“Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere queda infecundo, pero si muere producirá mucho fruto.”
(Jn 12, 24-25)
Son palabras Señor que, en primer lugar, se aplican a Ti. Hablando Tú de Tu muerte y del gran fruto que sigue de ella, que es nuestra salvación, nos abre las puertas del Cielo y consuma esa nueva alianza que en la cual todos nosotros tenemos la posibilidad de estar bien unidos a Ti y de recibir vida de Tu vida. Si el grano de trigo no muere, también cada uno de nosotros es ese grano de trigo que tiene que morir para dar fruto para trascender. Ese morir nuestro, se efectúa cuando morimos aceptando la voluntad de Dios.
MORIR A NUESTROS CAPRICHOS O PLANES Y UNIRNOS A LA CRUZ DE CRISTO
Pero también, cuando en esta vida vamos muriendo a nuestro punto de vista, muriendo a nuestro capricho, vamos muriendo también a nuestros proyectos que quizá no se realizaron y vemos detrás de eso la voluntad de Dios, la permisión de Dios; pero también una posibilidad de siempre unirnos a la Cruz de Cristo.
Ese morir Suyo nos da vida, nos hace fecundos.
PRIMER TESTIMONIO
Tengo aquí dos testimonios que nos comparte el padre Cantalamessa en una homilía, comentando precisamente esta verdad, la verdad de que cuando el grano trigo muere, da fruto. Una persona decía de sí misma: “Soy una maestra soltera, no he tenido nunca un novio y se puede decir que ni siquiera un amigo varón, aún habiendo deseado desde que era una adolescente, me pregunto, ¿cómo puedo actuar para no poder tener ningún vínculo afectivo, tanto más cuanto que tengo un carácter expansivo y muy abierto hacia los demás?”
Eso es lo que decía esta señorita de sí misma y continúa el padre Cantalamessa, esta persona y tantas otras en su misma situación, se encuentran ante una elección o continuar dándole vueltas en torno a este problema durante toda la vida, viviendo con sollozos y amargura. Esto es no viviendo o aceptando la situación, reconciliándose consigo misma y dándose cuenta de que la vida no está toda allí o en ello; que hay un mundo de posibilidades y de potencialidades dentro de ella misma, que esperan poderse expresar a través de otros ligamenes y canales.
ABANDONARNOS EN LA PROVIDENCIA
Es como quien tiene una espiga de grano y puede continuar teniéndola apretada en la mano hasta que se torna árida y muere o, quizá, confiarla a la tierra. Confiar a la tierra… en este caso significa abandonarse a la voluntad paterna de Dios, en una actitud -no de pasiva resignación-, sino de confiado abandono en la Providencia.
Después de todo ¿quién puede estar seguro que en absoluto lo mejor para él o para ella es casarse?, ¿Para cuántas mujeres el haberse casado no se ha revelado precisamente como la mayor suerte de su vida sino, quizá, la mayor cruz? No hay que ponerse tan dramáticos, pero sí es verdad que muchas veces hay situaciones en la vida que son duras y podemos pasar la vida quejándonos pensando en lo que no fue, amargándonos y no viendo otras posibilidades que tenemos de dar fruto, otras posibilidades que tenemos de trascender, de hacer bien a los demás.
QUEJARSE O DESCUBRIR LA VOLUNTAD DE DIOS
Hemos hablado de lo que esta mujer pensaba de sí misma y hemos visto que dos posibilidades tiene uno: o estarse quejando o descubrir unas nuevas posibilidades en la vida. ¿Qué sucedió con esta mujer?, continua el testimonio: “Yo estoy bien en la escuela, me transformo, me parece ser como otra persona, mis relaciones afectivas casi son solamente con los niños, a los que sigo en sus actividades de recuperación lingüística y motivacional. Desarrollo, así mismo, actividades de voluntariado con extranjeros y ¿no es todo esto un maravilloso modo de realizarse a sí misma y hacer fecunda la propia vida?”
