Las lecturas del domingo, se centran en una idea fundamental, y es: “el perdón”.
Y la verdad es que las lecturas de los domingos, como sabes, están siempre entre todas buscando componer un mensaje profundo, que nos quiere transmitir nuestra madre la Iglesia.
Para que poco a poco vayamos creciendo en nuestra vida de hijos de Dios. Así que hoy que las lecturas nos hablan del “Perdón”, vamos poco a poco a ir desmenuzando las lecturas, pidiendo luces ya desde el primer momento.
RENCOR E IRA
“Señor, haznos ver en qué podemos mejorar, en qué punto nos podemos “convertir”. Y basta escuchar las primeras palabras de la primera lectura de Eclesiástico, dice:
“Rencor e ira son también detestables, el pecador los posee.”
(Eclo 27, 30)
Debe entenderse, como que es algo valioso para el pecador: el rencor y la ira.
Es verdad, cuando una persona está enfadada por algo, parece que disfrutara con ese recuerdo o esa ofensa o esa situación que le ha dolido.
Como que vive dentro de esa herida, es una cosa muy fuerte.
Hace un tiempo, vi una noticia de un estudio que habían hecho, por el que le habían pedido a un grupo de personas, que identificara qué partes de su cuerpo sentía afectados según la emoción que tenían o que percibían.
Y es muy interesante, pero lo estaba mirando hace un momento, cuando describen la ira, pues los puntos que están como especialmente señalados, -y en el gráfico, están como encendidos-, son especialmente: la cabeza, el corazón, las manos y toda la parte superior del cuerpo.
Y sí, es verdad, cuando uno está especialmente airado, cuando somos presa de ese rencor que describe el Eclesiástico, nos sentimos así: “encendidos, como atrapados”.
Yo te pregunto: ¿hace cuánto fue la última vez que sentiste una emoción de este tipo?
¿Hace cuánto que quizás sentiste una ira o fuiste presa de la ira o guardas rencor por alguien?
¿Eres consciente de algún rencor? ¿Guardas alguna ofensa y de repente la sacas, cuando piensas en esa persona que te ofendió?
¡Ojo, hay que purificarlo! Si encuentras algo así en tu corazón, en tu memoria, hay que ponernos de rodillas. Eso te irá muy bien.
PURIFICAR NUESTRO CORAZÓN
Vamos a pedirle al Señor, aprovechando ahora; “Señor, purifica nuestro corazón, no queremos que eso esté ahí, eso no te agrada.”
Porque un poquito más adelante, también dice Eclesiástico:
“Perdona la ofensa a tu prójimo, y cuando reces, tus pecados te serán perdonados.”
(Eclo 28,2)
Si el hombre no se compadece de sus semejantes, ¿Cómo pide perdón por sus propios pecados?
¡Caray, como nos conoces, Señor! Que a veces, somos muy tacaños para perdonar, pero cuánto nos ayuda pensar en eso.
Es que en la medida en que yo perdono, mis pecados los perdona Dios.
Y si nos ponemos a pensar, Señor, ¿Por qué da esta facilidad tan grande, de enredarnos en estos pensamientos tan tontos, de rencor? ¿Por qué desperdiciar así nuestro corazón?
Sin duda es uno de los frutos del pecado original, se ha abierto con el pecado original, con esa herida del primer pecado.
Hay algo así como un agujero negro en cada uno de nosotros, que se llama: “soberbia o egocentrismo.”
Esto que todo lo absorbe, y hace que miremos siempre pensando en nosotros y razonemos siempre con nosotros. En primer lugar yo, en segundo yo, y en tercero también yo.
Y es también una fuerza tan fuerte, que es difícil de romper, así como los agujeros negros, que se dice que tienen tanta masa, que no dejan escapar siquiera la luz que despiden.
Y la Iglesia hoy nos invita a mirar a Dios, mira lo que dice el salmo, es hermoso:
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.”
