JESÚS ENCUENTRA UN MERCADO EN EL TEMPLO
Jesús, hoy voy a encontrarme con una faceta tuya muy humana con la que nos podemos identificar nosotros que estamos aquí en este mundo y que somos muy humanos.
Cuenta san Juan:
“Se acercaba la pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén, y encontró en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados”. (Jn 2, 13-14).
Yo he hecho la composición del lugar: yo me imagino una iglesia grande aquí en Bogotá, entrar y escuchar a alguien gritando: Chicles, papitas, caramelos, ¡sí hay, sí hay! Cuando me dirijo a encontrar un lugar de oración, de serenidad, de calma, de encuentro con Dios, y de repente me encuentro a la entrada con un dispensador de algún producto, gente que corre, gente que entra y sale sin ubicarse donde está. Eso lo que le pasa a Jesús. Jesús entra al templo y encuentra este ambiente.
Y cuenta san Juan:
“Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó a las mesas, y a los que vendían las palomas les dijo: Quitad esto de aquí y no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. (Jn 2, 15-16).
Me imagino la cara de los apóstoles. Tremendo, ¿verdad? Y podemos preguntarnos en este rato de oración: ¿cuáles son mis sentimientos cuando entro a una iglesia, cuando entro a un templo, a un oratorio, a una capilla? Inmediatamente busco una respuesta del alma -del corazón- de adoración, porque Jesús dice que no se puede convertir su casa en una cueva de ladrones porque es un lugar de adoración, de oración. Señor, ¿yo llego a de la Iglesia, al templo, a adorarte, a visitarte, a rezar, a encontrarme contigo o voy porque tengo que cumplir con un precepto? Y que rápidamente se acabe la misa pues yo lo que quiero es salir a comprar, a comerciar, a pasear, a turistear, a conocer… qué sé yo.
“El celo de tu casa me devora”. (Jn 2, 17).
El celo de esa paz, de esa serenidad, de ese silencio, de ese encuentro con Dios, me devora. A eso voy allí, a la iglesia, al templo, al oratorio.
UN PISO SAGRADO NO UN MERCADO
Hace no muchos meses tuve la experiencia de pasar por un pueblo que fue completamente sepultado por un volcán: el volcán Nevado del Ruiz. Una tragedia que ocurrió hace 39 años, justo en este mes de noviembre -no recuerdo el día exacto, pero fue en este mes de noviembre hace 39 años.
Pude estar allí en el pueblo, y ya cuando el lodo se retiró y se hicieron tareas de limpiar un poco, de intentar recuperar lo que más se pudo del pueblo, hoy en día uno puede acercarse exactamente al lugar donde estaba la iglesia del pueblo. Y se puede ver, se puede pisar la loza, el piso, las baldosas del templo, que ya no tienen tierra, lodo, ceniza… ya está limpio. Pero no hay paredes, no está el retablo, solamente se puede ver el piso y un trozo de la torre del campanario. No más.
La verdad he de decir, Señor, que cuando estuve allí tuve un sentimiento especial -nada extraordinario, nada místico, solamente cuando estaba parado ahí, sentí esa presencia también. Allí, en ese lugar estuvo el Sagrario, se celebró la Santa Misa; allí muchas personas venían a rezar, a hacer silencio, a adorar.
ESPACIO QUE DESMERECE
Increíble que después de 40 años uno pueda incluso encontrar en ese lugar un espacio para orar, para encontrarse con Dios. ¡Qué experiencia! Tremendo. Un piso sagrado. Ahora caigo en cuenta que tuve que haberme puesto de rodillas y besado ese lugar, besado ese piso, porque ahí estuviste Tú, Señor. Ahí se celebró la Santa Misa.
Bueno, pero pienso que la situación del templo se arreglaría: esos cambistas saldrían, los bueyes, las palomas, todos a volar. Y luego vuelve otra vez el templo a ser esa casa de oración.
