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NADIE LO VE, PERO ES ETERNO

eterno

Yo he tenido la bendición de visitar Tierra Santa y, por supuesto, hay muchas cosas que impactan.  Porque, como dicen, aquello es el quinto evangelio.

El último día nos despedimos de Israel saliendo de la Ciudad Santa por el Muro de los Lamentos y la guía que nos acompañaba, judía, nos comentó más o menos con estas palabras: “este es un lugar que los católicos deberían valorar especialmente, porque es lo único que queda del Templo de Jerusalén.

Y Jesús visitó el Templo en muchas ocasiones, aquí rezó y peregrinó tantas veces.  Celebró las fiestas judías e, incluso, predicó en el atrio del Templo.  Muchas escenas de la vida pública de Jesús tuvieron lugar aquí”.

Razón no le faltaba, a mí aquello me conmovió y me acerqué a rezar, aprovechando -según la costumbre judía- a dejar un papelito en el Muro con las intenciones de mi oración aquel día…

Hoy vemos a Jesús caminar por aquella zona y

“Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo: “Vendrán días en los que de esto que ven, no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida””

(Lc 21, 5-6).

Tus palabras Señor, impactan a quienes te escuchan.  No dejan de ser palabras duras, como un baldazo de agua fría.  

Impacta también visitar el Muro de los Lamentos y darse cuenta de que, hoy por hoy, lo que está en pie no es más que una sección de uno de los cuatro muros de contención de la explanada del Templo…  Duro, pero no queda prácticamente nada…

LA FIRMEZA DE LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO

“Quienes te escuchan Jesús, ven la firmeza de la construcción del Templo y tus palabras rozan la blasfemia.

Primero, porque es el Templo: lugar de encuentro entre Yahveh y el pueblo elegido.  Segundo, porque el Templo era grandioso: enorme y ricamente adornado.

Me imagino el impacto que provocarían tus palabras.  En parte, es por eso que te preguntan cuándo va a suceder algo así… porque solo de pensarlo se les viene el mundo abajo”.

¿Qué será que muchas veces nosotros, tú y yo, encontramos seguridad en las cosas…? Los hombres construimos y es como si aquella edificación nos diera una sensación de firmeza y permanencia…

Es tan así Señor, que no es raro encontrar grandes edificaciones que han sido hechas para servir de mausoleos.  Como buscando en aquello una seguridad para la otra vida.

Pensando, incluso, que las dimensiones son tan grandes que no habrá quién lo derribe y que, por tanto, pasará el tiempo, pero no habrá quién lo olvide.

Sin embargo, todo esto pasa.  No dura para siempre…

¡Qué equivocados estamos cuando pensamos que las cosas de aquí abajo (de esta vida) estarán siempre! Nos olvidamos de que, a veces, es el mismo pasar del tiempo el que se encarga de que no quede piedra sobre piedra…

¡Más equivocados aún, cuando intentamos buscar y encontrar en lo material, la seguridad y la permanencia que solo lo espiritual puede darnos!

Las cosas pasan, en cambio nosotros somos lo permanente cuando vivimos cara a Dios.  Cuando le damos a cada segundo vibración de eternidad.  Cuando el amor a Dios y a los demás lleva a que nuestras obras se escriban en el

“libro de la vida”

(Ap 3, 5).

Cosas sencillas incluso, pero que son más firmes y más perdurables que cualquier edificio o cualquier monumento hecho por mano de hombre.

TUMBAS FAMOSAS

Piensa, ¿qué queda del Valle de los Reyes, aquella gran necrópolis del antiguo Egipto? Escombros y desescombros…. Allí está la famosa tumba real egipcia que contiene la momia de Tutankamón.

Se tardaron ocho años en vaciarla y trasladar al Museo Egipcio de El Cairo todo lo encontrado: más de cinco mil piezas, incluida la máscara funeraria de Tutankamón de oro macizo. Y eso que calculan que el 60% de las joyas ya habían sido robadas antes de descubrirla…

¿Qué queda de toda aquella supuesta grandeza? Escombros y desescombros…

Piensa, ¿de qué sirvió a Qin Shi Huang, el primer emperador de china, la construcción de su propia tumba?

