Leemos en la primera lectura un pasaje del libro del Deuteronomio, que es un libro del Antiguo Testamento, de los primeros cinco libros de la Biblia que recibieron el nombre del Pentateuco.
O sea, el Deuteronomio es uno de esos libros donde se encuentra la segunda Ley que dio Dios al pueblo. Ahí Dios le dice al pueblo (nos dice a nosotros también hoy jueves después de ceniza):
“Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien. O la muerte y el mal”
Y más adelante dice:
“Elige la vida y vivirás”
(Dt 30, 19).
Señor, en primer lugar, te agradezco que me hayas hecho libre y que me pongas la mesa servida para que yo elija.
“Pongo delante de ti la vida y el bien o la muerte y el mal”.
¿Qué vas a escoger? ¿Qué quiere elegir el joven? Pues el joven quiere la vida y el bien.
Hace algunos días, el padre Josemaría nos decía en su predicación:
“No somos lo que comemos, sino lo que elegimos”.
En estas palabras del Deuteronomio, hay un buen fundamento para esa enseñanza del padre Josemaría: “Somos lo que elegimos”.
Dios nos pone la mesa y comemos. ¿Qué comemos? Pues yo quiero el bien, porque yo quiero vivir. Cada quien tendrá lo que elige.
La libertad… qué gran regalo nos has dado Señor, ¡qué gran regalo! Qué gran responsabilidad también.
“Que estrés, ahora tengo que elegir…” pues sí, pero es para crecimiento. Elijo y me voy convirtiendo en lo que elijo. Tú no nos creas ya terminados, sino que nos creas en camino.
Nos das una naturaleza y unas capacidades, unas potencias… Somos como una semilla, una promesa, algo que puede desarrollarse, crecer, dar gran fruto y dar gloria a Dios; o puede elegir mal y no dar gloria a Dios y no dar fruto.
HACER BUEN USO DE LA LIBERTAD
Señor, yo quiero hacer un buen uso de mi libertad. Yo quiero elegirte a Ti Dios, que Tú eres la vida, que Tú eres el bien, que Tú eres la verdad.
Porque, a fin de cuentas, estamos creados para Ti y nuestra libertad está hecha para adherirnos a Dios, para escuchar a Dios, escuchar lo que nos dice Dios y querer lo que Dios nos dice en estas palabras tan bonitas:
“Hoy pongo delante de ti la vida y el bien”.
¡Escoge el bien por favor!
Pero somos a veces débiles efectivamente y elegimos mal. A veces somos tontos y elegimos mal; y también a veces somos necios y, a pesar de saber que elegir mal nos hace mal a nosotros y a los demás, vamos ahí.
Como dice el dicho: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”.
Estamos hechos para Dios, estamos hechos para Ti Señor y si yo no te elijo, me voy a quedar sin Dios, me voy a quedar sin Ti, me voy a quedar con lo que elija.
Tú Señor nos dices: “mira, eres libre, elige lo que tú quieras y eso que quieras, si tienes suficiente deseo de quererlo, lo vas a conseguir”. Pero que eso sea algo grande, que eso sea algo que valga la pena.
Yo quiero a Dios y yo te encuentro Ti Señor, a través de las cosas buenas que hay en el mundo.
ELIJO A DIOS
Cuando elijo bien, cuando elijo de acuerdo con lo que es justo, de acuerdo con lo que es mi naturaleza, de acuerdo con lo que son mis deberes, eso se convierte en elegir a Dios, porque Tú estás detrás de esos bienes.
Estamos creados para Dios, es una de las primeras enseñanzas que recuerda el catecismo de la Iglesia Católica: “El hombre es capaz de Dios”.
Somos realmente grandes, pero Tú no te impones, sino que nos quieres libres.
Como decíamos hace un momento, elegimos mal, eso es el pecado, pero Tú Señor no nos abandonas, sino que nos perdonas, nos buscas, tienes infinita paciencia para que elijamos bien.
Nos perdonas, nos curas y nos animas a elegir bien, porque Tú no puedes sustituirnos en eso, cada quien tiene que elegir, no nos puedes obligar, depende de cada uno.
Mientras tanto, Tú Señor cargas con nuestros pecados, Tú sufres. Por eso leemos en el Evangelio esas palabras que le diriges a tus apóstoles:
“Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho”.
Y ¿por qué vas a sufrir? Pues porque eres rechazado, porque no te elegimos a Ti, sino que elegimos otra cosa.
“Que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte…”
(Lc 9, 22).
Ese pecado, esa muerte, no es algo que te infringieron simplemente esos soldados y esos que te condenaron a muerte, sino que ahí están nuestros pecados; ahí están nuestras malas elecciones.
Señor, te pido perdón por mis pecados, por mis malas elecciones y ahora hago el propósito de volver a Ti, de elegirte todos los días.
Cuando me levanto elijo servirte, me pongo de rodillas y te ofrezco todo lo que voy a hacer ese día. Elijo estar contigo, elijo cumplir mis obligaciones, mis deberes, porque detrás de eso te encuentro a Ti.
Te elijo también en las cosas que a lo mejor no me suponen tanto esfuerzo, en las cosas que disfruto. Si son ordenadas, si están en su medida justa, en cantidad, en tiempo… todo eso me acerca a Ti.
Yo te elijo, te quiero elegir una vez más. Es importante elegir a Dios así, decirle a Dios que lo queremos elegir, que queremos estar con Él y así renovar esa elección.
¿TÚ DE QUÉ VAS?
Como dice esta canción, que a lo mejor has escuchado, se lo puedes decir a Dios:
“Si me dieran a elegir una vez más,
te elegiría sin pensarlo,
es que no hay nada que pensar.
Que no existe ni motivo ni razón,
para dudarlo ni un segundo,
porque tú has sido lo mejor,
que tocó este corazón
y que, entre el cielo y tú, yo me quedo contigo…”
Lo que sigue es lo que Dios nos responde:
Si te he dado todo lo que tengo,
hasta quedar en deuda conmigo mismo
y todavía preguntas si te quiero,
¿Tú de qué vas?
si no hay un minuto de mi tiempo,
que no me pasas por el pensamiento
y todavía preguntas si te quiero…”
(Franco de Vita, Tú de qué vas)
Efectivamente, ahora que estamos preparándonos para la Semana Santa, para recordar la Pasión de Jesús, es un evidente signo de su amor por nosotros.
Todavía preguntas si te quiero… pues Tú me quieres Señor y eso es evidente y ahora yo quiero corresponder a tu amor, yo quiero libremente elegirte una y otra vez.
Te elijo cuando elijo obedecer a mi vocación, obedecer a lo que Tú me pides, obedecer tus mandamientos…
Para eso tengo que escucharte, por eso estoy haciendo este ratito de oración, escuchar tus palabras, ponerlas por obra… pero no es fácil.
Por eso acudimos a la Virgen que ella escucha la palabra de Dios, ella pone por obra todo lo que Dios le pide:
“He aquí la esclava del Señor”
(Lc 1, 38)
Le dice al ángel.
Madre mía, ayúdame a, libremente, obedecer y querer todo lo que Dios me pide, sabiendo que eso es el bien para mí y que eso es lo que me va a hacer feliz y lo que me va a llevar a dar mayor fruto en mi vida.