(Sal 102)
A mí me parece escuchar la voz de Dios, como de un Padre cariñoso que nos da esas advertencias:
-Perdona, -no tengas un corazón tan duro, -escucha, -no te cierres en ti mismo.
SOMOS DEL SEÑOR
Es que al final, nuestra vida es de Dios. Y con esa fuerza es como lo afirma san Pablo, esa es la segunda lectura tomada de la carta a los romanos, dice san Pablo:
“Hermanos, ninguno de nosotros vive para sí mismo; y ninguno muere para sí. Si vivimos, para el Señor vivimos; si morimos, para el Señor morimos. Asi que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.”
(Rom 14, 7-8)
¡Qué capacidad, qué fuerza la del pecado, para hacernos olvidar estas verdades tan sencillas, tan grandes, tan evidentes!
“Perdónanos Señor, si a veces hemos estado tan despistados de olvidarnos de esto pero confiamos en que tu gracia es mucho más grande que el pecado.
Todo esto lleva a lo que nos narra san Mateo en el Evangelio, el pasaje en el que Pedro le pregunta a Jesús:
“Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?»
(Mt 18, 21)
¡Caray, es una pregunta si te das cuenta, con trampa! Porque es un razonamiento que sobre todo mira al que perdona, pero no al que se ha equivocado.
Es lo que te decía hace un momento, del agujero negro de la soberbia o el egocentrismo, que nos hace vivir para nosotros, pensando en nosotros.
Y no vivir para el Señor, no vivir para Cristo, que es la esencia de nuestra vocación cristiana.
PERDONAR SIEMPRE
Seguramente te suena la escena, el Señor le contesta:
Le dice Jesús: «Pedro, no te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»
(Mt 18, 22)
Haciendo alusión a “plenitud”, a “totalidad”. No es que el Señor haya querido decir 70 veces 7, igual a 490.
Sino en el fondo la simbología de los números manifiesta: “plenitud”, es decir: ¡hay que perdonar siempre!
Pero piensa un poquito… Qué tal, imagínate que el Señor haya dicho: Sí Pedro hasta siete.
Pues la verdad, es que, por desgracia, nos habríamos acostumbrado quizá a llevar cuenta de todo.
Y estaríamos contando: -ah, me insultó va una, y van dos porque además no me devolvió lo que le pedí prestado, y tres porque no me agradeció el favor que le hice, y etcétera, etcétera…
VIVIR ATRAPADO POR LA IRA
Hasta que llegáramos a la séptima ofensa, entonces ¡listo! Según la ley de Dios, ya no tengo que perdonarlo, tendría entonces ya derecho, a partir de la séptima ofensa, a guardar rencor.
¿Qué absurdo suena esto verdad? Que ajeno suena al mensaje de Jesús, esto no suena a Jesús. Por supuesto que no.
Lo cierto es que nosotros como cristianos, no tenemos, ni tendremos nunca a guardar rencor.
No llegará el momento en el que digamos: ¡Listo! Por lo que ha hecho ahora tengo derecho a no amarlo, a no comprenderlo, a no disculparlo, a no vivir la caridad con esta persona. ¡No es así!
En realidad, esto hay que agradecérselo mucho al Señor, porque como decíamos hace un momento, vivir atrapado, atenazado por la ira, por el rencor, vivir de ofensas, es de lo más feo que te puedes imaginar.
De lo que hemos experimentado tú y yo alguna vez seguramente, por eso, ¡mucho cuidado!
No guardes rencores, libérate de eso, no desperdicies así tu corazón, que Dios ha pensado cosas mucho más grandes para él.
Nuestro corazón está hecho para amar y recibir todo el amor de Dios.
Vamos a pedirle a nuestra Madre santísima; madre mía ayúdame a vigilar mi corazón, para que no se meta ahí el rencor, ni la envidia, ni los celos, ni cualquier otro trasto viejo que no sirve, más bien me estorba para amar a Dios y al prójimo.