Seguro que has visto fotos alguna vez, tal vez no nos sabemos el nombre del emperador, pero hemos visto fotos.

El mausoleo lo concibió con el propósito de reproducir el universo bajo tierra.  En su construcción participaron más de 700,000 personas (más del doble que las que construyeron la Gran Muralla China).

Se tardó cerca de 38 años en construir todo el complejo.  Aquello permaneció enterrado bajo tierra durante dos mil años hasta su descubrimiento.

Impacta ver cómo custodian esa tumba, ocho mil guerreros de terracota de tamaño natural.  Pero ¿de qué sirve aquello…?

“En cambio, qué contraste contigo Señor.  Te pusieron en un sepulcro ajeno y, a los tres días, reedificaste el Templo de tu Cuerpo.  Cuando los apóstoles se asomaron lo encontraron todo tan vacío…”

Como dice un poeta:

“Una casa, un cajón, cualquier espacio puede estar vacío / cualquiera sí, pero jamás se vio un vacío como este”

(Libro de la Pasión, José Miguel Ibañez Langlois).

Ese vacío es más elocuente que cualquier construcción hecha por mano de hombre… porque nos recuerda cómo lo perdurable, lo eterno, es lo que vale la pena y que eso no se construye por fuera sino por dentro, donde no se ve…

Nos recuerda que estamos aquí de paso y que nos jugamos la eternidad…

ESTAMOS HECHOS PARA LA ETERNIDAD

“Eso impacta, golpea.  Tanto o más que el impacto que producen tus palabras Señor, en quienes te escuchan hablar del Templo”.

Pues dejemos, tú y yo, hoy, sorprendernos también por estas palabras.  Porque como leía hace poco,

“somos semejantes a esos viajeros que se instalan en los grandes trenes internacionales, donde se duerme y se come como en un hotel. 

A veces se olvidan de que están de viaje, hasta que, al asomarse a la ventanilla, se dan cuenta de que algunas personas dejan el tren y entonces se acuerdan de que está cerca el final de su recorrido.

En esta vida nos pasa más o menos lo mismo, pero nos pasa que, aunque veamos a muchas personas desaparecer de este mundo, difícilmente llegamos a persuadirnos de que un día nos ha de llegar el turno”

(Las 3 edades de la vida interior, R. Garrigou-Lagrange).

Démonos cuenta: estamos hechos para la eternidad, estamos aquí de paso.  No vamos a construir la eternidad con las piedras, los ladrillos de este mundo.  Lo haremos a base de caridad bien vivida, a base de riqueza interior, a base de amistad con ese Dios que es eterno.

Tu lucha que nadie ve, ese pequeño vencimiento, no lo olvides: es eterno. 

Aquel pequeño acto de amor de una mirada a una imagen de la Virgen o aquella jaculatoria cuando pasas delante de una iglesia, nadie lo ve, pero es eterno.

Un acto de desagravio porque te duele haber ofendido al Señor y, por dentro, le pides perdón, nadie lo ve, pero es eterno.

La acción de gracias que brota de lo más profundo del corazón porque te das cuenta qué bueno es Dios y qué bueno ha sido contigo, nadie lo ve, pero eso es eterno.

Como decía san Josemaría:

“Cristo debe reinar, antes que nada, en nuestra alma.  Pero qué responderíamos si Él preguntase: tú ¿cómo me dejas reinar en ti? 

Yo le contestaría que, para que Él reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental, se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey”

(Es Cristo que pasa, n. 181, san Josemaría).

Eso es eterno.

Todo pasa, todo termina, las cosas de la tierra tienen fecha de caducidad (de vencimiento), pero nosotros somos lo permanente cuando vivimos la vida de un hijo de Dios que sabe que ha sido creado para la eternidad, para gozar junto con los ángeles y los santos en el Reino de los Cielos para siempre.

“Bueno Señor, del Templo ya no queda nada, pero aquí estamos nosotros contigo.  Esto es eterno”.

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