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P. Federico

6 min

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EL LAGO QUE LIMPIA LOS PECADOS

A Dios le alegra perdonar. ¿A nosotros?
Pidámosle nos enseñe a perdonar, mejor: a amar. Sabiendo que el amor no es un puro sentimiento sino una ciencia aprendida en la oración.

Contaba uno que había llegado a sus manos un folleto sobre viajes aventura en China, en el que decía: “Visitaremos también el lago Manasarovar, en el que un baño en sus gélidas aguas limpia todos los pecados cometidos y por cometer”.
¡Vaya ofertón! Un chapuzón en aquel lago y ciao a los pecados cometidos y por cometer. ¡Qué sinsentido! A ver, cada cosa a su tiempo. Es cierto que fallamos muchas veces, pues tantas y más, habrá que pedir perdón.
La semana pasada hablábamos del perdón y aquí nos tienes, otra vez Jesús, considerando este tema. Yo creo que lo traes nuevamente a colación porque te gusta perdonar. Y es que, como escribía uno:

“Cada vez que pedimos perdón a Dios, le damos una alegría. Hay una escena en El idiota, una gran novela de Dostoievsky, en la que una joven madre aldeana sostiene en sus brazos a su hijo, cuando éste por primera vez, le sonríe.

Entonces ella se hace la señal de la cruz y el príncipe Michkin le pregunta: “¿Por qué te persignas, madrecita?” Y le responde: “De igual manera que una madre es feliz cuando ve la primera sonrisa de su hijo, así se alegra Dios cada vez que un pecador se arrodilla y le dirige una oración con todo el corazón”.

Señor, voy a darte muchas alegrías, porque yo fallo mucho y me vas a tener que perdonar muchas veces. Aunque no por eso vaya yo a dejar de luchar…”

(Deseando amar, José Brage).

“Por eso el Reino de los Cielos viene a ser como un rey que quiso arreglar cuentas con sus siervos. Puesto a hacer cuentas, le presentaron uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el Señor mandó que fuese vendido él con su mujer y sus hijos y todo lo que tenía y que así pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies y le suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré todo. El Señor, compadecido de aquel siervo, lo mandó soltar y le perdonó la deuda”

(Mt 18, 23-27).

Y podríamos nosotros agregar: ¡se quedó tan contento! Porque es que a Dios le gusta perdonar.

LA ALEGRÍA DEL PERDÓN

Como contaba el papa Francisco en una ocasión:

“Recuerdo a otro gran confesor, más joven que yo, un padre capuchino que ejercía su ministerio en Buenos Aires. Una vez vino a verme porque quería hablar conmigo. Me dijo: “Necesito tu ayuda. Tengo mucha gente en el confesionario, gente de todo tipo, humilde y menos humilde, pero también muchos curas…

Los perdono mucho y a veces experimento un escrúpulo, el escrúpulo de haber perdonado demasiado”. Hablamos de la misericordia y le pregunté qué hacía cuando experimentaba ese escrúpulo. Me respondió: “Voy a nuestra pequeña capilla, frente al tabernáculo y le digo a Jesús: Señor, perdóname, porque he perdonado demasiado. ¡Pero eres Tú el que me ha dado tan mal ejemplo!”. Y comentaba el Papa: “No me olvidaré de esto jamás”

(El nombre de Dios es Misericordia, Papa Francisco).

Que no se nos olvide a nosotros: a Dios le gusta perdonar. Y siempre es bueno buscar su perdón, aunque nuestra deuda nos parezca demoledora, impagable, gigantesca.

A DIOS LE GUSTA PERDONAR

El Señor que perdona la deuda se quedó tan contento y el siervo perdonado debería alegrarse también. Lo normal es alegrarse.

“La gracia sana nuestras heridas, nos eleva del suelo y nos hace sabernos nuevamente hijos predilectos de Dios. Nos hace sentir el alivio de un nuevo comienzo, de una novedad radical. Cuando Jesús entra en el alma, experimentamos una felicidad que no conocíamos. Se ha acabado el tiempo de la soledad, de la vergüenza y de la humillación. Sentimos cómo somos acogidos, cómo se nos devuelve una dignidad en la que ya no creíamos”

(Libertad vivida con la fuerza de la Fe, Jutta Burggraf).

