Hace pocos días fui con el oftalmólogo. Empecé a usar lentes desde la universidad y la graduación es baja, pero van pasando los años y noté, desde hace ya algunas semanas, que no veía tan bien de cerca. Ni modo, hay que aceptar el paso del tiempo.
Efectivamente, tengo que cambiar de lentes. La verdad es que ya me confundo entre miopía, hipermetropía, presbicia, astigmatismo. No sé cuál (o cuales) tengo. Total, ahí están ¿Qué le vamos a hacer? Pero, le doy gracias a Dios por los buenos oftalmólogos. Y por haberle dado al hombre la capacidad inventiva de encontrar soluciones a este tipo de problemas.
¿VEN ALGO, VEN BIEN?
Dicen que fue un científico árabe el que se inventó los lentes, dicen también que fue un monje franciscano italiano que se llamaba Alessandro Spina (que era maestro vidriero) el que los hizo fabricar para el uso común. Es más, hasta Benjamin Franklin sale a bailar en este tema, porque diseñó las primeras lentes bifocales que permitían ver de cerca y de lejos. Sea como sea, el problema se resuelve; al menos en mi caso ¡Gracias Dios mío!
Hoy en el evangelio Tú, Jesús, les echas en cara a quienes te escuchan que no han sabido reconocer a Dios ni en Juan el Bautista ni en Ti. Y en los versículos que vienen justo antes de los que leemos este día Tú, Señor, les preguntas una y otra vez:
“¿qué salieron a ver en el desierto?” (Mt 11,7).
“¿qué salieron a ver?” (Mt 11,8).
“¿qué salieron a ver?” (Mt 11,9).
Casi que lo mejor sería preguntarles: “¿ustedes ven algo? ¿ven bien?”.
PENSABAN QUE VEÍAN, PERO NO
Me acordaba de un perro que teníamos en la casa. Eran dos, padre e hijo, se llamaban Kako y Pepe; pequeños y acelerados. Dicen que es lo normal en esa raza: los Jack Russell terriers ¡No paran quietos! Así andaban todo el día persiguiéndose entre ellos.
Pero pasaba algo curioso: que cuando Pepe doblaba en una esquina haciendo una curva cerrada hacia la izquierda en plena persecución, Kako lo seguía, pero se chocaba con la esquina. Pasó una vez y varias veces. Hasta que nos preguntamos: “¿será que ve bien este perro?” Y, efectivamente, llegamos a la conclusión que el pobre Kako era tuerto: no veía de un ojo, concretamente el izquierdo; por eso chocaba siempre cuando la curva era cerrada y hacia la izquierda ¡Tremendo!
Bueno, los fariseos y muchos de los judíos ni siquiera estaban tuertos. Los pobres estaban ciegos (cfr. Mt 15,14), andaban ciegos. Pensaban que veían, pero no… Y si veían, veían mal ¡muy mal!. No sé si miopía, o hipermetropía, o astigmatismo, o presbicia espiritual.
LUZ DEL MUNDO
¡Pero mal! Se chocaban con las esquinas de la vida. No podían seguir esa ruta que les marcas Tú, Jesús. ¡Se van dando tumbos espirituales y le echan la culpa a la pared, en lugar de reconocer que son tuertos, ciegos, miopes, hipermétropes o lo que sea!
Y no supieron acudir al oftalmólogo del alma que eres Tú, Jesús. Tenemos lentes para el cuerpo, habría que ver de conseguirlos para el alma. Pensaba en todo esto también por la santa a la que la Iglesia recuerda hoy.
“Su nombre significa ‘luz del mundo’, Lucía.
Lucía nació en Siracusa en el seno de una familia muy rica. Perdió a su padre muy pronto, y en su juventud decidió consagrarse por completo a Dios en virginidad. Con el paso del tiempo, su madre enfermó gravemente. Y temiendo por el futuro de su hija, la prometió en matrimonio a un joven pagano.
Lucía fue a rezar a santa Águeda de Siracusa, rogándole que no se celebrara esa boda. Finalmente, la madre de Lucía se recuperó, liberó a su hija del futuro matrimonio, aceptó su consagración a Dios y donó su herencia a los más necesitados (porque así lo quiso Lucía).
