En el Evangelio, Jesús, nos hablas de la pureza de corazón y nos dices que “nada de lo que entra de fuera puede manchar al hombre, sino lo que sale de su corazón, porque de su corazón salen las malas intenciones, los robos, los hurtos…”.
Señor, efectivamente, vemos que de nuestro corazón a veces salen esas cosas y te queremos pedir que nos ayudes a tener un corazón puro, un corazón bueno, un corazón como el tuyo, un corazón a la medida del tuyo.
Que nos identifiques contigo, porque vemos que el pecado nos tienta, nuestras malas pasiones nos invitan al desorden, a querernos poner nosotros en el centro, etc.
En la primera lectura leemos también algo muy bonito, que es el origen del hombre, cuando Tú Señor nos creaste. El texto del Génesis utiliza unas imágenes muy bonitas:
«Un día el Señor Dios tomó polvo del suelo y con él formó al hombre. Le sopló en la nariz un aliento de vida y el hombre comenzó a vivir.
Después plantó el Señor un jardín al oriente del Edén y allí puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles de hermoso aspecto y sabrosos frutos y, además, en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara»
(Gen 2, 7-9. 15).
EL HOMBRE ANTES DEL PECADO
Este pasaje del Génesis nos habla del hombre antes del pecado. Y ahora en este mundo en el que vivimos, entró el pecado y estamos aquí, pero Tú, Señor, has muerto por nosotros en la Cruz y nos has obtenido la gracia, ese gran regalo que nos une a Ti y podemos realmente vivir más unidos a Ti que estos primeros padres que estaban en el Paraíso y que hablaban contigo.
Porque la gracia que nos has conseguido en la Cruz es el Espíritu Santo mismo que habita en nuestro interior
Estas verdades que leemos en el Génesis son verdades que nos hablan efectivamente de lo que somos nosotros y de qué es este mundo.
Este mundo que es maravilloso es un lugar que Tú plantaste. Aunque está afectado por el pecado, pero todavía hay muchos rastros y todavía hay muchas verdades, muchas experiencias humanas que nos hablan de este origen.
De hecho, así Juan Pablo II lo explica en una de sus catequesis que estaba buscando y la encontré. (Me dio una cierta alegría ver que es una catequesis que dio Juan Pablo II tres días después de que yo naciera, el 12 de diciembre de 1979).
“Se puede decir que el análisis de los primeros capítulos del Génesis nos obliga, en cierto sentido, a reconstruir los elementos constitutivos de la experiencia originaria del hombre. (…)
Al hablar de las originarias experiencias humanas, tenemos en la mente no tanto su lejanía en el tiempo, cuanto más bien su significado fundante. Lo importante, pues, no es que estas experiencias pertenezcan a la prehistoria del hombre (a su “prehistoria teológica),
(o sea, antes de que entrara el pecado del mundo),
sino que estén siempre en la raíz de toda experiencia humana”
(Juan Pablo II, Audiencia General, miércoles 12 de diciembre de 1979).
CÓMO DIOS CREÓ EL MUNDO
Están en la raíz de toda experiencia humana estas verdades que leemos de cómo Tú, Señor, has creado un mundo maravilloso y nos has puesto amorosamente ahí para trabajar.
No es que estemos “arrojados en el mundo”, como dice un filósofo del siglo pasado, que habla mucho de la angustia. Si el hombre está arrojado en el mundo como alguien extraño, lo normal es que haya esa angustia.
Pero no, estamos puestos en un lugar que Tú, Señor, creaste para nosotros.
Sembraste muchos árboles de diferente aspecto, muy hermoso todo, para que trabajemos aquí como cuando trabajamos en un campo, en un huerto donde huele bien, donde las cosas están bonitas, llenas de color, llenas de sabor.
Me acordaba de un cuento que leí hace tiempo, donde narra cómo un explorador, que subió a la montaña, de repente, por un accidente que hubo, un deslave de nieve, una avalancha… cayó en un lugar donde había un pueblo.
