Saliendo Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía una fiebre muy alta, y le rogaron por ella. Inclinándose hacia ella, conminó a la fiebre, y la fiebre desapareció. Y al instante, ella se levantó y se puso a servirles
(Lc 4, 38-39).
Ir con Jesús es ir con alegría. Por eso, compartir a Jesús con los otros es compartir la alegría descubierta. Es lo que hace Simón. Con toda naturalidad lleva a Jesús a los suyos: a sus vecinos de Cafarnaúm, a sus amigos, a su familia, a su suegra…
Su suegra está enferma…
“De algún modo, la enfermedad, y más si es grave, siempre produce un acercamiento y una separación respecto a quienes nos rodean. Un acercamiento porque no es raro que alguien cuide de nosotros, aunque sea simplemente porque es su trabajo y normalmente porque nuestros familiares y amigos están más pendientes, en la medida en que pueden.
No dejo aquí de mencionar lo importante que es dejarse cuidar…, porque a veces eso cuesta también. Pero decíamos: la enfermedad produce un acercamiento y una separación. Una separación, porque el enfermo se sabe «solo» ante la enfermedad: debe lidiar con ella en el interior de su corazón —por la incertidumbre y la crisis que plantea— y en sus manifestaciones externas.
El que mira al enfermo no tiene la enfermedad y no está pasando por lo que el enfermo está pasando. Y gran parte de lo que uno está experimentando es incomunicable. Por eso, ¡qué importante es pedir a Dios que nos haga comprensivos cuando nos encontramos con alguien enfermo, sin dar por sentado que entendemos perfectamente por lo que está pasando!”
(Noviembre 2020, con Él, Juan Luis Caballero).
PEDIR POR LOS ENFERMOS
La suegra de Simón está enferma y se ve que él estaba pendiente, por eso lleva a Jesús. Tú y yo, podemos hacer de Simón Pedro en nuestra oración ahora mismo y pedir por todos los enfermos. En especial aquellos que no sienten la cercanía de los suyos, los que solo palpan la separación. Pobres… “Te pedimos Jesús que te acerques a ellos, que los hagas palpar tu cercanía, que alivies sus sufrimientos y dolores, que les cures si es lo que conviene…”.
Tal vez la suegra de Pedro deliraba ya por la fiebre. Apenas y se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Estaba en ese estado en el que los agonizantes no saben distinguir la realidad de sus ensoñaciones.
Pensaba que se podían aplicar a ella esas palabras de Tagore:
“Dormía y soñaba que la vida no era sino alegría. Me desperté y vi que la vida no era sino servicio. Serví y vi que el servicio era la alegría”.
El Señor cura a la suegra de Pedro, ella abre los ojos, se levanta y se pone a servir. Y sirviendo es alegre porque sirve a la fuente de la alegría. Te sirve a Ti Jesús. Servir es lo que ha hecho Simón Pedro también porque llevar a Jesús a los demás, compartir con ellos nuestra alegría, es la mejor muestra de servicio.
PENSAR Y VIVIR PARA LOS DEMÁS
Te comparto un relato que vale la pena releer de vez en cuando (de hecho, no sé si ya te lo he compartido antes). Bueno, dice así:
“Recibí un viernes la llamada telefónica de un muy buen amigo. Me alegré mucho. Lo primero que me preguntó fue: «¿Cómo estás?». Y, sin saber por qué, le contesté: «Muy solo». «¿Quieres que hablemos?», me dijo. Le respondí que sí y me dijo: «¿Quieres que vaya a tu casa?». Y respondí que sí.
Colgó el teléfono y en menos de quince minutos él ya estaba llamando a mi puerta. Y hablamos durante horas de mi trabajo, de mi familia, de mi novia, de mis deudas y él, atento, siempre me escuchó. Se nos hizo de día, yo estaba totalmente cansado, pero me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me apoyara.
Cuando él notó que yo ya me encontraba mejor, me dijo: «Bueno, me voy, tengo que ir a trabajar». Yo me sorprendí y le dije: «¿Por qué no me habías dicho que tenías que ir a trabajar el sábado? Mira la hora que es y… no has dormido nada». Él sonrió y me dijo: «No hay problema, para eso están los amigos».
Le di las gracias y le acompañé a la puerta… cuando estaba llamando al ascensor… me acordé de que había sido él quien había llamado y le pregunté: «Por cierto, ¿por qué me llamaste anoche?». Él se volvió y dijo: «es que me acababan de dar unos análisis y… tengo cáncer»…
Lo releo una y otra vez no porque me parezca un bello canto a la amistad (que lo es), sino porque refleja muy bien algo extraordinariamente grande: la grandeza del olvido de sí, del pensar y vivir para los demás”
(Madre en la puerta hay un Niño, Eduardo Camino).
CUIDAR LAS ENFERMEDADES DEL ALMA
La grandeza de pensar y vivir para los demás…Ese bien podría ser el resumen de Tu vida Jesús: pensar y vivir para los demás. Porque te hiciste hombre pensando en nosotros y viviste para nosotros y moriste por nosotros.
Por eso el Evangelio sigue con más servicios: Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diversas dolencias se los traían. Y él, poniendo las manos sobre cada uno, los curaba. Siguen apareciendo enfermos. Enfermos con sus enfermedades. Son sus parientes o amigos los que los presentan. Jesús los cura.
Hace poco leí que:
“Dios puede curar fácilmente una enfermedad del cuerpo. En cambio, las enfermedades del alma (…) no sanan sin nuestra cooperación”
(Amor y autoestima, Michel Esparza Encina).
Nos preocupamos por las enfermedades del cuerpo, pero hoy te pedimos Jesús por las enfermedades del alma. Te pedimos querer ser curados, nosotros en primer lugar, que cooperemos. Te pedimos para que todos cooperen en su sanación. Basta ya de enfermedades del alma consentidas y prolongadas en las que la curación está al alcance de la mano (de Tu mano) pero que no se da por falta de cooperación.
Jesús cura uno a uno. Tú, Señor, no paras. Y eso que dice el Evangelio que aquello empezó cuando se puso el sol. O sea que aquello siguió hasta bien entrada la noche. Seguro que te fuiste a la cama fundido, reventado. Pero no andabas pensando en Ti, sino en los demás.
Por eso, ni siquiera piensas en tu descanso (que bien merecido te lo tenías) sino en los demás. En seguir compartiendo esa alegría que es tenerte a Ti. Entonces te levantas temprano y te escabulles. Y la gente se despierta más tarde, por supuesto, y se ponen a buscarte, por supuesto, hasta que te encuentran.
SABER SERVIR
El Evangelio lo cuenta así:
“Cuando se hizo de día, salió hacia un lugar solitario, y la multitud le buscaba. Llegaron hasta él, e intentaban detenerlo para que no se alejara de ellos”.
La santa Madre Teresa de Calcuta, que sabía bastante de enfermos y de vida de servicio decía:
“El fruto de la oración es el silencio, el fruto del silencio es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, y el fruto del servicio es la paz… y el que no sirve para servir no sirve para nada”.
Me parece que esto describe la escena: te retiras a un lugar solitario para hacer oración. Por eso silencio, un silencio lleno de fe y de amor que se acabará traduciendo en más servicio. Porque así se lo dices a los que te buscan:
”Es necesario que yo anuncie también a otras ciudades el Evangelio del Reino de Dios, porque para esto he sido enviado”.
Nuestra Madre Santa María se veía a sí misma como la sierva del Señor, y con ella vino la salvación, el remedio para todas las enfermedades del alma.