PUREZA Y SANTIDAD
Pero, el prometido se sintió rechazado y juró venganza a Lucía. La acusó durante la persecución del emperador Diocleciano. Fue llevada delante del tribunal, siendo forzada a sacrificar a los dioses. Lucía contestó que el sacrificio puro delante de Dios es visitar a viudas, huérfanos y peregrinos, añadiendo que ella ya lo había hecho cuando tres años antes había dado todo a los pobres.
Su acusador se molestó muchísimo y amenazó con llevarla a un lugar donde abusaran de su pureza. Ella resistió heroicamente a todas las torturas, que terminaron con el acto cruel (crudelísimo) de sacarle los ojos. Su muerte violenta y su heroica resistencia se propagaron por toda la cristiandad. Se decían unos a otros que Lucía consagró su virginidad con el martirio, pues a Dios agrada la pureza y la santidad.
Hoy te invito a que recemos a santa Lucía, que es patrona de la buena vista, para que nos ayude a contemplar a ese Dios bueno que ilumina nuestras vidas. ¿Qué cómo lo conseguiremos? Del mismo modo en que ella conquistó la mejor de las visiones: mediante la pureza y la santidad…”
(cfr. Siempre con Él 1. Tiempo Ordinario. Semanas I-VI, Fulgencio Espa; Antonio Fernández; Fernando del Moral).
VER CON FE, VER …
Ahora que se acerca la Navidad, ¡qué importante es ver! Ver con fe, ver con mirada limpia, ver con claridad, ver… Por eso, te pido Jesús, con las palabras del salmo:
“Da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte, para que no diga mi enemigo: «Le he podido», ni se alegre mi adversario de mi fracaso”
(Sal 13, 4).
Luz, luz a mis ojos, luz para ver. Y ver para poder decir como el anciano Simeón cuando presentan al niño Jesús en el templo: “mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos” (Lc 2, 30-31).
Justo estos días estoy leyendo algunos libros sobre el Adviento y la Navidad. Y me encantaron las palabras que un autor pone en boca de Simeón:
UNOS OJOS LIMPIOS GUARDAN LIMPIO EL CORAZÓN
“No me diste los ojos para que los saciara en las charcas cenagosas de hermosuras que hoy son y mañana ya no existen. Me los diste para que contemplase al más bello de los hombres (Sal 45, 3), cuya belleza es eterna y cuyo brillo permanece.
Por eso los he guardado para Ti hasta hoy. Quería presentar a tu Ungido unos ojos vírgenes, limpios, libres de las máculas de la concupiscencia. ¡Cuántas veces he bajado la vista, cuántas veces he desviado la mirada, para que nada ni nadie atrapase estos ojos que son tuyos!
Se han reído de mí, mis compañeros se han burlado, porque no quería mirar con lascivia, ni ensuciar mi corazón. Tú me enseñaste, desde niño, que unos ojos limpios guardan limpio el corazón, y que un corazón limpio se hace digno de ver a Dios. Por eso he guardado el recato en la mirada, esperando la llegada de aquél cuya hermosura llenaría de luz mi alma. Me prometiste que no moriría sin haberlo visto, y esa promesa ha sido mi esperanza hasta hoy”
(Misterios de Navidad, José-Fernando Rey Ballesteros).
LLEGAR VIENDO
Cómo deseo llegar a la noche de Navidad y poder decir: “Hoy, Dios mío, mis ojos están viendo a tu Salvador. Y su luz llena mi corazón de alegría y de paz”
(Misterios de Navidad, José-Fernando Rey Ballesteros).
Nos quedan todavía unos días. Hay tiempo. Vete a examinar la vista delante de un Sagrario. Que Jesús mismo te examine esos ojos. O vete al Nacimiento que hayas puesto en tu casa. Que José y María te examinen y te receten alguna cosa. Ya tú sabrás, ya ellos sabrán.
Lo importante es ver, llegar viendo. Nos quedan todavía unas cuantas curvas antes de llegar a Belén, dalas de la mano de María y José, así llegas libre de golpes al establo, a la cueva y consigues mirar con claridad al Sol que nace de lo alto (Lc 1,78), a ese Jesús mío, tuyo, que viene a nuestro encuentro.