Un valle en las alturas, donde se habían establecido unas personas que ya habían salido hace muchos años, huyendo de los tiranos.
Pero estos hombres que estaban en ese lugar que estaba muy bonito, habían perdido la vista y ya llevaban varias generaciones ahí.
EL PAÍS DE LOS CIEGOS
Mira cómo lo dice:
“Sobre ellos se cernió una extraña enfermedad que hizo que todos los niños que nacían allí -y también algunos niños mayores- se quedaran ciegos. (…)
Entre la escasa población de aquel valle ya incomunicado y olvidado, la enfermedad siguió su curso. Los viejos perdieron la vista y empezaron a andar a tientas, los jóvenes veían muy poco y los niños que nacían de ellos jamás pudieron ver nada.
Pero la vida era muy fácil en aquella cuenca rodeada de nieve, sin contacto con el mundo, sin zarzas ni espinos, sin insectos malvados ni otras bestias que el amable rebaño de llamas que los colonos se habían traído tirando de ellas, empujándolas por los lechos de los ríos hundidos en los desfiladero por los que habían venido.
Los que podían ver fueron perdiendo la vista de forma tan gradual que apenas notaron su pérdida. Se dedicaron a guiar a los jóvenes invidentes a un lado y otro del valle, hasta que conocieron a la perfección todos sus secretos y cuando por fin no quedó uno solo de entre ellos que pudiera ver, la raza continuó viviendo.
Incluso tuvieron tiempo de adaptarse a la manipulación a ciegas del fuego, que encendían cuidadosamente en hornos de piedra.
Al principio habían sido un grupo de gente humilde, analfabeta, apenas rozada por la civilización española, aunque provista de vestigios de la tradición de las artes del Perú antiguo y de su filosofía perdida.
Las generaciones se sucedieron (aquí viene lo que quería decirte). Los colonos olvidaron muchas cosas e inventaron otras. Su recuerdo del mundo exterior, del que procedían, se volvió vago y adquirió tintes míticos”
(H. G. Wells. El país de los ciegos).
Porque ellos ya no veían y hablaban de que antes había un mundo, otras ciudades, donde había colores y la vista… pero son cosas que ellos ya no tenían experiencia y no entendían bien qué quería decir. Por eso adquirió tintes míticos.
VIVIR ESA CERCANÍA
Nosotros al leer este pasaje del Génesis donde se habla del origen, donde no había pecado, donde el hombre feliz trabajaba en el Paraíso, ya nos habla de algo que hay en el corazón que late en la experiencia humana, como dice Juan Pablo II.
Y que después de la Redención, de que Tú Señor viniste y destruiste el pecado, podemos vivir esa cercanía y esa alegría de estar en nuestra casa que Tú, Señor, creaste en esta tierra y trabajar con alegría.
Trabajar ofreciéndote nuestro trabajo, convirtiendo nuestro trabajo en oración, ofreciéndotelo, procurando crecer en virtudes personalmente y, por supuesto, servir a los demás.
Aunque no tengamos contacto directo con la gente, todo trabajo tiene ese sentido de aportar al bienestar humano, de ayudar a los demás.
Señor, ayúdanos a tener esa visión de inocencia.
RECONOCER A DIOS COMO NUESTRO CREADOR
Hablábamos al principio del Evangelio cómo nos dices, Señor, que del corazón salen las cosas malas.
Ayúdanos a ir quitando esos pecados, esas malas pasiones a través de las virtudes, de la lucha y de tu gracia para que de nuestro corazón salgan cosas buenas.
Que a través de las cosas que hacemos, a través también del contacto con las demás personas, de vivir en este mundo, de ver la belleza que hay, de la perfección que hay en el mundo, también te reconozcamos como nuestro Creador.
Que vayamos creciendo en esos deseos de unirnos a Ti, de parecernos más a Ti y de contemplarte para siempre en el Cielo.
Se lo pedimos a nuestra Madre, que ella es Inmaculada, que no tiene pecado, que ella nos puede guiar también con más facilidad a ese encuentro cotidiano contigo. Madre nuestra, ayúdanos.
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