En la revolución francesa sucedió aquello que reza el dicho italiano: “gettare il bambino con l’acqua sporca”.
Es decir, que en ese afán de revolución, de cambio aires, también el cambio de sistema llevó a una euforia en la que había que reemplazar todo: la monarquía, las antiguas clases sociales, algunos abusos del clero, la distribución de las propiedades, etc., pero en esa euforia también intentaron reemplazar a Dios.
Incluso había que reemplazar a Dios. Se produjo un proceso de descristianización de la sociedad francesa inducido en gran parte por quienes gobernaban con la intención de eliminar todo rastro de religión.
Entre otras cosas, el Papa fue arrestado en Roma y extraditado a Francia, se abolió oficialmente el culto cristiano en el país y se persiguió duramente al clero y a los religiosos con no pocos mártires.
El Estado se declaró ateo, pero se sustituyó la fe cristiana por el culto a la diosa Razón, hasta el punto de celebrar en la catedral de Notre Dame, un culto sacrílego, una ceremonia totalmente pagana dedicada a la diosa Razón, a la diosa que se inventaron ellos pero que no era otra cosa que una parodia de la Santa Misa.
NECESIDAD DE DESAGRAVIAR
Los tiempos cambian, pero a veces no tanto. A todos nos han llegado esas imágenes de la reciente blasfemia en la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos.
Me atrevería a afirmar que la reacción de muchos cristianos fue de indignación por la burla dolorosísima ante lo más sagrado que tenemos nosotros, que es la Última Cena, la Eucaristía, pero también de desagravio por tantas veces que nosotros también nos hemos burlado de Dios, obviamente no será de este mismo modo como lo han hecho estas personas. Muchas personas han sentido la necesidad de desagraviar.
Te decía que las cosas cambian pero no tanto, porque en esa burla a la última cena, donde todo es desastroso, hay un elemento más bien sútil, pero importante.
No voy a enumerar aquí todo lo que hicieron para burlarse de nuestra fe en la Eucaristía, pero en la parte final de ese acto tan bochornoso, en el medio de la mesa había una bandeja enorme donde estaba recostado un hombre azul que cantaba algo en francés.
La imagen es también deplorable, pero no solo por lo desagradable del personaje, sino por lo que representa.
El hombre azul recostado en una bandeja probablemente era Dionisio (o también Baco), que en la mitología es el dios del vino, de la juerga, de la fiesta.
Y estaba al centro de la mesa que era una burla a la última cena.
Es como si fuese una Eucaristía pagana (al estilo del culto a la razón en tiempos de la Revolución Francesa).
Se sustituye el alimento que da la vida, por un sucedáneo, por algo que intenta reemplazarlo pero que no le llega, por un sustituto que es el placer, representado acá por Dionisio.
ALIMENTO DADO POR DIOS QUE DE VERDAD ALIMENTA
En este domingo, la Liturgia de la Palabra de la Misa gira en torno a esta realidad: hay un alimento dado por Dios que de verdad alimenta, que realmente permite continuar.
En la primera lectura, por ejemplo, se recoge el episodio del profeta Elías en su caminar hacia el monte Horeb desfallece. Suponemos que el trayecto era fatigoso porque en cierto momento deseó la muerte, y dice en su oración confiadísma como la nuestra tantas veces:
“Basta, Señor, ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres”
(1Re 19,4).
Elías se echa a dormir, pero un ángel fue en su auxilio y le dio de comer, no sin insistirle que era por su bien:
“Elías se levantó, comió y bebió y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”
(vv. 8).
ÉL ES EL PAN VIVO
Y esta primera lectura sirve de preparación para el Evangelio en el que el Señor nos dice con autoridad:
“Yo soy el pan de la vida (…) Este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera (…) Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
(Jn 6, 50-65)
Estas palabras el Señor las dirige a los judíos como una promesa que se cumplirá en la Última Cena, de la que se burlan ahí en Francia y que se renueva cada vez que participamos del sacrificio eucarístico.
Es un alimento que de verdad necesitamos, que nos llena plenamente si acudimos con las debidas disposiciones del alma.
Pero ante esta oferta del Señor, ante esta promesa que nos hace de darnos alimento que da la vida, el mundo en cambio, se empeña en ofrecernos otro alimento. Por eso el mensaje de esa parodia de los Juegos Olímpicos es sútil pero poderoso: se nos ofrece el alimento del placer, del disfrute, del no sufrimiento o del no compromiso porque podría complicar el propio bienestar.
Es como la falsa ilusión del niño que quisiera alimentarse siempre sólo con Nutella. Al inicio se dará un gusto, cumplirá su antojo, pero todos sabemos lo que ocurrirá después. Ningún padre o madre en su sano juicio alimentaría a su hijo así.
LA EUCARISTÍA ES EL PAN DEL CIELO
Del mismo modo, nuestro Padre Dios que es buenísimo está dispuesto a alimentarnos providencialmente con el alimento que nos conviene, la Eucaristía, el pan del cielo.
En este rato de oración contigo te pedimos, como los discípulos:
“¡danos, Señor, siempre de este pan!”.
Que no lo despreciemos, que no nos acostumbremos, que sepamos luchar contra la comodidad, contra la falta de visión sobrenatural, esa tentación que a veces tenemos todos de dejarnos llevar solo por los elementos humanos que pueda haber en la Misa; que si la homilía es buenisima o es terrible, que si el coro es lo máximo o canta desafinado, que si el horario me sirve o no me sirve.
Señor a nosotros lo que nos interesa es ese pan que Tú nos ofreces.
Se estima que si una persona inicia una huelga de hambre, en promedio puede aguantar seis semanas sin comer.
Podríamos decir que esto es el “mínimo” para subsistir. Pero obviamente, quedarse en el mínimo no es lo recomendable.
Así mismo, nuestra madre Iglesia, que sabe que necesitamos este pan que Dios, nos prescribe en sus mandamientos un mínimo: “Comulgar al menos una vez al año, por Pascua de Resurrección”, cumpliendo con el debido ayuno eucarístico y no tener conciencia de pecado grave.
Pero el mínimo no es lo recomendable. Sería una pena quedarnos en el mínimo. Técnicamente sería suficiente, pero quien sabe lo que le conviene a su alma no está dispuesto a arriesgar. Mientras más días se pueda participar de la Eucaristía y comulgar dignamente (al menos cada domingo), por ejemplo el día de hoy, mucho mejor.
LA SAGRADA EUCARISTÍA
Vamos a pedirle a Dios en este rato de oración, que nos de la sabiduría para no alimentar nuestra alma con sucedáneos, con sustitutos, con alimentos que no nutren, sino que incluso pueden hacernos mucho daño.
El mundo nos ofrece con mucha facilidad otros tipos de alimento, muchos tipos de manjares: los placeres sensuales, cada vez con mayor violencia, el tener siempre la última palabra en las discusiones, hay un cierto placer en eso por culpa de la soberbia y de la vanidad, el que reconozcan que hacemos las cosas bien, uno se siente muy bien cuando nos reconocen lo que hacemos bien, el placer de no tener que obedecer a nadie, el placer de los bienes materiales, el extraño placer que trae el no perdonar, etc.
A ti y a mí no nos interesa lo que nos pueda ofrecer Dionisio (que es en realidad un ídolo). Lo que de verdad queremos porque es lo que nos conviene, es siempre lo que nos ofrece Jesús.
Nosotros lo que queremos es alimentar nuestra alma con ese pan que da verdaderamente la vida.