quiero ir con esta persona hasta el fin del mundo. Y es el que tiene la verdad. La verdad es un bien y el bien es de por sí un difusivo. Se difunde, llega, penetra, se extiende.
Es un valor, algo grande, grandioso y la verdad nos hace libres. Y la libertad, pues es un tesoro. Todo el mundo quiere ser libre. Todos queremos ser libres. Si recibimos a Jesucristo y vivimos con Él, seremos libres.
Libérrimo para volar alto y nos sentiremos felices con la libertad, pues da mucha paz, mucha alegría. Es que la verdad nos hace libres. Y tiene autoridad, pero no nos obliga ni nos somete, sino el que consigue nuestra libertad.
Todos queremos seguir al que consigue liberarnos de las ataduras de la esclavitud que nos trae, la mentira que nos trae la soberbia, que nos llevan al des-camino y el descalabro.
Por eso, Jesucristo es el libertador, el que nos ayuda en esta Tierra a ir por el camino correcto, que es el camino de la paz y de la alegría. Es el camino que nos lleva al Cielo, que nos hace felices mientras recorremos el camino.
Estamos felices porque tenemos esperanza y la esperanza es una meta que es la felicidad total en el Reino de los Cielos y en que estamos caminando encontramos también el enemigo.
LA SEÑAL DE LA CRUZ
Cuando decimos:
“Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor”,
es Cristo el que nos ayuda a derrotar al enemigo que siempre ataca. El enemigo ataca por la espalda, ataca en los mejores momentos. Nos sorprende con unos ataques porque quiere quedarse con nuestra alma.
“De los enemigos, líbranos Señor”,
le pedimos a Dios, porque el diablo, decía san Josemaría, no se toma vacaciones y quiere conquistar nuestro corazón. Este corazón que debe estar siempre grande, limpio y que debe amar a Dios.
El diablo lo quiere conquistar, pero Cristo es el Salvador, el que nos viene a rescatar. Es el Redentor que dio su vida por nosotros, muriendo en la Cruz.
Que sepamos ir con Él, estar a su lado siempre, en los momentos duros y difíciles, también en los momentos de bonanza y prosperidad.
Siempre con Jesús, con José y María, ellos son los mejores acompañantes de la vida para ir seguros a la meta, a la que tenemos que llegar para ser felices toda la eternidad.