Un día estaba Jesús enseñando y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley que venían de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones.
En esto llegaron unos hombres que traían una camilla y en la camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo en aquella casa y colocarlo delante de Jesús.
Y no encontrando por dónde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla. A través de las tejas y lo pusieron en medio delante de Jesús. Qué impresionante la fe de estos hombres.
¿Qué están dispuestos a hacer para acercar a su amigo, a Jesús? Y Él viendo la fe de ellos dijo:
«Hombre, tus pecados están perdonados».
(Mt 9, 2)
Qué fácil es decir estas palabras, tanto así que los fariseos empezaron a pensar y a decir,
«¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados si no solo Dios?
Y tu Señor que conoces perfectamente las intenciones, tu mirada atraviesa y llega hasta la médula, les dices:
¿Qué están pensando en sus corazones? ¿Qué es más fácil decir, tus pecados te son perdonados o decir, levántate y echa a andar?
Pues para que vean que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, le dice al paralítico, a ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa.
E inmediatamente levantándose a la vista asombrada de todos, Todos los que estaban allí presentes tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.
(Lc 5, 21-26)
Qué susto, ¿no? Después de toda la parafernalia, abrir el techo, bajar al paralítico en la camilla, la discusión con los fariseos y de repente, epa, este está caminando.
Pero, ¿qué es más fácil decir?
PERDÓN DE LOS PECADOS
El Señor sabía perfectamente lo que pasaba por la mente de los fariseos. Ahora han pensado, vaya estafador, este es un charlatán. Decir eso es sumamente fácil, yo lo podría decir también, pero perdonar los pecados de verdad solo lo puede hacer Dios.
Me parece que aquí reside uno de los motivos por los cuales la Iglesia quiere que consideremos este evangelio para ese tiempo de atiento.
Porque el perdón de los pecados del paralítico, la verdad es que no es un pecado, es un pecado de Dios. La verdad es que desde fuera no es que se haya visto ningún cambio, no se puede apreciar externamente.
MILAGRO INTERNO
Después de pronunciar esas palabras del Señor, el paralítico, ya sabemos que, bueno, por un tiempo más, después se va a producir el milagro de caminar. Pero el perdón de los pecados ocurrió así, sin brillo, sin milagro, sin maravilla, sin grandes fuegos artificiales. Pero ahora ya sabemos que el cambio sí se produjo.
El que fue capaz de decir, levántate y camina, con su palabra, oye, tiene una palabra tal que es capaz de decir, tus pecados te son perdonados,
y por lo tanto también se produjo aquel milagro.
MILAGRO EXTERNO
Claro, es un momento después, cuando los fariseos ya hacen patente su incredulidad, que Jesús produce el prodigio de hacer que cabine el paralítico, el milagro externo. Pero para ese momento, el milagro interno, el milagro dentro de aquel hombre ya se había producido, y se produjo sin mayor ruido.
Bueno, tantas veces Dios suele actuar así. En este tiempo de adviento, donde nos preparamos cada año para celebrar un suceso similar, el nacimiento del Hijo de Dios, entre nosotros, resulta que la lógica sigue siendo muy parecida.
Es verdad que el nacimiento de un niño es una gran alegría para su familia, pero la verdad es que hemos visto tantos nacimientos que difícilmente vemos eso como algo extraordinario.
Hasta se podría pensar como los fariseos, que no ha ocurrido nada fuera de lo normal.
EN NAVIDAD TAMBIÉN OCURRIÓ UN MILAGRO
Vamos, niños nacen miles en todo el mundo, todo el tiempo. Lo que estamos a punto de recordar esta Navidad no tiene tanto brillo humano. Han nacido un niño en una familia pobre, en un lugar que tampoco tenía tanta repercusión para la humanidad.
Los que presenciaron las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy tampoco notaron ningún cambio exterior en el paralítico, cuando Jesús les dice, te son perdonados tus pecados.
Bueno, el mundo tampoco se enteró cuando entró Dios a la historia. Solo unos pocos se dieron cuenta, porque tantas veces Dios suele actuar así.
El milagro en el alma del paralítico, que es de hecho más… el milagro exterior, porque bueno, es verdad que pudo haber caminado, pero en cierto momento el paralítico se tuvo que haber muerto, y el milagro le habrá durado pues un cierto tiempo.
EL MILAGRO EN EL ALMA LE DA ACCESO A LA ETERNIDAD
En cambio, el milagro en su alma es un milagro que le permite el acceso a la eternidad, junto con la redención de Cristo en la Cruz, obviamente.
