Los apóstoles son literalmente los “enviados”, quienes han sido elegidos por Dios para llevar a todo el mundo la buena noticia.
En el Evangelio de hoy encontramos las instrucciones del mejor camino, unas palabras que no indica solo el recorrido de un viaje, sino también la experiencia del seguimiento de Jesús.
«Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer que este mundo sea bueno y feliz»
(Card. Ratzinger, 2002).
LOS MÁRTIRES DE NAGASAKI
“El mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico”.
Son palabras san Pablo Miki, que hoy recordamos en su martirio. Murió junto con 26 otros compañeros mártires el 5 de febrero del año 1597.
Se habían tenido que esconder porque los perseguían y al final los descubren y los martirizan brutalmente. Los que murieron en ese día en Nagasaki fueron 26: tres jesuitas, seis franciscanos y 16 laicos católicos japoneses que eran catequistas.
El Evangelio de hoy nos anima también a ser apóstoles, así como Jesús llamó a los doce; y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Cuenta el Evangelio que les encargó que:
«Llevaran para el camino un bastón y nada más; ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja, que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y les dijo (y también nos dice ahora en este rato de oración con Jesús):
—Quedáos en la casa donde estés hasta que os vayáis de aquel lugar. Y si un lugar no los reciben ni los escuchan, al marcharse, sacúdanse el polvo de los pies en testimonio contra ellos. […] Ellos salieron a predicar la conversión. Echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban»
(Mc 6,8-13).
Esta fiesta de san Pablo Miki y sus compañeros que fueron martirizados en Japón, nos anima también a nosotros a ser apóstoles de verdad, asacudir también esa mediocridad o comodidad que se nos puede ir metiendo.
¿Por qué hacer tanto por Dios…? ¿… estar en tal lugar? ¿Por qué hacer tal otra cosa…? Mira, el que ama busca el máximo, no las medias tintas.
Un apóstol que busca seguir al Señor, que vive de acuerdo con la ley de Dios, no puede ir a medias. “La santidad consiste en esto: cada día renacer, cada día recomenzar”, decía san Josemaría.
SOBRE LA SANTIDAD
Tenemos errores, obviamente nadie es perfecto. Y para ser santo, es importante desearlo, es importante aceptar los defectos, es importante también llenarnos de buenos deseos y amar a Dios como Él nos ha amado.
Aceptar ese amor de Dios para poder amarlo en nuestra llamada, en nuestra vocación.
Y lo bonito también ahora de este evangelio, de esta llamada de los apóstoles y cómo los siguen enviando, es que los animaba también a tener convicciones fuertes; porque el compromiso era muy grande, necesitaba convicciones fuertes.
La llamada a la santidad que Dios nos pide es para todos también una convicción muy fuerte. Es una llamada de Dios a ofrecer ese amor que Él también nos ha regalado.
Es una enseñanza también a cuidar esos sacramentos, a buscar ese trato íntimo con el Señor en la oración, como estamos haciendo ahora; o esa fortaleza también en cumplir con los deberes familiares, profesionales, sociales.
Una idea importante es saber que Dios llama a algo muy asequible. Es, como me gusta decir a mí: tu Padre nunca te pedirá más de lo que puedas dar, pero nunca te pedirá menos. Nos animamos también a seguir ese llamado del Señor. Nos animamos también a dejar obrar a Dios.
Me acuerdo cuando fue canonizado san Josemaría, el cardenal Ratzinger (futuro Benedicto XVI) escribió unas pocas palabras:
«Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica”, casi inevitablemente tenemos un concepto equivocado de la santidad. Nos sentimos tentados de decir:
“No, esto no es para mí, porque yo no me siento capaz de realizar virtudes heróicas, es un ideal demasiado elevado para mí».
(Dejar obrar a Dios, en L’Observatore Romano, 6-X-2002)
En el caso de san Josemaría, como explicaba él, decía que la santidad no era para unos grandes, no era para unos pocos, no era para unos diferentes, sino que era para pecadores normales.
