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SÍGUEME

escribas y fariseos

Hoy escuchamos en el Evangelio que nos cuenta san Mateo:

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís lo hacéis digno de la Gehena, el doble que vosotros”

(Mt 23, 15).

Estas palabras tuyas, Jesús, pronunciadas -me imagino yo- con la cara más bien seria y con un tono de voz también fuerte, áspero, termina haciéndonos pensar a todos.

Porque aquí te estás refiriendo a los escribas y fariseos que, como personalidades de la religión judía, estaban esforzándose por captar gente que siguiera esa religión; pero en cuanto se vinculaban y seguían la religión, se ve que no encontraban un ejemplo adecuado, sino más bien lo contrario.

“Los hacéis dignos de la Gehena, el doble que vosotros”.

Está refiriéndose al infierno. Los seguidores se convertían en gente que estaba encaminándose hacia el mal, siguiendo a los representantes de la religión.

Esto es muy triste y, evidentemente, nos deja pensando a todos. A mí, en primer lugar, como sacerdote, sí me planteo efectivamente: yo ¿qué estoy haciendo?

Por un lado, está la idea de que la gente necesita orientación, consejo, conocimiento de la verdad, pero evidentemente también y de una manera principal, un buen ejemplo. Porque la doctrina -en este caso tuya, Señor- católica, si no se presenta hecha vida o al menos con el esfuerzo de hacerla vida, ya está haciendo daño.

Porque lo que se enseñaría en ese caso, es precisamente a saber algo y no hacerlo, no vivirlo y, por lo tanto, se estaría enseñando la incoherencia.

JESÚS CAMINA POR DELANTE PARA MOSTRAR EL CAMINO

Yo leía un proverbio makúa de Mozambique que dice:

“No se señala el camino mostrándolo con el dedo, sino caminando delante”.

Esta realidad me parece que Tú no la encontraste, Señor, en los escribas y fariseos a los que te estabas refiriendo.

Probablemente, habría escribas y fariseos muy buenos, obviamente, pero a estos que te estaban oyendo en esa oportunidad, Tú los veías que no estaban viviendo lo que enseñaban; y esta corrupción, por decir así, del mensaje religioso se estaba transmitiendo a los que venían detrás.

“No se señala el camino mostrándolo con el dedo, sino caminando delante”.

Yo creo, Señor, que quien realmente puede aplicarse estas palabras de una de manera propia eres Tú y probablemente nadie más que Tú. Tú eres el que has dicho:

“Aprended de mí”,

y el resto es una variadísima paleta de alternativas que podemos aprender de Ti; son muchísimas cosas. Pero el ponerse como ejemplo, esto propiamente solo lo puedes hacer Tú, Jesús. No se señala el camino mostrándolo con el dedo, sino caminando delante.

MENSAJEROS

Ya digo, me deja pensando estas palabras del Evangelio:

“Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque cuando conseguís un seguidor, lo hacéis digno de la Gehena, el doble que vosotros”.

Yo creo que a mí, como sacerdote, me despiertan estas palabras tuyas, Señor, un sentido de responsabilidad que probablemente todos, como cristianos católicos, también lo compartamos.

Porque en el fondo, la credibilidad de tu mensaje, Jesús, depende de quienes somos tus mensajeros, de cómo vivimos los que te estamos ayudando aquí, ahora. Es bonito pensar: “Yo a todas estas personas no les puedo fallar”. Obviamente, a Ti, Jesús, no te quiero fallar.

Pero me parece que esa fractura que había entre estos escribas y fariseos -a los que Tú estás llamando la atención- y sus seguidores, en cuanto a lo que se esperaba que ellos lograran transmitir de bueno, se da porque no se han puesto a pensar en el gran valor de la ejemplaridad.

Nos sirve quizás para pedir por la paz en Tierra Santa.

¡SIGANME!

Leía este recuerdo a propósito de Alejandro Magno y en concreto aplicado al ejército de Israel, que dicen que, actualmente, tienen como motivo de orgullo que la voz de mando de los oficiales a la hora del combate no es “adelante” sino: “Síganme”.

Esto lleva a que muchos oficiales mueran en las guerras que este país tiene. Y nos deja pensando que es más fácil pelear cuando el jefe va delante de uno.

Cuando Alejandro Magno regresaba de la India, leía que tuvo que atravesar el desierto de Beluchistán y venía en una retirada.

Los soldados tenían mucha sed, pero cuando llegaban a un pozo de agua, Alejandro (esto es lo que cuenta la historia) era el último en tomar agua. No lo hacía hasta que hubiera bebido el último de sus hombres. Este subrayar con su propia vida que ellos son lo importante, le daba autoridad a Alejandro Magno.

Tú, Señor, nos dices: ¡Seguidme! Qué bonito que todos podamos, de alguna manera, apoyarnos en ese prestigio tuyo, en esa coherencia tuya y poder también invitar a los demás a que nos sigan, conscientes de nuestros errores, por supuesto, pero con la responsabilidad de que no podemos fallar.

Que la Virgen santísima, que fue de una pieza, nos ayude a todos a seguirte así, Señor.

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