Pero mis ojos los pongo en ti, Señor: ¿Te quedarías muy contrariado? Esa ira, esa ira santa, ese sentimiento humano de rabia que sentiste en ese momento, ¿cuánto tiempo duraría? A Jesús le dio rabia, le dio ira; pero a Jesús no le dio rabia y no le dio ira por vivir en un estado de alerta, de nerviosismo, de estrés contenido, que cualquier pequeño detalle hacía saltar su sentimiento y su reacción. ¡No! Jesús no era así.
LOS SENTIMIENTOS DE DIOS
Jesús, eras una persona muy tranquila, muy calmada, muy serena. Pero en ese momento reaccionaste con ira, con mucha rabia. ¿Te quedarías enfadado todo el día? ¿Qué pensarían los apóstoles? ¿Cómo explicarías y justificarías un poco tu reacción? Seguramente te tocó, Señor, pedir perdón a los apóstoles: Disculpen que haya reaccionado así, pero ¡es que de verdad!
Señor, cuando a mí me da rabia, cuando a mí me da ira, Jesús, perdóname. Y que me perdonen también las personas que quiero, las personas que conozco, las personas que me conocen como soy y que a veces pueden entender que reaccioné así. No quiero reaccionar así; nunca quisiera reaccionar así. Pero somos muy humanos. Hay veces es eso: estoy estresado, no dormí bien, me hicieron algo injusto y salgo a manejar y explota la rabia, explota la ira.
El otro día, yo iba con un poco de prisa y hay un semáforo -no voy a decir dónde porque de pronto lo conoces- que es muy lento. Entonces, algunas veces los carros hacen una doble línea y salen rápido por ahí para coger la vía. Y en este caso yo hice eso- se puede, además; en algunos casos se puede. Pero resulta que en ese momento salieron dos ciclistas -que además yo soy ciclista también, entonces los entiendo perfectamente- y se pusieron en el carril y yo invadí su carril.
Iba un poco rápido, me tocó disminuir la velocidad y ellos se me pusieron de frente como diciendo: Aquí no pasa. Entonces bajé la ventana, saqué la mano y les pedí disculpas. Les dije: Les pido mil disculpas; tienen ustedes toda la razón. Discúlpenme. Ellos se dieron cuenta que yo era un sacerdote. ¿Y qué puede hacer uno? Yo pude haber reaccionado con rabia, con ira, diciéndoles: Quítense de ahí; voy de prisa; buscar justificaciones. Pero no, lo mejor es decir: Oiga, sí, me equivoqué. Discúlpenme, no lo vuelvo a hacer. Yo no soy así.
SERENIDAD Y CALMA
Señor, que nosotros busquemos trabajar la voluntad, ordenar la voluntad. Que la voluntad con constancia esté serena, tranquila; que tengamos hábitos repetidos, de calma, de serenidad. Y si alguna vez explotamos, pues darnos cuenta, parar, pedir perdón, manejar esa impulsividad. Pienso, por ejemplo, en alguna familia o amigos en donde alguna vez reaccione alguien con rabia, con ira.
Si uno se pone en su lugar y si uno empieza a gritar más fuerte que él, el ambiente se vuelve muchísimo más tóxico. En ese momento hay que intentar hablar desde la calma, desde la serenidad, porque esa persona puede estar estresada, puede estar en un bucle de una situación tensa, angustiada, nerviosa. Y en ese momento hay que escucharlo, dejar que se desahogue, pero hablar desde la calma.
Señor, yo quiero tener tus mismos sentimientos. Y en este caso también, si en algún momento llego a reaccionar con ira, con rabia, que pueda, Señor, volver a ti, pasar por tu corazón, experimentar esa serenidad, esa calma que da la presencia de Dios en mi vida. Yo creo que es importante. Ese tiene que ser el deseo:
Tener presencia de Dios, saber que Dios está a mi lado, que está allí, que me está viendo y que me sonríe y que me entiende. Señor, Tú nos entiendes cuando reaccionamos con ira, con rabia. Pero que te miremos, que pasemos por tu corazón y experimentemos nuevamente esa serenidad, esa calma y ese saber que vivimos para ti.
Ponemos esto en manos de nuestra Madre Santa María, que ella sea testigo de ese deseo de imitar a Jesús en todo y tener sus mismos sentimientos.