Y decía Benedicto XVI:
“Tendríamos una idea equivocada de la santidad, una concepción errónea que ya fue corregida, y esto me parece un punto central por el propio Josemaría Escrivá»
(Dejar obrar a Dios, en L’Observatore Romano, 6-X-2002).
SER SANTO ES HABLAR CON DIOS, SER AMIGO DE DIOS
Virtud heróica no quiere decir que el santo sea una especie de gimnasta de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para llevarlos a cabo personas normales.
Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia De Dios. Queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo.
Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él ha estado disponible para dejar que Dios actuara.
Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Eso es la santidad.
Y terminaba él, y este evangelio de la misa de hoyde cómo Dios también enviaba a los apóstoles, los enviaba como amigos, no los enviaba a que mueran así nomás, sino que dieran la vida por su amigo.
Y decía Benedicto XVI:
“Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz”
(Dejar obrar a Dios, en L’Observatore Romano, 6-X-2002).
Nosotros ¿somos amigos de Dios, dejamos obrar a Dios en nuestra vida -el único que puede hacer que este mundo sea bueno y feliz? O como te decía, el mejor camino para salvarse es ser católico, como decía san Pablo Miki; ser apóstol, como nos pedía también el Señor.
Amigos de Dios, amigos de Dios que lo buscan, que lo encuentran, que lo aman; amigos de Dios que lo saborean en la Eucaristía, que lo buscan en la oración, que lo buscan en el cumplimiento fiel y amoroso de los deberes que tiene cada cristiano en medio del mundo, con alegría, con esperanza también, como estamos viviendo ahora este jubileo.
Cómo es también esa búsqueda nuestra de saber que somos débiles, que tenemos errores en nuestra vida, que no somos gimnastas de la santidad. No, al contrario. Sabemos que no es un camino de rosas todo espectacular.
Estoy ahora pasando unos días en un curso de teología muy cerca del mar y uno dice: —Qué lindo un mar azul así, tan bonito, donde uno lo ve y dice, me quedo acá.
Pero no, al contrario. Nuestra vida es un camino también donde habrá subidas, bajadas, donde habrá problemas, donde surgirán dolores, sufrimientos, persecuciones, tentaciones, incomprensiones.
No importa, porque no somos seres extraterrestres. Somos personas normales de carne y hueso que Dios también cuenta con ellas.
Sigue también en Benedicto XVI en otro mensaje:
“La historia nos ha demostrado cuántos jóvenes, por medio del generoso don de sí mismos y anunciando el Evangelio, han contribuido enormemente al Reino de Dios y al desarrollo de este mundo”
(Mensaje del Santo Padre para la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud 2013).
Vos y yo también podemos igual que san Pablo Miki –quizá no necesariamente con ese martirio, pero en medio del mundo también– luchar y gritar que podemos ser santos, no quejándonos ante las dificultades, no desanimándonos ante nuestros errores y fallos, sino al contrario, comenzando y recomenzando.
Es que tuve un problema grande, no importa, Dios te acompaña. Quiero llegar al cielo, tengo esa misión grande, tendré que sacudirme el polvo de los pies porque no entiendan o porque no pueda. Mira, Dios también te quiere como sos y ese querer de Dios tiene entrañas evangélicas.
Fijate, el Evangelio nos lo cuenta muy bien y muy claro, cómo mucha gente también esperaba estar cerca de Jesús y algunos no lo encontraban.
El encargo que Jesús les da es muy fácil: lleven un bastón, nada más. Ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja. Lleven sandalias –quizás te gusta usar sandalias o no, no importa. Pero Jesús te llama y te manda a algo muy grande.
Termino con esas frases también que te decía de san Pablo Miki, que lo único importante:
“el mejor camino para salvarse, es ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos”.
Nosotros también, Señor, queremos seguir adelante sin quedarnos atrás en nuestros defectos… Sin quedarnos atrás en los defectos de los demás, perdonando a quien haya que perdonar… Y amando como Dios nos ama.