Ese milagro se ha producido con la palabra salvadora de Dios, y ahora, en este tiempo de adviento, nos estamos preparando para un milagro que también se produce por la palabra salvadora de Dios, esa palabra que viene con el anuncio del ángel Gabriel, y junto con la palabra también de Nuestra Madre, que responde generosamente,
Hágase mi según Tu palabra.
Y es que Dios suele actuar así. Le pedimos tantas veces milagros para cosas que son buenísimas. Te pido, Señor, por mi salud, que me cures de… de este cáncer, que me cures de estas dolencias, de estos achaques, te pido por mi trabajo, para poder mantener a mi familia, te pido por esta gestión, que se ve que tiene tiempo atascada, y ojalá le pidiéramos a Dios…
Al Señor también con esa misma intensidad por los milagros del alma.
Esos que no se ven, pero que tantas veces son más importantes.
DIOS ACTÚA CON UN PODER QUE NO SE NOTA
Dios suele actuar así, con un poder que tantas veces no se nota. Sucede con una frecuencia asombrosa.
Cada vez que nos acercamos, por ejemplo, al sacramento de la confesión, ahí se produce un milagro que, la verdad es que desde fuera se nota muy poco.
Después de que el sacerdote nos dice en la confesión te son perdonados tus pecados, no se nota ningún cambio externo. No suenan las campanas.
De la iglesia, no bajamos de peso, no se resuelven nuestros problemas, no tenemos más dinero en la cuenta, tenemos los mismos achaques, los mismos dolores, la misma personalidad incluso.
OCURRE EL MILAGRO DE LA GRACIA
Pero ocurre el milagro interno, el milagro de la gracia, que va sanando poco a poco al alma.
Es verdad, tal vez en alguna ocasión, a modo excepcional, para combatir nuestra incredulidad. Como la de los fariseos, Dios permita un milagro cuando nos confesamos.
Al estilo de Padre Pío, que tantas veces era capaz de saber cosas del penitente, aunque fuese la primera vez que venía a confesarse con él.
Pero la impotencia de Dios tantas veces se oculta en lo cotidiano, en lo discreto, en lo silencioso.
Como en el alma de este paralítico, antes de que Dios le concediera ese favor de volver a caminar. Porque Dios suele actuar así, con ese poder silencioso, por ejemplo, también en cada Eucaristía.
A veces podemos sufrir, es verdad, en la tentación del aburrimiento, del acostumbramiento, del cansancio.
Y uno podría decir, oye Dios, échame una mano, ojalá que yo pudiera ver en cada Misa ese ejército de ángeles que se congregan alrededor del altar en cada consagración.
Pero bueno, aunque no veamos allí más que un pobre hombre, un pobre sacerdote, que cuando pronuncia las palabras de la consagración vemos exactamente lo mismo que había antes de las palabras de la consagración.
Allí actúa silenciosamente la omnipotencia de Dios.
Es verdad, tal vez en alguna ocasión Dios, para combatir nuestra incredulidad, como la de los fariseos en el Evangelio de hoy, Dios permita que ocurra, por ejemplo, un milagro eucarístico.
Pero de ordinario, Él pide de nosotros, más bien ese corazón enamorado, ese corazón que es capaz de ver con los ojos de la fe, confiando en las palabras del Señor,
Señor, esto es mi cuerpo, esta es mi sangre.
QUE NO NOS ACOSTUMBREMOS
No nos acostumbremos a la misión meramente humana de las cosas de Dios, y menos en este tiempo de Adviento; nos estamos preparando precisamente para estar despiertos, para no caer en el acostumbramiento.
Nos estamos preparando para que cuando llegue ese momento de contemplar al niño recostado en el pesebre, nos lo vamos a asombrar ante esta omnipotencia silenciosa de Dios.
Yo supongo que en el episodio de hoy, pocos de los presentes creyeron inmediatamente que de verdad al paralítico se le habían perdonado sus pecados, que esas palabras de Jesús habían surgido alma en el corazón de los fariseos. en el alma del paralítico.
Pero, ahora sabemos, su vida en ese momento ya había cambiado. Después cambiará más cuando Dios le permita caminar.
Asi mismo, cuando nace el niño en el portal de Belén, muy pocos se dieron cuenta de que el destino de toda la humanidad había cambiado totalmente. Al morir Jesús en la cruz, muy pocos se dieron cuenta inmediatamente de la omnipotencia de Dios que vencía al mal y al pecado.
Pero es que Dios suele actuar así.
Bueno, vamos a pedirle a Nuestra Madre la Santísima Virgen, hoy también aprovechamos la fiesta de San Juan Diego, para que nos ayuden a prepararnos a presenciar una vez más ese poder silencioso de Dios en un portal de Belén.
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