Icono del sitio Hablar con Jesús

¡ESPERANZA NUESTRA!

Señora
MARÍA ESPERANZA NUESTRA

Estamos hoy en el último día de la Octava de Pascua. Esta ha sido una semana un poco curiosa, podríamos decir, porque ha sido una semana de siete domingos. Y entonces, así cuando la gente ha pensado en lunes, martes, miércoles, nosotros con la Iglesia la verdad es que hemos ido: domingo, domingo, domingo, domingo.

Y hoy también es domingo, aunque es sábado… Es un sábado–domingo podríamos decir. La verdad es que nos sirve el hecho de pensar que este es un sábado-domingo,  porque tiene algo especial también: y es que todo sábado dice “María”, y  especialmente el sábado previo a la Resurrección.

Mira,  la relación entre el sábado y la Madre de Dios es expresión de una larga tradición en la Iglesia. Así lo confirma uno de los libros que se utilizan en los santuarios marianos que sirven para celebrar misas en honor a Santa María.

Allí explica que el sábado fue tradicionalmente dedicado a María, porque con la muerte de Cristo, toda la esperanza de la Iglesia en la Resurrección  en aquel sábado santo, estaba concentrada en su Santísima Madre.

Toda la esperanza de la Iglesia… Y tú y yo la llamamos esperanza nuestra.

Por eso pensaba que en estos 10 minutos con Jesús -que de alguna manera son también 10 minutos con María-, nos podría servir ir por ahí.

Por lo que seguiré un relato que nos ayudará a meternos en la escena.

LA NOCHE DEL SÁBADO AL DOMINGO

Nos instalamos en la noche del sábado al domingo -al domingo de Resurrección. Los habitantes de Jerusalén, de Roma y Atenas esperan el amanecer del domingo con indiferencia y monotonía. Total, es una noche cualquiera.

Los legionarios esperan el amanecer del domingo para abandonar el Cuerpo de Jesús. Están cansados del encargo que ellos piensan que además es un encargo inútil, ese de custodiar el sepulcro.

María Magdalena, María la de Santiago y Salomé esperan el amanecer del domingo para embalsamar a Jesús. El cariño les lleva a no aguantarse para poder tener un detalle más con Jesús.

Y los apóstoles y discípulos esperan el amanecer del domingo, con miedo a ser descubiertos. La cobardía, de alguna manera, los sigue incluso hasta esta noche.

Pero María, la Madre de Jesús, espera el amanecer del domingo con fe,  esperanza y amor. Hoy -Ella lo sabe-, su Hijo volverá a la vida, ¡resucitará!  “–Madre  -le había dicho Jesús-, ten fe  porque al tercer día volveré. Al tercer día saldré de las entrañas de la tierra para volver a la vida. ¡Al tercer día resucitaré!”

LA ORACIÓN DE MARÍA

María lo sabe. Pasa la noche en oración. En una estancia de Jerusalén, la Madre -nuestra Madre- espera el nuevo nacimiento de Jesús a la vida.

Ella ya presenció el primero. Y así como esperaba con ilusión el primero, espera todavía con más ilusión, con el corazón en las manos, este segundo nacimiento.

Y de rodillas le reza al Padre: “Padre mío, Señor, Dios mío, yo, la más pequeña de tus esclavas, yo la Madre de tu Hijo, te pido por Él. No abandones a nuestro Hijo a la corrupción del sepulcro. Hágase en mí según tu Palabra.

Te ofrezco todo lo que tengo y todo lo que soy por la salvación de mis nuevos hijos nacidos de la Cruz -porque nuestra Madre, también en esta oración se acuerda de nosotros. Te pido por los discípulos, te pido por Pedro, por Santiago, por Juan,  por Natanael. 

Te pido por esas mujeres que, valientes, nos acompañaron camino de la Cruz. Te pido por todos. Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea Tu nombre, venga a nosotros…”.

Y así se va extendiendo la oración de María,  que nosotros acompañamos. Y de alguna manera también le susurramos al oído: “Madre mía, no te olvides de pedir por mí, de pedirle al Padre por mí”.  En esa oración de María en la noche del sábado santo, oración de Nuestra Señora, de esa “esperanza nuestra”, oración de la Madre de Dios.

JESÚS RESUCITADO

Y la noche avanza y la luna se esconde. Y un rayo de luz penetra por la ventana de la habitación. ¡Es domingo! el primer día de la semana. Nace el nuevo sol, amanece en la tierra, brilla el Cielo: ¡Es el día del Señor!

Y en este nuevo día se encuentra a María postrada en oración, y de repente su corazón siente la presencia de Jesús. Ella lo sabe. Unas lágrimas corren por sus mejillas y poco a poco se levanta.

Un ángel, le susurra al oído: “¡Ave!  ¡Alégrate María! Dios te salve llena de gracia, el Señor está contigo”. Y Ella se turba oyendo estas palabras, y a contraluz reconoce la silueta de su Hijo y escucha esas palabras: ¡Madre!

Nos imaginamos cómo Santa María tiembla de emoción: –¡Hijo mío! ¡Jesús mío!  Y cae de rodillas, y le besa los pies a Jesús.  Y  el Señor sonríe,  la levanta,  la abraza.

Dice un poeta:

“Sus manos cogerás, ¡oh Virgen pura! Y apretándolas con tus manos bellas,  y así admirado de su hermosura,  tu hermosura mirarás en ellas:  de su costado beberás dulzura, y beberás de amor vivas centellas; y verás en su alegre y linda cara sol,  luna, estrellas, cielo, lumbre clara” (Diego de Hojeda, Siglo XVI-XVII, La Cristiada).

Qué manera más bonita de describir esta impresión que se lleva Santa María apenas amanece el domingo. Es el primer domingo de la historia  porque a raíz de ese momento le llamamos a este día el día del Señor.

¡ALÉGRATE REINA DEL CIELO!

Y los ángeles que estarán por ahí, invisibles porque no se les ve, pero contemplan la escena. Y seguramente ahí también, ese mismo día, los ángeles, por el universo entero, le cantan a su Reina:

Alégrate, Reina del Cielo; aleluya.  Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya. Ha resucitado según predijo; aleluya. Ruega por nosotros a Dios; aleluya. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya”

(Regina Coeli).

Esta oración del Regina Coeli, que además nosotros nos proponemos rezar todos los días a mediodía sustituyendo el Ángelus, si es que tienes esa buena costumbre.

Esta es la noche del sábado al domingo, o éste es nuestro sábado-domingo de la Octava de Pascua.

Pues es un día, como tantos otros, en los que vale la pena  agarrarnos a la mano de nuestra Madre y pedirle que nos llene de esperanza como Ella está llena de esperanza.

El consejo, la verdad, es que viene de antiguo. Así lo ha vivido siempre la Iglesia y los santos nos lo han recordado una y otra vez.

Uno de los grandes santos le decía con cariño a Santa María:

“En los peligros,  en las angustias, en las dudas, piensa en  María, llama a  María.  Siguiéndola a Ella no te desviarás. Rogándole a Ella no te desesperarás. Pensando en Ella, no te equivocarás. Si Ella te sostiene no te caerás. Si Ella te protege no tendrás miedo. Si Ella te conduce, no te cansarás. Si ella te ayuda, llegarás”

(San Bernardo).

Pues, Madre nuestra,  Madre mía, ayúdame a llegar a ese domingo sin ocaso en el que yo pueda encontrarme con tu Jesús.

Salir de la versión móvil