A mí me asusta muchísimo cuando me doy cuenta que Dios me quiere mucho y yo todavía no lo quiero tanto. Lo quiciera querer muchísimo más. Pero noto, que aunque hayan pasado muchos años, mi amor a Dios es todavía muy chiquitito, muy pobre. Y eso me asusta y me preocupa.
En el evangelio de hoy vemos a una mujer que derrama sobre el Señor un frasco entero de perfume de nardo carísimo. Según se dice, ese frasco costaba trescientos denarios, treinta siclos de plata. Y un siclo de plata era el sueldo de un trabajador durante un año. O sea que es carísimo ese perfume. Y todo entero fue para el Señor.
Aquella señora lo amaba tanto, que gastó todo el perfume para Jesús, le dio al Señor lo más valioso que tenía en ese momento. Ese acto fue criticado por Judas. Que levantó la voz y dijo:
“Qué barbaridad, ha podido vender el perfume y entregar el dinero a los pobres” Y Jesús lo cortó y le dijo: “Déjala, pues lo estaba guardando para el día de mi sepultura. A los pobres siempre los tendrán entre ustedes, pero a mí no me tienen siempre”.
ENTREGAR ALGO VALIOSO
Ante esta escena tenemos que tener en cuenta que esta mujer, que era una pecadora muy grande, estaba arrepentida. Y no sólo derrama el perfume sobre Jesús, sino que también le lava los pies con las lágrimas que salían de sus ojos. Así manifiesta su amor, entregándole algo valioso con un dolor muy grande por sus pecados.
En cambio, Judas el que critica, era el encargado de las cuentas. Y él, más tarde, va a traicionar a Jesús también con trescientos denarios. Las treinta monedas, eran los trescientos denarios y el mismo precio del perfume que había derramado ante esta mujer pecadora. Y Judas, no le pide perdón al Señor por su traición, él después, desesperado, se suicida. Si se hubiera acercado a Jesús arrepentido como esta mujer, el Señor lo hubiera perdonado.
Y esta mujer con arrepentimiento, cambia. Está decidida a seguir a Jesús y ella fue perdonada y le dijo, el Señor le dijo:
“Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Y ella es ejemplo de cómo debemos arrepentirnos.
ME DUELE EL HABERTE OFENDIDO
El Catecismo nos dice, que para hacer una buena confesión, después del examen de conciencia, viene el dolor de corazón. El dolor de corazón es el arrepentimiento por haber cometido los pecados. El dolor de haber ofendido a Dios. Que es el que más nos quiere. Nos duele herir a Dios, nuestro Señor, que nos quiere tanto.
Y junto a ese dolor viene el propósito de no pecar. Ya me voy a portar mejor, ya no voy a pecar, voy a seguir a Jesucristo, estar a su lado, vivir con Él. Es algo que todos podemos hacer, vivir con Cristo.
En el evangelio de hoy, aparece también un prestamista y dos deudores. Uno de los deudores le debía al prestamista quinientos denarios y el otro le debía cincuenta. Y el prestamista les perdonó a los dos la deuda. Entonces le preguntan a Jesús:
“¿A quién amo más? Y Jesús rápidamente responde: a quien perdonó más”.
Dios nos quiere perdonar a todos, por muy grandes que sean nuestros pecados. Y es admirable y grandioso su perdón, como nos enseña la parábola del hijo pródigo. El padre del hijo pródigo, después de que el hijo haya malgastado todo lo que el mismo padre le dio, sale a recibirlo. Sale a recibirlo y cuando llega le da un gran abrazo, lo besa y manda a preparar una gran comida porque había retornado el hijo que estaba perdido.
VERGÜENZA, SOLO PARA PECAR
Así manifiesta su amor el Señor. A ese pecador que era ese hijo, ese hijo pródigo que estaba arrepentido, como esta mujer que está arrepentida de sus pecados y el Señor la perdona. Por muy grandes que sean nuestros pecados, el Señor es un Padre amoroso que nos quiere.
Y también, en el evangelio de hoy, el Señor le reclama a Simón. Simón era el anfitrión de la casa donde se encontraban y donde la mujer le derrama el perfume a Jesús. Ahí estaba Simón presente, y el Señor le dice a Simón, reclamándole: “Cuando entré en tu casa no me pusiste agua para mis pies, y ella me ha lavado los pies con sus lágrimas”.
Le reclama esos detalles que quizás Simón no tuvo. Y le señala a aquella mujer que hizo todo eso por amor, le lavó los pies con sus lágrimas. Y le dice: “Tú no me besaste y ella, en cambio, desde que entró, no ha cesado de besarme los pies”.