Eso es lo que sucede y lo normal, entonces, es que el alma se inunde de alegría.
Así que nos puede sorprender que el señor de la parábola sea contento perdonando. Pero lo que sorprende más es que el siervo, el siervo que ha sido perdonado, no se alegre…

“Al salir aquel siervo, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándole, lo ahogaba y le decía: Págame lo que me debes. Su compañero se echó a sus pies y se puso a rogarle: Ten paciencia conmigo y te pagaré. Pero él no quiso, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel, hasta que pagase la deuda”

(Mt 18, 28-30).

Por eso nos parece lo más normal del mundo el comportamiento de los que advierten esta incoherencia.

“Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor lo que había pasado. Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: Siervo malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo ha suplicado. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he tenido de ti?”

(Mt 18, 31-33).

El perdón no es simplemente limpiar una habitación, no es lavar el carro, no es cuadrar las cuentas. ¡No! ¡Es más! ¡Es mucho más! ¡Es transformador y transformante! Es inmerecido y, por eso, es sobrecogedor. No percibirlo así es, de alguna manera, no acabar de comprenderlo. “Jesús, te pido que me ayudes a comprenderlo, no me vaya a pasar lo que al siervo de la parábola”.

SENTIR Y AMAR


Hay que saber perdonar y mejor, ya lo decíamos la semana pasada, hay que saber amar. Lo que pasa es que muchas veces nos puede parecer imposible porque pensamos que el amor es un sentimiento.
Te comparto:

“El amor no es un sentimiento, aunque a veces incida en los sentimientos. Amar es un acto de la voluntad. Piensa en tu compañera de trabajo que te ha hecho varias [movidas] porque quiere quitarte el puesto. El fin de semana que viene se casa. En principio te da igual la boda, no te entusiasma (…) porque le tienes una tirria tremenda. Sin embargo, en vez de ponerte de perfil le escribes una nota de felicitación cariñosa y la felicitas, superando esa negativa resistencia interior.

“Muy bien, entonces la estás amando. Sí, de verdad. Se puede amar a quien se tiene sentimientos contrarios. El médico que sale en auxilio de su vecino que le hace la vida imposible y le salva la vida, le está amando.

EL AMOR MUCHO MÁS QUE UN SENTIR

El amor es mucho más que un sentimiento. Gracias a Dios podemos amar a quien nos cae mal. Como dijo Martin Luther King: “Jesús no me ha pedido que mi enemigo me sea simpático, felizmente. No me puede ser simpático quien me echa los perros y destruye mi casa. Sin embargo, puedo amarle”. Eso nos pide Jesús, poner el [carro] en marcha y avanzar, aunque tengamos todavía un freno de mano puesto. Cuesta más, pero se puede.

La oración sana los odios. Al principio cuesta una barbaridad, luego empezamos a saborear una mirada nueva y se va difuminando la antipatía que [llevábamos] dentro. El problema es no querer salir del agujero, como el paciente de una lesión de rodilla que no obedece al enfermero y se resiste a poner el pie en el suelo porque le duele hacer ese movimiento. La rehabilitación es costosa, pero irás poco a poco mejorando y terminarás caminando sin molestias. Si rechazas ese mes de dolorosos ejercicios, acabas cojo de por vida.

No te aferres al desagradable sentimiento de rencor. ¿Qué vas a ganar? ¿Más tiempo de asqueo interior? Reza por quienes peor te caen, como quien se toma un agrio jarabe cada mañana. Jesús quiere sanar tu corazón y desinfectarlo del todo. Fíate de Él tomando puntualmente la medicina que te ha recetado”.

(Marzo 2023, Con Él, José Luis Retegui García).

La medicina es el perdón y se trabaja poco a poco en la oración. No existe un lago que perdone los pecados cometidos y por cometer. Existe el perdón puntual, para cada persona y ese se conquista paso a paso con la gracia de Dios.
Madre nuestra, ayúdanos a aprender a perdonar.


Citas Utilizadas

Dn 3, 25. 34-43
Sal 24
Mt 18, 21-35

Reflexiones

Señor, ayúdame a aprender a perdonar. 

Predicado por:

P. Federico

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