EL CORAZÓN DE JESÚS
“[…] uno de ustedes me va a entregar”.
(Jn 13, 21)
Esto lo dice Jesús estando a la mesa con sus discípulos. Además San Juan escribe que cuando lo dijo: se turbó en su espíritu el Señor estaba conmovido: uno de ustedes me va a entregar.
Me imagino el silencio en aquel momento…
Los discípulos se miran unos a otros perplejos. ¿Quién será? ¿De eso seré yo capaz?
¿Será que en el interior de esos corazones estaba la posibilidad de entregar y traicionar al maestro?
Lo que sí es claro es que todos los allí presentes se olvidan de enjuiciar a los otros y contemplan su propia miseria, y aceptan que efectivamente eran capaces de todo pecado, incluso de entregar a Jesús.
FIDELIDAD Y HUMILDAD
Los Santos también han sido conscientes de su fragilidad.
Recuerdo haber leído, por ejemplo, que en una ocasión San Josemaría, el fundador del Opus Dei, decía:
“Yo no sé si seré fiel; por eso tengo que procurar ser humilde y pedir al Señor con humildad la perseverancia final. Me siento capaz de cometer todos los horrores y todos los errores que hayan cometido las personas más malas del mundo”.
(Fíjate, si esto lo dice un santo)
¿Qué será de nosotros Jesús si tú nos sueltas de tu mano?
OIR EL LATIR DEL CORAZÓN DE CRISTO
A continuación, dice el evangelio de la misa de hoy, de este Martes Santo:
“uno de ellos, el que Jesús amaba, (qué hermosa expresión)
estaba reclinado a la mesa en el pecho de Jesús”.
(Jn 13, 23)
¿Y qué se escuchan cuando se tiene la cabeza recostada en el pecho de otra persona?
Muy bien: el latir del corazón.
“Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
Señor, ¿quién es?”.
(Jn 13, 25)
Quizá motivado, porque Pedro está ahí y le insiste: «oye ya que estás ahí cerca de Jesús, pregúntale ¿quién es?».
EL AMOR MISERICORDIOSO DE JESÚS
¿Qué pasa a continuación? Que San Juan tiene una experiencia única. Es el único entre los presentes que será testigo de: cómo mira Jesús, de cómo late su corazón y también va a conocer el nombre del traidor. Y Jesús en ese momento le pide que no lo delate, porque Jesús tampoco lo hace, sino que lo cubra con el silencio…
Es increíble, tú Jesús, como le pides a San Juan, el más joven de los apóstoles, que conserve esa experiencia en lo más íntimo de su corazón.
Los latidos del corazón de Cristo sumergen a ese discípulo predilecto en el amor que Jesús tiene a Judas.
Señor, tú desvelas únicamente a San Juan la identidad del traidor y le pides a él nutrir el mismo amor misericordioso que tú tienes por él, y le pides mantener hacia los demás apóstoles la reserva que tú has querido tener.
Pedro insiste (lo mira y le pide indagar), pero Juan no habla, sino que tiene hacia Judas, porque Jesús se lo ha pedido, el mismo gesto de amor del maestro: el perdón.
VER A JESÚS EN LA CRUZ
Jesús en otro pasaje del evangelio de San Juan:
“si alguno oye mis palabras y no las observa, yo no lo condeno. Porque no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo” .
(Jn 12, 47)
Los pecadores tendríamos que mirar muchas veces a Jesús en la Cruz y quizá el Señor nos diga:
«Aquí estoy, aquí estoy. Yo te lanzo todos los salvavidas posibles. Me entrego por ti. Te perdono. Mírame en la Cruz. ¿Qué más tengo que hacer para demostrarte mi amor?».
A Judas lo había elegido para ser uno de los pilares de la Iglesia. Claro que lo quería. Incluso en ese momento (si tú lees ese pasaje del evangelio que es impresionante: la última cena) que sabía que lo iba a traicionar. Jesús es cortés con Judas y le da de comer… Y más tarde, Señor, Judas te pagará con un beso traidor.
Jesús, que bueno eres.
Gracias por la experiencia que le permitiste tener en ese momento tan íntimo a San Juan. Y ahora un poquito a nosotros en este rato de oración.
Qué bueno, al hacer oración, procurar conocer los mismos sentimientos de Cristo y tener hacia los demás los mismos sentimientos de Cristo. Qué propósitos sacaremos Señor, por ejemplo: de no juzgar a nadie, no tenemos el derecho.
NOS CAMBIA EL CORAZÓN
El hecho de haber puesto su cabeza en el pecho de Nuestro Señor y escuchar su corazón, el latir de su corazón, no simplemente significa un gesto de cariño, una afinidad emotiva, sino que consiste en un amor que cambia el corazón de Juan.
En ese instante, Tú lo que le regalas a San Juan es modificar su corazón, modificar su modo de relacionarse con los demás; con los demás que somos pobres pecadores: y sobre todo con aquellos que, junto a él (San Juan) siguen a Jesús de cerquita, y cuyos pecados y fragilidades, por cercanía y amistad, San Juan percibe con más frecuencia. (vivía con ellos, se daba cuenta de sus errores, de sus fragilidades, sus pecados, sin juzgar)
Señor, y me voy a lanzar a pedirte algo: perdónanos a todos. Y perdona especialmente a los sacerdotes cuando por debilidad te ofendemos. Enséñenos a tener un corazón como el tuyo, y después de la experiencia del cenáculo, como la de Juan, a no juzgar como pecador a nadie (sabes cómo se llama eso: se llama tener juicio temerario. Cuando uno juzga a otra persona como pecadora. Eso es pecado, eso no está bien).
TÚ SIEMPRE NOS PERDONAS
Señor, ayudarnos a esperar, a confiar que, si somos humildes, tú siempre nos perdonas ¡Siempre!
Jesús no tiene reparo – después de cualquier ofensa y traición – a darnos a comer su pan, siempre y cuando aceptemos recibir su gracia en el sacramento de la reconciliación.
Que bueno unir estos dos sacramentos ahora en Semana Santa. Podría ser un propósito estupendo, Señor preparar el recibirte con la mayor dignidad con una buena confesión.
Madre mía, Madre de la misericordia, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
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