Efectivamente, su modo de no quedarse encerrado en la queja, no quedarse encerrado en la mala suerte o en lo que Dios ha permitido en nuestra vida, sino ver más allá. Obviamente, si hubiera querido otras cosas, precisamente ahí está ese dolor de muerte, ese morir a esas posibilidades que ya no se realizaron. Efectivamente cuesta, pero Tú Señor has pasado por ahí y nos has enseñado.
Precisamente en el Evangelio, leemos poco antes de que Tú Señor nos hablas de la espiga. Nos dices:
“Ahora que tengo miedo”,
por que se acercaba Su muerte, -a Ti Señor te dio miedo la muerte-, los sufrimientos tremendos que le iban a acompañar.
“Ahora que tengo miedo, le voy a decir a mi Padre: Padre líbrame de esta hora, no pues precisamente para esta hora He venido. Padre dale gloria a Tu nombre, se oyó entonces una voz que decía: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
(Jn 12, 27-28)
Tú Señor, vas por delante, nos animas a ser valientes y a aceptar la voluntad de Dios cuando nos cuesta y así morir a nosotros mismos y dar fruto.
SEGUNDO TESTIMONIO
Te decía que tenía dos testimonios, aquí viene el segundo: la otra situación que la parábola de la espiga de grano me hace traer a la mente es la de las mujeres felizmente casadas, pero que no pueden tener un hijo, aún deseándolo sobre toda otra cosa del mundo, una de estas mujeres ha puesto por escrito su historia:
“Después de seis años de gran espera de un hijo, había llegado a estar -confiesa ella misma-, triste, frustrada, obsesionada de lo que, para ella, le había sucedido. El único fin de su vida: concebir un hijo suyo. Lo conseguía todo en los demás campos de la vida, ¿Por qué no debía conseguirlo también en este? Había llegado a estar abatida, hasta tal punto de odiar a todas las mujeres que veía con un niño en brazos; el propio matrimonio estaba volviéndose árido, reduciéndolo a este único fin.
HÁGASE TU VOLUNTAD
No conseguía recitar y decir el Padre Nuestro, “hágase Tu voluntad” por miedo a que Dios lo tomase como una renuncia por parte suya a tener un hijo. Era la espiga de grano que no quería caer en tierra y morir, como ella misma se va dando cuenta que por ahí va la Voluntad de Dios, de aceptar esa cruz y le daba miedo rezar el Padre Nuestro.
Después de años de resistencia y de lucha, finalmente ayudada por unos amigos creyentes, encontró el coraje en un momento de oración, de abandonarse en Dios y creer que, si Él le había dado un corazón de madre, no era para que permaneciera vacío y estéril. Lloró una noche entera, pero al final había dejado caer la espiga de grano y había reencontrado la serenidad.
Iniciaron las prácticas para una adopción que, contrariamente a todas las previsiones, llegó a buen puerto en pocas semanas. Cuando tuvo por primera vez entre sus brazos a la niña adoptada, entendió de inmediato por qué Dios le había dado un corazón de madre. “Con ella», concluye su testimonio, «el Señor me ha bendecido todavía más que si me hubiese concedido una niña totalmente mía. El milagro que Dios ha hecho no ha sido sólo darnos una niña adorable y vivaracha, sino también de librarme de la única cosa que me tenía atada y alejada de Dios: mi obsesión de decidir yo misma sobre mi vida».
SER EL GRANO DE TRIGO QUE MUERE PERO QUE DA MUCHO FRUTO
Tú Señor tienes para todos nosotros un modo de estar más unidos a Ti. A veces es doloroso y es ese morir a nosotros mismos, ese grano de trigo que muere, pero que da mucho fruto.
Ayúdanos a descubrirte detrás de esas situaciones dolorosas, sabiendo que Tú nos has precedido y que Tú siempre nos acompañas. Junto a Tu Cruz está siempre Maria, nuestra madre; Madre nuestra ayúdanos a ser valientes y a decirle que sí a Dios.
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