EL DON DE LA FÉ
No te canses nunca de agradecer el don de la fe. Con la fe creemos en Dios y por la fe nos confiamos plenamente en su amor. Sabemos que por encima de las nubes -del mal tiempo podríamos decir-, está ese sol brillante, intensísimo, que es el amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo por cada uno de nosotros.
Los cristianos vamos seguros por la vida, lo cual no nos ahorra dificultades y penas, pero sabemos que siempre Dios nos ama, nos cuida y siempre podemos corresponder a su amor. Estas son las dos condiciones básicas de nuestra existencia: saber que Dios nos ama y saber que siempre, estemos donde estemos, viviendo lo que nos toque vivir -alegrías, penas, dificultades, normalidad, situaciones extraordinarias-, siempre podremos hacer de esas realidades un acto de amor, un acto de confianza en Él.
Señor, me fío de Ti, me apoyo en Ti. No estoy solo en esto, no estoy sola. ¡Qué maravilla vivir así! Qué motivo más grande tenemos para agradecer todos los días el don de la fe, que por la virtud de la esperanza se proyecta en la eternidad.
EL JUICIO FINAL
El Evangelio de hoy nos ayuda a levantar la mirada. Jesús nos adelanta una realidad futura que, si no fuera por su Palabra, nos resultaría quizá completamente desconocida, inalcanzable. El texto está tomado de san Mateo y dice así: “En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”. (Mt 13, 47-48).
Una escena cotidiana de la faena de la pesca. Una vez que se han llenado las redes, luego hay que discriminar en la orilla, lo que efectivamente es un buen producto -para alimentarse y para también, lógicamente, hacer negocio o vender- y lo que es inservible. Quienes escuchaban a Cristo y se dedicaban a este oficio de la pesca, entenderían perfectamente, porque quizá esa misma tarde o ese mismo día, habrían realizado esta faena de separar: distinguir lo bueno de lo malo.
FE Y ESPERANZA
“Lo mismo sucederá al final de los tiempos. Saldrán los ángeles y separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego; allí será el llanto y rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto? Ellos le respondieron: Sí.” (Mt 13, 49-51).
Son palabras de Jesús que quizá nos resulten un poco incómodas, que a veces quizá los sacerdotes podemos experimentar un poco la tentación de esquivar estas palabras de Cristo, duras, que nos habla de salvación pero también nos habla de condenación. Este es el Evangelio original, el que nos interesa escuchar, y no una versión más fácil en que todo aquello que nos resulta difícil de digerir, lo evitamos, lo orillamos… A ti y a mí nos interesa escuchar la voz de Cristo tal como salió su Palabra, tal como enseñó, tal como transmitió las verdades divinas, verdades en este caso, eternas: la del juicio final.
Seremos juzgados, seremos juzgados por nuestras obras. Somos libres y también responsables, y esto no nos debe dar miedo sino que nos debe mover precisamente a pedir ayuda al Señor y poner de nuestra parte todo para mejorar. ¡Que no nos pille por sorpresa el juicio de Dios! Qué pena sería que una persona viviera por así decir, engañada, convencida de que está bien lo que realmente está mal, y quizá en el fondo su conciencia sabe que está mal.
¡Qué pena vivir así! Es muchísimo mejor vivir en la verdad, aunque duela.
EXAMEN DE CONCIENCIA
Por eso que es tan importante hacer un examen de conciencia diario, en que tú y yo nos preguntamos: Señor ¿cómo estuve hoy? ¿Qué hice hoy? ¿Qué dije hoy? ¿ Y Qué dejé de hacer hoy que te significó una ofensa, un desagrado? No con un afán de centrarse en la culpa, en absoluto ¡no! sino con el afán de mejorar en el amor. Quiero amarte más, quiero mejorar en las virtudes. Y por eso es que hay lucha, hay combate; hay una guerra en que nos sabemos sostenidos, apoyados, fortalecidos por la gracia de Dios. Pero también hay un enemigo que nos quiere debilitar, nos quiere separar del Señor, que es el demonio.
Hacer examen de conciencia todas las noches es una manera estupenda de no llevarse sorpresas al final de la existencia, porque vamos revisando, como quien lleva la contabilidad de un negocio. ¿Cómo estuvo el negocio hoy?¿Hubo más entradas que pérdidas? ¿En qué fallamos? Se analiza para así mejorar. También tú y yo tenemos que hacer un examen de conciencia objetivo al final del día.
FE Y PERSEVERANCIA
Nos ponemos en la presencia de Dios, así: Señor, dame tu luz, ayúdame a discernir para así mejorar en mi entrega a Ti y a los demás. Y descubriremos con esa luz de Dios en lo que hemos fallado; y también descubriremos las cosas en que con la gracia pudimos servir al Señor y a los demás. Sacaremos un acto de arrepentimiento por nuestras faltas, habitualmente de cosas chicas pero que tienen un inmenso valor, si es que sabemos rectificar, y sacaremos un propósito para combatir mejor al día siguiente.
Una nave que emprende un viaje largo basta con que se desvíe unos pocos grados -si se trata de un avión, no digamos- para finalmente no llegar a destino. Por eso que el examen de conciencia no tiene que realizarse solo cuando han ocurrido situaciones complejas en nuestra vida, sino que el examen de conciencia diario a raíz de la vida normal. Y en esos detalles, en esas pequeñas correcciones, está la sabiduría de un corazón que sabe amar.
LUCHA ASCÉTICA
Les leo unas palabras de don Javier Echevarría. Hace ya bastantes años, en noviembre del año 97, nos decía:
“Acostumbrados a ser objetivos y prácticos, humildes en la lucha ascética, desechando lamentaciones estériles y esos juicios generales sobre nosotros mismos que quitan la paz, obstaculizan a la gracia y nos privan de energías. Del examen hemos de sacar tres cosas: contrición, abandono en Dios y propósitos”.
Bueno, aquí don Javier nos anima a desechar lamentaciones estériles, juicios generales sobre nosotros mismos, que nos quitan la paz. No, yo que no sirvo. No, yo, que me equivoco… Y quedarnos ahí como mordiendo el polvo de nuestros errores. ¡No! Del examen de conciencia nos decía, entonces, hemos de sacar tres cosas: contrición (perdóname, Señor), abandono en Dios (me fío de Ti y de la fuerza de tu amor), y propósitos para el día siguiente: mañana sonreiré más, mañana pediré perdón a esa persona con la cual quizá me he distanciado. Mañana rezaré con más cariño a la Virgen…
Y así vamos avanzando en nuestra vida de piedad, de amor a Dios y nuestra entrega a los demás.