A veces nos da vergüenza de manifestar nuestros afectos a las personas.
San Josemaría, cuando era niño, tenía vergüenza cuando las amigas de su mamá lo besaban. No le gustaba, entonces se metía debajo de la cama. Y la mamá, iba con un bastón a sacarlo de debajo de la cama y le decía: “Josemaría, vergüenza solo para pecar, solo para pecar”. Y entonces, enseguida, san Josemaría salía de la cama y aprendía. Siempre recordaba ese consejo de su mamá que le decía: “Josemaría, vergüenza solo para pecar”.
CARIDAD OFICIAL Y CARIÑO VERDADERO
Y también, san Josemaría distinguía entre la caridad oficial y el cariño verdadero. Decía: “La caridad oficial, es aquello que deberíamos hacer. Y el cariño verdadero es el verdadero amor que sale dentro de nosotros”. ¿Y cómo manifestamos nuestro cariño? No se trata de hacer cosas raras o cosas exageradas, se trata de saber querer con la naturalidad del amor. Y el diablo muchas veces nos mete vergüenza para algo que es bueno.
Por eso le decía la mamá a san Josemaría, vergüenza sólo para pecar. El diablo nos pone mucha vergüenza para las cosas buenas y nos quita la vergüenza para que pequemos. No tengamos miedo a ser cariñosos. Con un amor limpio, noble, leal, de fortaleza. Ese amor que levanta, que anima, que empuja a las personas a ser mejores personas. Ese amor bueno que tiene Jesús en su corazón. Un corazón lleno de misericordia, lleno de perdón.
Igual tenemos que ver nosotros, si cuando amamos tenemos ese amor de perdón, si somos misericordiosos, si sabemos dar oportunidades a la gente. Y no tachar a las personas, no porque tienen un defecto, porque cometieron un pecado, y entonces ya nunca más. O vengarnos porque nos hicieron a nosotros algo que no nos ha gustado y entonces crecen unos sentimientos de venganza y queremos vengarnos. Eso no. Perdonar, perdonar.
DAR LIEBRE POR GATO
Cuando le preguntan al Señor: “¿Cuántas veces debemos perdonar? El Señor dice: setenta veces siete”. Muchísimas veces. Y eso lo aprendemos de Jesús. Y luego, en este evangelio de hoy, el Señor le reclama a Simón y le dice: “Tú no me ungiste la cabeza con ungüento y ella me ha ungido con perfume”.
¿Qué le damos a Dios? ¿Cómo correspondemos a su amor? ¿Qué esfuerzo ponemos por amarlo más? Este Dios que nos ama muchísimo ¿Cómo hago yo, qué cosa le doy? Igual en el amor al prójimo. Muchas veces se dice que las personas “dan gato por liebre” o sea, dan cosas poco valiosas en vez de dar cosas de calidad.
San Josemaría nos decía “nosotros tenemos que dar liebre por gato” al revés. Buscar monedas de oro. También decía, “buscar un trocito de cielo” Que puede costar mucho, pero hay que dar algo de calidad, algo bueno. Que sea realmente, una manifestación de amor en esa generosidad, en eso que damos y que es útil y que es algo bueno y sano para esa persona que queremos.
AL QUE AMA MUCHO, SE LE PERDONA MUCHO
Incluso, cuando vemos también en el Evangelio, que los fariseos daban grandes cantidades de dinero, para salir ahí para que los alaben, salir airosos y que la gente los aplauda. Y luego esa viuda, esa pequeña viuda, da unas moneditas. Y el Señor acepta las moneditas de la viuda y no todo ese dinero de los fariseos. Porque esa viuda da de lo que le faltaba, no de lo que le sobraba.
Y nos enseña el Evangelio también a saber ser generosos. Dando de aquello que nos falta. Porque tenemos amor y queremos compartir las cosas que tenemos, con otras personas que no tienen. Y eso es una cosa muy buena. Y al final, en este evangelio de hoy, el Señor le dice, le enseña a Simón diciéndole, “al que ama mucho, se le perdona mucho”. Efectivamente. San Josemaría nos decía, “Hay que ahogar el mal en abundancia de bien”. Y cuando se refería a la abundancia de bien, se refería al amor que debemos tener en nuestro corazón. Un amor tan grande como el de Jesús, que es rico en misericordia. Cuando el amor es muy grande, somos ricos en misericordia y estamos dispuestos a perdonar a los demás.
Vamos a pedir a la Virgen, con su amor limpio e inmaculado. Que ya que es refugio de pecadores y consolador a los afligidos, nos enseña a tener un amor que sea fortaleza.
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